_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Viento variable

Aquel 30 de octubre, el carcelero le entregó, con cautela, un transistor y las obras completas de Sigmund Freud. Le sonrió y luego echó la aldaba. El preso guardó transistor y libro bajo el jergón, se tumbó en el camastro y contempló la estantería de obra, donde estaban las conservas de mermelada que le habían comprado en el economato de la prisión con los dineros que llevaba encima cuando lo detuvieron. Allí había confituras de ciruela, de fresa, de melocotón, de naranja, y con los colores de sus etiquetas, cada día, en un ejercicio de paciencia e imaginación, moviéndolas abajo y arriba, a un lado y otro, hacía filigranas para representar las ventanas de Klee, una ambigüedad de Kandinsky, algunos cuadriláteros de Mondrian o la bandera republicana, sobre la monotonía de un blanco sucio y desconchado de tan sombríos muros. Pero aquel 30 de octubre supo que probablemente el dictador ya no firmaría más sentencias de muerte, ni continuaría en la jefatura del Estado. Escuchó el transistor durante horas, hasta que las noticias le sonaron a mandolina y cuerda de Vivaldi. Y comprendió que ciertamente "la poesía es oír la radio/ y estar atento a lo que traen las ondas". Y las ondas le traían instrumentos de cirujano, despojos del santoral, inquietud en ministerios y capitanías, todo un terrorífico retablo de ejecuciones y un leve aviso de libertad. Cuando las ondas se corroían de silencio e incertidumbre, el preso regresaba al amparo de la barricada de Freud: al tótem, al sueño, a la histeria y al tabú, de papel biblia y párpado quemado. ¿Qué pasará mañana? Porque el alba era un funeral de luz entre las rejas, y las ondas, un estruendo de pilas agotadas. Y un día, el carcelero, con cautela, le retiró el transistor y las obrasde Freud, y le advirtió de que se preparara. A las siete de la tarde abandonó la prisión: alguien había depositado la fianza y tenía que presentarse a la policía todas las semanas. Cuando salió, nadie lo esperaba. Así es que echó a andar calle arriba. Llovía y sintió un viento variable y poderoso, que se llevó al dictador y nos dejó una monarquía. Desde luego, no era un viento del pueblo, ni se lo piense.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_