_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Elogio de la maestra

José Luis Ferris

María Dagnino, Amelia Abad, Conchita Moya, Susana Delgado, Mª Ángeles Claramunt, Pilar Maestro, Lola Maciá, Carmen Pascual, Marina Aragón, Matilde Bueso... Fueron muchas (acaso más de las que ahora menciono en el recuerdo) las maestras que pasaron por mi vida y dejaron esa huella que el tiempo transforma en gratitud, en emoción, en deuda probablemente eterna. Desde el olor a madera mojada de aquella escuela de párvulos donde aprendí a leer (mi cartera azul y el babi a rayas) hasta mi último año en el instituto, ellas forjaron a su modo el hombre que ahora soy, los ojos por los que miro el mundo, la voluntad que me inhibe o que me lanza cuando la vida no quiere ser amable. De la oración simple a la Revolución Francesa, de la suma al logaritmo, de Platón a Wittgenstein, del Poema de Mío Cid a Tiempo de silencio, ellas dejaron un rastro de palabras y de voces que aún resuena en la oquedad de la memoria.

Poco sabemos de sus vidas después de tantos años, pero a veces se produce el milagro del reencuentro al cruzar una calle, al salir del cine o al entrar en unos grandes almacenes. Sucede que la vemos allí, frente a nosotros, convencidos de que pasará de largo, que esquivará nuestra presencia cuando estemos cerca, que jamás nos reconocerá entre la multitud; pero ella se detiene, se detiene y nos mira con ojos de adivinación, se ilumina de pronto, pronuncia nuestro nombre y nos abraza con ese viejo calor que habíamos olvidado. Caemos entonces en la cuenta de que también nosotros habitamos en ella, que el niño que dejamos de ser aún corre feliz por las galerías de su alma.

Lo pienso ahora, cuando me llega la noticia de la muerte de Rosa Fergusson, una maestra de Aracataca (Colombia) que conservaba como un verdadero tesoro los libros y los recuerdos de un alumno al que nunca olvidó. Ella le había enseñado a leer y a escribir y él se lo agradeció eternamente inmortalizándola en sus relatos. Cuando recogió el Premio Nobel, García Márquez se acordó de ella, pronunció su nombre y ensanchó la sonrisa como un niño feliz.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_