‘Mysterium Magnum’, de Jacob Böhme: el manantial de fuego que nos habita
Llega la primera traducción al castellano de la obra inmensa del pensador alemán del siglo XVII. Un rayo de sol reflejado en una vasija de estaño de su zapatería le abrió secretos del universo que inspiraron después a filósofos y poetas
![Diagrama del 'Mysterium Magnum' (1623), de Jacob Böhme.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/XOKU4U55X5GEPKO2KHWPBQ7WTM.jpg?auth=3935456dd85268e8fdb592b6069bc4a39a850e7c252ae63289173f1ee34ebdc2&width=414)
El mundo visible es símbolo del invisible. En el interior del ser humano hay un dios escondido, un fuego secreto, propenso a la luz y a las tinieblas. Con esa idea, de raigambre oriental, inicia Jacob Böhme su Mysterium Magnum. Una obra inmensa que llega por primera vez a nuestra lengua gracias a la editorial Atalanta y la cuidadosa traducción de Francisco Martínez Albarracín, auspiciada por Agustín Andreu, que ya hace más de 40 años nos regaló una traducción de Aurora. Böhme (1575-1624) es, en palabras de Hegel, el primer filósofo alemán. Una aparición milagrosa en la historia del espíritu que inspiró a poetas románticos como Novalis y Goethe, y a filósofos como Schelling, Schopenhauer, Unamuno o Borges. En el año 1600, este zapatero de Görlitz vio en su taller, como si de un Aleph se tratara, todos los secretos del universo reflejados en la concavidad de una vasija de estaño que reflejaba un rayo solar. Su ingente obra es un esfuerzo continuado por entender aquella experiencia, que lo dejó “rodeado de luz divina” durante siete días, los mismos de la creación. En todas las cosas, en todas partes hay un abismo sin fondo, y ese abismo es Dios. Una nada que se engendra y se engulle a sí misma eternamente. Manifiesta e inmanifiesta, como describe en la cosmología sāmkhya.
Somos fuego invisible propenso a las tinieblas y a la luz, a la alegría y el dolor y, sin embargo, ese dios sin fondo que nos habita no es ni lo uno ni lo otro, sino sólo el fundamento de lo anterior, “un invisible e incomprensible manantial de fuego” que no está encerrado en nada, salvo en “la voluntad de vivir” (aquí arranca Schopenhauer). El mundo es una paradoja. Las cosas sensibles son el modo en que lo invisible e incomprensible devino visible y comprensible. Imaginemos un dios enmarañado, confuso, que quiere entenderse a sí mismo. Entonces, para hacerlo, crea el universo. El universo es el despliegue de esa interioridad confusa que quiere conocerse a sí misma. Es como escribir un libro para entender el tema sobre el que escribe. El propio Böhme lo confiesa: “Deseamos escribir este libro para que nos sirva de recordatorio y el lector pueda ejercitarse en el conocimiento divino”. Estamos ante una idea central de la filosofía hindú del vedānta: el universo como ejercicio divino de conocimiento de sí mismo. Y esa fuerza divina se expresa a través del ser sensible, como en una meditación soleada. “Así como el ánimo se infunde en el cuerpo y, a través de él, en los sentidos y pensamientos; así también el dios invisible se infunde en el mundo visible y lo atraviesa”. Böhme parece haber leído las upanisad: “¿Quién es el Ave de oro, que habita en nuestros pechos y en el Sol?”. En el ser creado advertimos la figura de una operación interior. La mente se fabrica un cuerpo, dirá tiempo después Leibniz.
El mundo que vemos es la manifestación del amor y la ira de Dios. De un poder creativo y conservador y de un poder destructivo y regenerativo. Visnu y Śiva. Y ambos pertenecen a Dios, como a Dios pertenecen el bien y el mal, una idea herética que le acarreará problemas a Böhme con un párroco inquisidor. El gran misterio es precisamente ese, un mundo espiritual oculto en un mundo visible que, en muchas ocasiones, deriva en calamidad y holocausto. Pero una chispa de aquella “Palabra eternamente hablante” nos habita y, pese a todo, “nuestro cuerpo es un ser de las estrellas”.
El bien y el mal pertenecen a Dios, una idea herética que le acarreará problemas a Böhme con un párroco inquisidor
Dios no está en los cielos, su morada es el ser humano. “Él es la voluntad del Sin-fondo”. Un apetito incesante de captarse a sí mismo. “Y Él es en sí mismo Uno”. En esa magia de la unidad resuena el pensamiento védico y la unidad de sustancia de Spinoza. La unidad fundamental de todas las cosas ha sido uno de los grandes temas de la mística y resulta difícil de asumir para mentalidades como las nuestras, educadas en el dualismo. El dualismo considera que el bien y el mal son sustancias separadas. Desde la perspectiva de Böhme, hay una diferencia de grado y de disfraz, no de clase. Una fuerza trata de expresarse a sí misma. Unas circunstancias la sujetan. La fuerza toma nuevos cuerpos, una y otra vez.
¿Ha hecho Dios el mal?, se pregunta Böhme. “Aquí la razón se pone a especular, pero sólo da vueltas en círculo, sin poder entrar, pues está fuera y no dentro de la Palabra del círculo de la vida”. Lo de arriba es como lo de abajo, “el sol junto con los astros son espíritu, la tierra junto con los otros elementos es un ser” (Böhme anticipa la teoría de Gaia). “Él es en sí mismo sólo Uno; no necesita ni espacio ni lugar, se engendra a sí mismo de eternidad en eternidad”. El deseo libre y el eterno fuego de la naturaleza, espíritu y materia, son Uno. “Una conjunción y un ensamblaje eternos”. Gracias al fuego divino arde el amor y el infierno, que es la “enemistad de la luz, el miedo a la luz”. El bien y el mal proceden de un mismo origen. Los dualistas han gobernado las mentalidades durante demasiado tiempo. El dualista es débil, suplica ayuda a los cielos, no sabe que los cielos (y los infiernos) están en él. Cuando la persona se siente a sí misma una con el Ser infinito, desaparecen los temores. Nirvana es samsara. Hay algo insensato y radical en esta propuesta. Böhme no teme a nada, ha ardido por dentro, gracias a un rayo de sol que entró en su zapatería.
![Portada de 'Mysterium Magnum', de Jacob Böhme](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/E5O33LE6VBAQDACLPGEGXT2OUM.jpg?auth=546dd95ced5827ae01110f169248dfe77f36d2c756685831b2f2107543f752f0&width=414)
Mysterium Magnum
Traducción de Francisco M. Albarracín
Atalanta, 2024. 968 páginas. 59 euros
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.