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Columna
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El olor

Manuel Rivas

Las grandes frases están ahí para ponerlas del revés. Como esa de Churchill sobre la edad y la actitud ante la vida. Quien no es revolucionario a los veinte, no tiene corazón. Quien no es conservador a los cuarenta es que no tiene cabeza. El problema, creo, es la desconexión entre el corazón y la cabeza, a la edad que sea. Hay tipos que desconectan muy pronto. Se nota por el olor de lo que dicen y escriben. Es un olor mefítico, a rancio, a benceno. Creen estar descubriendo otra vez la nueva España y en realidad andan por los cerros más oblicuos de Donoso Cortés o por el Mar de las Palabras Congeladas.

La mejor forma de aproximarse a un texto o a un discurso es preguntarse a qué huele. Por ejemplo, pueden estar hablándonos con mucho desparpajo de "libertad de enseñanza" y notar un olor raro, intruso, porque tanto la libertad como la enseñanza desprenden aromas inconfundibles. El olor traspasa el límite de lo desagradable si lo que se pretende, y así se ha dicho, es negarle a la enseñanza la condición de "servicio público". Entonces el olor ya es a huevos podridos, el mismo que desprende el vacío que dejan las palabras esenciales, sagradas, cuando se mueven de sitio. Un taxi es un servicio público. Un colegio de enseñanza, ya no. No entiendo cómo hay políticos que defiendan sin sonrojo este olor mezquino a clasismo subvencionado. Siendo custodios de lo público, ¿qué significa para ellos una comunidad democrática, una nación moderna?

Los olores son documentos históricos. Algunas de las polémicas en las que está enzarzada España sólo se explican por las narices. En sus memorias, José Manuel Caballero Bonald nos habla de un brasero familiar para conjurar al frío y en el que la madre esparcía un puñado de alhucema. Ayer le dieron el premio nacional de las Letras a este hombre que nunca ha desconectado el corazón de la cabeza, el pensar del sentir. Caballero Bonald tiene libros celebrados y la que sigue siendo gran novela secreta, Ágata ojo de gato. Su "novela de la memoria" (Tiempo de guerras perdidas y La costumbre de vivir) contiene una historia de los olores, pero está escrito desde uno. A menudo nos preguntamos qué es el estilo. Ahí está. El olor de la alhucema. La libertad.

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