El 'Big-Crunch' de la vanguardia
Cuando se piensa en el collage, el formato más innovador y característico del siglo XX, hay que dejar de lado cualquier esfuerzo enciclopédico y abandonarse al disfrute de las fantasías subjetivas de tantos artistas que elevaron el azar y la magia sugerente de los objetos de la vida real a la categoría más alta de la creación plástica, forzando al arte a ser más inteligente. Picasso, Braque, Magritte, Ernst, Cornell, De Kooning, Motherwell, Jasper Johns, Hamilton, Beuys, Warhol, Rauschenberg, Rosenquist..., la lista de autores que emplearon esta técnica es imposible, por infinita, como encerrar el océano en un vaso (a partir de cierta modestia interpretativa, uno no debería dejar de ver como formidables los trabajos pretecnológicos que los niños crean en el colegio, recortes y detritus de realidad que desde el taller del pupitre recuperan su verdadero significado y su sitio). El método de manostijeras libera el objeto de su función utilitaria y lo eleva a instrumento de exploración y creatividad. Por culpa de Baudelaire y del mercurial Bergson, el arte es hoy esa necesaria tontería que ha sido capaz de ganarle la partida a la terrible supervivencia mecanicista del más fuerte, o dicho con un interrogante -la pregunta "trampa" que en 1913 se planteó Duchamp y que atrapó por el rabo a algunos filósofos que no querían compartir su queso-: "¿Es posible hacer obras que no sean obras de arte?".
El método de manostijeras libera el objeto de su función utilitaria y lo eleva a instrumento de creatividad
La gran explosión o Big-Crunch de la vanguardia empezó con el collage. La fotografía había usurpado a los artistas su capacidad de imitar la naturaleza, por lo que ya no tenía sentido seguir pintando si la cámara podía hacerlo más rápido y con mayor precisión. El artista debía ir más allá, observar la realidad y pintar el "efecto" que producía en su ojo. Mallarmé comenzaba a sacudir los cimientos de la lógica del clasicismo francés. Picasso y Braque recibieron de él el mejor regalo de su pugilato, el cubismo "sintético": al pegar sobre el lienzo trocitos de papel, telas y otros objetos de desecho, los inventores del collage lograron inscribir la realidad de una manera más enfática, al tiempo que redoblaban su ataque contra la función imitativa del arte. Hasta los futuristas, que habían condenado el cubismo por academicista, se adscribieron a la nueva religión del collage que les aseguraba una tierra de promisión y de experimentación radical y absoluta.
Henri Bergson, decíamos, era el
pope. Su plegaria iba contra la ciencia, una ciencia que apenas daba a los seres humanos más información que un frío titular acerca de su existencia, ya que sus métodos consistían en aislar y estudiar aspectos de una realidad en perpetuo cambio y evolución. Se requería algo más que intelecto. La clave la tenían, una vez más, los artistas, los poetas, auténticos depositarios de la intuición. "La vida es sobre todo una corriente que se transmite a través de la materia". Con su máxima, Bergson había descubierto para el arte el motor de combustión interna: el élan vital. Su reto, y el de todos los simbolistas, retumba aún por los múltiples pasadizos y amplias avenidas abiertas por la modernidad.
Maestros del 'collage'. De Picasso a Rauschenberg es una aproximación a lo que significó aquel nuevo impulso artístico, una zambullida en la procelosa historia de la plástica europea y estadounidense a muy pocos metros de profundidad, sin voluntad de alcanzar los pecios que guardan los grandes tesoros ni desenterrar nombres o culturas quizá olvidadas. Diane Waldman, una autoridad en el campo del collage, ha hecho su exposición y ha cumplido con el encargo: mostrar al gran público que visita la Fundación Miró cómo surgió esta técnica y de qué forma prácticamente todas las corrientes artísticas del siglo XX abrazaron el modo de cortar y pegar.
Un total de 140 obras de 42 artistas ilustran tímidamente la historia del collage en sus diversas formas (papier collé, fotomontaje, assemblage), desde el cubismo, el futurismo, dadá, la vanguardia rusa, el surrealismo, el informalismo europeo y el expresionismo norteamericano. Si tenemos en cuenta el periodo que abarca la exposición, 1912-1980, son inexplicables algunas ausencias, como el núcleo duro del primer dadá, o las aportaciones del bruitismo de Raoul Hausmann, sin olvidar a Picabia o Tingely, por mencionar sólo un par de ejemplos. O la nula atención al arte pop -"¿qué es lo que hace que las exposiciones de hoy día sean tan poco diferentes, tan poco atractivas?"- y al nuevo realismo francés.
De lo expuesto, mencionar lo
fuera de lugar que parece el gran formato, casi una instalación, de Tàpies titulado Ascens-descens, realizado hace tan sólo ocho años, cuando, si se trataba de cumplir con la cuota de arte hecha en Cataluña, se habrían podido incluir las firmas de Perejaume o Antoni Llena. Fischli & Weiss, Jeff Wall o Bruce Nauman, con aquel rotundo collage sonoro que presentó hace un año en la Tate Modern, Raw Material -un trabajo inmejorable para los espacios periféricos del edificio de Sert-, podrían haber sido tomados como ejemplos de autores que llevaron el collage a un grado supino.
De la selección hecha por Waldman, destacaremos algunas obras que por sí solas justifican la visita, desde la primera sala, que aborda los primeros balbuceos de la nueva técnica, representada por los hallazgos de Picasso y Braque, papiers collés que contienen abundantes referencias a la vida de los cafés parisienses, a su música preferida y a acontecimientos políticos: botellas de cerveza, vasos, naipes, paquetes de cigarrillos, pipas, guitarras o noticias de periódicos sobre la guerra de los Balcanes. Son obras que contrastan con las más uniformes y sobrias de Juan Gris, representado con el collage Paquete de café (1914). En el ámbito futurista, Inseguimento (1915), de Carlo Carrà, es una tela compuesta de capas de recortes de diarios en aparente desorden que rinde homenaje, en la forma del jinete y el caballo en una persecución acalorada del enemigo, a un mariscal de guerra. Espléndidos los fotomontajes de la dadaísta Hannah Höch, los diseños de Arp y Sophie Taeuber o la Caja verde (1912-1915) de Duchamp, una edición facsimilar limitada de 93 notas, dibujos y fotografías que es, por así decir, el catálogo que contiene todas las notas sobre El Gran Vidrio, y que está realizada con las mismas tintas e idénticas minas, las mismas tachaduras, correcciones y abreviaciones, sobre los mismos papeles, rotos o recortados exactamente como los originales, todo metido "de cualquier manera" en una caja rectangular de color verde. El apartado de la vanguardia rusa aborda las singularidades de Gustav Klutsis y Solomon Telingater. Del surrealismo hay sobrados ejemplos del método de trabajo de Miró en pintura a partir del collage. Abundantes son los trabajos de Cornell -entrañable el Parrot for Juan Gris (1953)- y suficientes los collages llenos de ironía y compromiso de Jasper Johns.
Diane Waldman ofrece en Maestros del 'collage' una visión demasiado formalista del medio, de ahí su contención, pero esto mismo le ayuda a librarse de dar explicaciones. No están los tiempos para dar lecciones de cómo mirar.
Maestros del 'collage'. De Picasso a Rauschenberg. Fundación Miró. Parque de Montjuïc, s/n. Barcelona. Patrocinado por BBVA. Hasta el 25 de febrero de 2006.
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