"Como sea"
La presencia de los grandes líderes europeos estos días en Barcelona pone de manifiesto que, cuando menos, hay conciencia del gigantesco reto que plantea el sur del Mediterráneo, el gran olvidado de la política de la Unión durante los últimos años. La ausencia de muchos líderes árabes es una señal de su escepticismo político y económico ante una Europa sin liderazgo. La diferencia entre las ayudas concedidas a los diez países del Este que se han incorporado a la Unión y las dispensadas a los países de la ribera sur del Mediterráneo sigue siendo abismal: medio euro de ayuda por habitante para el Sur, 185 euros por cabeza para el Este.
Tras la guerra del Golfo de 1991 y el paralelo crecimiento del integrismo islámico, la UE reaccionó organizando en 1995 la Conferencia de Barcelona, que abrió grandes expectativas, que con el tiempo se han visto defraudadas, tanto en el aspecto político como en el económico. El establecimiento de una Zona de Libre Comercio (ZLC) ha formado parte de la política liberalizadora emprendida por Europa que, como ha explicado Sami Naïr, en un contexto de profundas desigualdades, "no puede por sí sola garantizar ni el desarrollo económico, ni la integración de unas sociedades profundamente desestructuradas". Máxime cuando de la ZLC se excluyen los productos agrícolas, en los que los países del sur, especialmente Marruecos y Túnez, tienen ventajas competitivas. Este año se destinan a la Política Agraria Común (PAC) el 43% del presupuesto total de la Unión Europea. La PAC ha permitido a Europa sostener el tejido social de su medio rural, evitando el despoblamiento, pero a costa de practicar el dumping comercial a escala mundial, con efectos devastadores sobre las economías de África. La insostenibilidad, en términos mundiales de la PAC es aún más evidente si tenemos en cuenta que según la propia Comisión Europea, el 80% de los fondos los acaparan el 20% de los productores. Según un informe de Intermón Oxfam, siete familias españolas reciben en conjunto tanto dinero de los subsidios europeos a la agricultura como las 12.700 explotaciones más pequeñas del país. Y aunque con la reforma de la PAC se dejará de incentivar la producción, es indiscutible la necesidad de un cambio si de verdad se quiere hablar de cooperación euromediterránea.
La ONU calcula que en los próximos 50 años, Europa necesita 14 millones de inmigrantes para atenuar el envejecimiento de la población. De los tres millones de personas que emigran cada año de forma ilegal, un millón van a Europa y la mitad de ellos son árabes. Según las estimaciones más conservadoras, a mediados de siglo la población de origen musulmán se situará en el 20% del total de la población europea. A partir de estas proyecciones no es de extrañar que en algunos análisis de la diplomacia española se hable de "pánico demográfico en el Norte" y de "signo de Esperanza en el Sur" y se considere a los movimientos de población como "el más poderoso motor de los cambios sociales en Europa y el Magreb".
Los asaltos a las vallas de Ceuta y Melilla y las revueltas de los suburbios franceses son dos caras del mismo problema. Un problema al que una Europa ensimismada parece incapaz de enfrentarse con decisión. Se pueden comprender las prisas de Zapatero ayer por "cerrar un acuerdo como sea", aunque, en realidad, lo verdaderamente urgente es abrir una nueva política como sea.
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