Pedro Páramo
Uno. Sabemos que Juan Rulfo es autor de El llano en llamas, cuentos; una novela, Pedro Páramo; algunos guiones de cine, El gallo de oro, La fórmula secreta... Fragmentos de novelas destruidas, Los hijos del desaliento, La cordillera; un relato 'La vida no es muy seria en sus cosas'. Además de numerosas, magníficas, fotografías.
Dos. Sus textos presentan numerosas variantes en las sucesivas ediciones que tuvieron, un esfuerzo persistente para suprimir lo inútil. En alguna de sus entrevistas explica sobre Pedro Páramo: "Ahora, también la intención fue
... quitarle las explicaciones. Era un libro un poco didáctico, casi pedagógico: daba clases de moral y yo no sé cuántas cosas y todo eso tuve que eliminarlo porque soy muy moralista y además... sí, fui dejando algunos hilos colgando para que el lector los completara... Si el lector no coopera, no lo entiende; él tiene que añadirle lo que le falta. Y parece que así ha sido. Muchos le han añadido más de la cuenta pero creo que llena esa intención. Siempre hay una participación muy cercana del lector con el libro, y él se toma la libertad de ponerle lo que le falta. Eso a mí me gusta mucho".
"Fui dejando algunos hilos colgando para que el lector los completara (...) él tiene que añadirle lo que le falta"
Tres. "Hay palabras que el diccionario llamaría arcaísmos", volvió a decir en otra entrevista; "es que aún esos pueblos hablan el lenguaje del siglo XVI. Ahora, como usted dice, no se trata de un retrato de ese lenguaje; está transpuesto, inventado, más bien habría de decir: recuperado".
Rulfo solía fabular también en sus entrevistas y lo hacía con delectación; con todo, reiteraba en ocasiones ciertas ideas, sirven de asidero y como los hablantes pueblerinos de su infancia, protagonistas indudables de sus narraciones, utilizaba un lenguaje "hermético" y a la vez sencillo. Traducir ese hermetismo fue uno de sus objetivos. Rulfo elimina palabras, corrige otras, cambia signos de puntuación con el deseo de alcanzar una mayor expresividad semántica y sonora para recrear una oralidad singular, la que reproduce un habla cuyos vocablos parecen vestigios de otros tiempos, en realidad una construcción, un "delicado ajuste verbal" como hubiera dicho Borges. A ese trabajo lo denomina "ejercitar un estilo", o, simplemente, "evitar la retórica", "matar al adjetivo, pelearme con el".
Gracias a la publicación de sus borradores en Los cuadernos de Juan Rulfo (1994) verificamos que, en el proceso de su escritura, Pedro Páramo se fue decantando y despojando de cualquier excrecencia explicativa o hasta narrativa. Y en esos cambios estructurales, que burlonamente Rulfo achacaba a sus editores, predomina la eliminación de cualquier palabra o acción que nulificara el impacto de la muerte. En los Cuadernos se observa, nítido, el procedimiento: se leen anécdotas, acciones y diálogos ya rulfianos, pero aún no sometidos a la operación de limpieza devastadora que les diera forma. Si se comparan esos borradores con los fragmentos que en Pedro Páramo estructuran la novela, se advierte que en ésta la discontinuidad cronológica y anecdótica les da sustento y sirve como contrapeso entre las palabras impresas y el silencio, mientras se va delimitando el ámbito narrativo, "... los muertos no tiene tiempo ni espacio. No se mueven en el tiempo ni en el espacio. Entonces así como aparecen se desvanecen".
En los Cuadernos cada fragmento iba titulado; en la novela se han liberado de esa carga, adquieren la ligereza necesaria para su indeterminación. Con la muerte pasa lo mismo. En el borrador llamado 'Después de la muerte', allí coleccionado, Rulfo se refiere a ella como un fenómeno natural, el de la degradación de la materia. Cuando en Pedro Páramo concluye el proceso a que ha sometido sus textos, dejándolos en vilo, devastados, consumidos, colindando con el silencio, la muerte se ha despojado también, se trata de una muerte física depurada, casi simbólica, ¿mineral?
El cuerpo simplemente se disuelve, como sucede con el cuerpo de Juan Preciado: "No había aire. Tuve que sorber el mismo aire que salía de mi boca, deteniéndolo con las manos antes de que se fuera. Lo sentía ir y venir, cada vez menos; hasta que se hizo tan delgado que se filtró entre mis dedos para siempre.
Digo para siempre".
O se pulveriza para formar parte del paisaje, como Pedro Páramo, quien al morir, "dio un golpe seco contra la tierra y se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras".
La respuesta de Rulfo al desquicio de la geografía y el orden social cristaliza en una forma poética, la única que hubiera podido expresar esa profunda y definitiva escisión entre un modo de vida injusto pero organizado -el que impone Pedro Páramo- y otro totalmente calcinado, el que produjeron la Revolución y la Guerra Cristera. Se construye un espacio cuyos habitantes reales son las ánimas del purgatorio y el símil existe sólo como recurso descriptivo y no como fundamento textual. Comala es un pueblo habitado por almas en pena, de ninguna manera por almas muertas o fantasmas mágico-realistas. Las almas en pena siguen habitando Comala, son sus habitantes naturales, como si estuvieran vivos, a pesar de que sus casas estén derruidas, la yerba invada los quicios de las puertas y no haya límite entre la ciudad y el campo. Reducir Comala y sus habitantes a un infierno dantesco, convertirlos en arquetipo o simplemente en un mito de origen indígena, es resultado de una incomprensión y una abstracción universalista que sólo puede traducirse por "ajustes y dispositivos ideológicos" (Monsiváis).
La perpetuación de los estereotipos no explica la novela, sólo la desgasta y uniforma y la despoja de su singularidad.
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