Un disolvente cancerígeno, inflamable y muy volátil
El benceno es el más simple de los llamados hidrocarburos aromáticos, una familia de productos a la que también pertenecen otras sustancias como las anilinas, fenoles o el tolueno. Por encima de los cinco grados es líquido, pero resulta muy volátil. Tiene un olor característico agradable (de ahí lo de aromático). Su estructura circular lo hace muy estable y, por tanto, persistente.
Su principal riesgo para la salud es que tiene un demostrado efecto cancerígeno. Al olerlo tiene un efecto irritante y vasodilatador. Cuando se absorbe en gran cantidad produce lesiones vasculares y pulmonares severas. Además, resulta fácilmente inflamable, por lo que su manejo debe hacerse con mucha precaución.
Los primeros síntomas de la exposición al benceno son mareos, delirio, cefalea, pérdida de apetito y trastornos gástricos. Si se trata de una inhalación prolongada, puede producir arritmias y llegar a la muerte por parada cardiaca. A largo plazo, puede dañar la médula, y provocar leucemias. También puede afectar al sistema endocrino. Se ha visto que produce malformaciones congénitas en ratas de laboratorio.
Como pesa más que el aire (es una molécula con 12 átomos, seis de carbono y seis de hidrógeno, frente a las moléculas habituales en la atmósfera, de tres o cuatro átomos como mucho), sus vapores se depositan cerca del suelo, lo que lo aproxima a posibles fuentes de calor.
Pese a estas características, su utilidad hace del benceno una materia prima fundamental. Se emplea como disolvente en muchas actividades industriales, como la fabricación del caucho y de calzados, y en la producción de otros compuestos importantes: estireno, fenol y ciclohexano, por ejemplo. Es esencial en la fabricación de detergentes, plaguicidas y disolventes. También se encuentra presente en los combustibles (es hasta el 5% de algunas gasolinas).
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