Es de izquierdas y quiere la paz
Se llamaba Armand y nació en Marruecos en 1952, donde vivió hasta los cuatro años. Fue uno de los más de 250.000 marroquíes judíos que han emigrado desde 1948, fecha de la creación del Estado de Israel y señal de partida de una enorme operación de lo que en los años noventa y a propósito de los Balcanes se llamó limpieza étnica. Fue un éxodo que barrió una franja del planeta que abarca desde Marruecos hasta Irán. Una parte emigró a Europa, pero el grueso dirigió sus pasos hacia Israel para rehacer sus vidas, después de haber perdido casas y propiedades, y, por supuesto, el país natal, al igual que les sucedió a los palestinos tras la creación de Israel y luego más tarde en 1967 con la Guerra de los Seis Días.
Cuando llegó en 1956, Armand pasó a llamarse Amir y se instaló con su familia en un asentamiento improvisado. Fue uno más de los 600.000 israelíes expulsados de los países árabes, que engrosaron las clases más humildes en una sociedad dominada por la élite asquenazí. Los sefardíes, a diferencia de los judíos centroeuropeos, saben más del nuevo y más moderno antisemitismo de raíz islamista que del clásico y derrotado antisemitismo nazi. Las amenazas de Ahmadinejad, por ejemplo, les suenan más próximas. Cuando el presidente iraní asegura que hay que liquidar a Israel, saben perfectamente qué significa. Son como las palabras de Hitler en Mein Kampf: mientras no se convirtieron en hechos, fueron consideradas como una folclórica manifestación de verbalismo extremista. Pero saben también, mucho más que los europeos, de la convivencia y del diálogo con sus vecinos árabes y musulmanes, ya sea en Marruecos o ya sea en el Negev.
Éste es el caso de Amir Peretz, que se educó como todo joven israelí, hizo la mili como paracaidista y quedó gravemente herido durante la guerra del Yom Kipur en 1973. Durante años se ganó la vida como agricultor desde una silla de ruedas, y en 1983 fue elegido alcalde de la ciudad que le había acogido, Sderot, a un kilómetro de la franja de Gaza y objetivo frecuente de los rudimentarios misiles Qasam. Luego llegó su acta de diputado y la dirección de la federación de sindicatos israelí Histadrut, su militancia en el movimiento Paz Ahora y sus buenas relaciones con los árabes de ciudadanía israelí. Ha sido hasta hace apenas unos días un outsider. Pero primero ganó a Simon Peres en las elecciones primarias dentro del partido laborista. A continuación ha forzado a Sharon a convocar elecciones anticipadas, después de obtener cartas de dimisión en blanco de todos los ministros laboristas que estaban integrados en su Gobierno. Y le ha obligado a irse del Likud y crear una nueva formación para presentarse a las elecciones, pues en su partido no tiene ya la mayoría.
No es un anciano, ni ha sido general de Tsahal como casi todos los primeros ministros. Es sindicalista, laico, de izquierdas, y quiere que los trabajadores israelíes se sientan implicados en la paz, en vez de delegar en otros los esfuerzos por conseguirla. Cree que son los humildes quienes sufren los costes materiales y morales de la ocupación de Gaza y Cisjordania. "Su hoja de ruta", ha escrito Tom Segev, comentarista del diario Haaretz (www.haaretz.com), "es de orden moral. Cree que la ocupación ha corrompido a la sociedad israelí. Por eso es de interés nacional para Israel terminar con ella".
Ha sido Peretz y no Sharon quien ha trastocado el paisaje político israelí. Cuenta, por supuesto, la desconexión de Gaza y la apertura por primera vez de un paso fronterizo en Rafah que comunica a los palestinos con el mundo exterior. Pero el terremoto lo ha producido Peretz con la victoria de su programa de izquierdas y pacifista, que propugna congelar el gasto en nuevos asentamientos y en defensa para dedicarlo a políticas sociales. Gira a la izquierda el laborismo, pero también Sharon al abandonar el Likud y llevarse a Simon Peres para formar un partido centrista. En las elecciones anticipadas de febrero o marzo pasará algo extraordinario: lo que contarán de nuevo serán las diferencias entre derecha e izquierda.
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