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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El áspid en la hierba

Jordi Gracia

Escondido y furtivo, como en el tópico clásico de la serpiente en la hierba, aflora el dolor en este relato autobiográfico de Manuel Vicent, despojado ya del escudo de la novela, que es como había querido presentar su ciclo narrativo de los años noventa: Contra paraíso, Jardín de Villa Valeria y Tranvía a la Malvarrosa. La prosa es la misma, con los sentidos al aire, oreados y cristalizados, pero la intención última quizá no sea exactamente igual. Porque el relato se va encapotando y la fiesta hedonista que saben los lectores de Vicent, entre arroces y marinas, membrilleros y atunes braseados, se encoge de golpe, sin querer casi, en una cala cruda y fulgurante en la germinación de la culpa desde la infancia, en el sentimiento de desamor vivido con una madre a la que no debe nunca una caricia o un beso y en la averiadísima relación con un padre enfermo de moral católica y dado a la cólera ingobernable. Ésas son serpientes que cruzan el huerto y la huerta, el mar y el velero, que cruzan la vida compensadora de quien escribe en presente, cerca del puerto para navegar todavía, pero se entrega a la memoria sin la cola pastosa de la nostalgia.

VERÁS EL CIELO ABIERTO

Manuel Vicent

Alfaguara. Madrid, 2005

208 páginas. 15 euros

El libro está escrito para ser valiente y abrir la espita de la memoria dolorosa de uno mismo, quizá porque cuenta con un psicólogo que lo mima y lo trata con buen humor, quizá también porque el bien de la escritura frena siempre el vómito contra una educación corruptora, en casa y fuera de casa, en el colegio de curas, en la misma relación afectiva doméstica. Demasiadas veces el texto se arma con los tópicos reconsagrados del memorialismo de infancia y adolescencia -el primer libro, el primer amor, el primer colegio- y aunque en Vicent la prosa es inesquivable porque tiene valor de tarro prohibido y oloroso, el libro cruje de veras cuando emerge la culpa, el dolor callado o la propia debilidad moral.

El montaje de los frag-

mentos favorece paradójicamente la conciencia nítida de esos mejores momentos -un beso en la mejilla en la medianoche de un fin de año, la agonía del padre, la declaración del amor primero y la huida- frente a la previsibilidad algo anodina de otros momentos y al menos yo acabo echando de menos la eficacia de una prosa encandiladora aplicada allí donde la angustia se originó y todavía está presente. "No quisiera mentirme. Tal vez no voy a tener el valor de levantar la tapa de la quesera, con la que trato de proteger mi alma de las moscas, a no ser que la escritura desate el nudo asentado en el diafragma". Está en la página 20 y si le dan la vuelta a la frase verán el enunciado de una ley tácita de la literatura de Manuel Vicent -el áspid en la hierba-, como si la corrosión del daño en la conciencia estuviese incapacitada para la plenitud de la prosa de Vicent, su zarabanda de sentidos y tactos con olores, y sólo pudiera brotar en atisbos de hiel enseguida detenida.

Las frutas maduras, las verduras con olor y el mar en paz y nocturno son su territorio y no encaja siempre ni encaja bien ahí la exploración del dolor porque esa exploración es dañina, porque sus jugos son amargos y es depresiva, porque inducen la melancolía de la que anda a toda marcha huyendo mientras escribe.

Manuel Vicent.
Manuel Vicent.MIGUEL GENER

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Sobre la firma

Jordi Gracia
Es adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de 'TintaLibre'. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura. Pese a haber escrito sobre Javier Pradera, nada podía hacerle imaginar que la realidad real era así: ingobernable y adictiva.

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