El Villarreal mata suavemente
El recital de toque del cuadro castellonense devuelve al Deportivo a sus penurias
Podría haberse prolongado el partido hasta la madrugada o hasta el domingo próximo y el Villarreal seguiría tocando la bola por las cuatro esquinas de Riazor, acariciándola horas y horas, pasito a pasito, con el latido regular de un tic-tac. Seguramente ni en Suramérica habrá ahora mismo un equipo tan suramericano como el Villarreal, heredero del viejo estilo pausado, paciente, hasta moroso en ciertos momentos. A veces da la impresión de que el Villarreal elabora tanto que se va a olvidar de que existe la portería contraria, sobre todo cuando, como ayer, le falta su goleador, Forlán. Pero siempre le queda Riquelme, que, al mismo tiempo que imprime el ritmo preciso al concierto de toques, aparece en cualquier momento para resolver. En Riazor se vio muy poco a los delanteros del Villarreal. Así que Riquelme acudió a la cita de una falta, marcó el primer gol y el Deportivo ya no levantó cabeza.
DEPORTIVO 0 - VILLARREAL 2
Deportivo: Molina; Manuel Pablo, Andrade, Juanma, Capdevila; De Guzmán (Rubén, m. 69), Duscher, Scaloni (Sergio, m. 46), Munitis; Valerón; y Tristán (Taborda m. 58).
Villarreal: Viera; Javi Venta, Gonzalo, Peña, Arruabarrena; Riquelme, Senna, Josico, Sorín; José Mari (Tacchinardi m. 79); y Figueroa (Xisco m. 89).
Goles: 0-1. M. 55. Falta directa desde fuera del área que transforma Riquelme a media altura. 0-2. M. 78. Sorín se aprovecha de un rechace de Molina a tiro de Riquelme.
Árbitro: Medina Cantalejo. Amonestó a Andrade, Javi Venta, De Guzmán, Munitis, Viera y Juanma.
Unos 23.000 espectadores en Riazor.
El choque era un pulso entre dos propuestas antagónicas: el fútbol combativo y ruidoso de Joaquín Caparrós contra la cadencia y el sigilo del Villarreal de Manuel Pellegrini. El Deportivo intentó imponer su estilo al principio, corriendo, como casi siempre, detrás del estandarte partisano de Munitis. El ímpetu le duró un cuarto de hora. No es fácil sacar al Villarreal de su sosiego y de la convicción inquebrantable en un estilo nacido al otro lado del Atlántico y traspasado a las orillas del Mediterráneo por este equipo que ayer alineaba a ocho suramericanos. Poco a poco, el Villarreal fue envolviendo al Depor, acunándolo en su ritmo plácido, con esa elegante languidez que transmite su juego. Y el conjunto de Caparrós se fue muriendo suavemente, amodorrado por la melodía de su adversario.
El abrumador recital de toques del Villarreal devolvió al Deportivo a las penurias que había enterrado con su magnífica racha de las últimas semanas. Nadie podrá negar a Caparrós su tenacidad para esconder las miserias de un equipo tan venido a menos. Pero, en determinado momento, la realidad siempre impone su dictado. La realidad del Depor es la de un conjunto que en dos años ha sufrido una copiosa hemorragia de calidad y que sólo sobrevive a base de voluntarismo, de la perseverancia de Munitis o de algún destello del talento que aún le queda a Valerón. Un equipo que milagrosamente ha llegado hasta donde está jugando toda la temporada sin delantero centro. Ese puesto lo ocupa una presencia evanescente llamada Tristán, a quien el público censuró con saña cuando Caparrós perdió la paciencia y le sustituyó por Taborda.
Al Villarreal le costó encontrar el gol. Figueroa y José Mari desperdiciaron dos mano a mano ante Molina en la primera parte y aplazaron la ejecución del Deportivo. En la reanudación, el cuadro local, cada vez más desbordado, se empeñó en ofrecer oportunidades a Riquelme para que se luciese en las faltas. Al final, entró una, quizá con cierta colaboración de Molina, que llegó tarde a un balón que se le coló a media altura. A partir de ese momento, Riquelme dictó una lección. Toque a toque, pase a pase, suavemente.
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