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El programa de Oprah Winfrey, reina de la televisión en EE UU, cumple 20 años

Cincuenta millones de espectadores siguen su programa, las editoriales tienen un best seller inmediato cada vez que menciona un libro, hace reír y llorar a su público con una simple mueca y es capaz de dedicar un programa entero a un individuo anónimo con la misma devoción que, en otras ocasiones, lo dedica a su autoensalzamiento. Ésa es Oprah Winfrey, indiscutiblemente la mujer más poderosa de Estados Unidos. Su programa, que ha aportado a la historia de la televisión mucho más que un formato lacrimógeno, acaba de cumplir 20 años en antena.

Es difícil que Oprah Winfrey pueda caer mal a nadie, casi tan difícil como entender el influjo que posee sobre la conciencia de sus seguidores. Su biografía es el relato puro del sueño americano y su vida, llena de contradicciones, tiene episodios de altruismo y egocentrismo a partes iguales.

Nacida en la más profunda de las tierras americanas hace 51 años, la niña Oprah era tan pobre en Misisipí que tenía que hacerse vestidos con la tela de los sacos de patatas. Nunca ha ocultado que su familia era socialmente desastrosa. A los nueve años ya había sufrido abusos sexuales de familiares y amigos de sus padres, a los 12 ya había pasado por un correccional y a los 14 abortó tras una violación.

A pesar de esta infancia horrible, era buena estudiante y disfrutaba con la lectura. Logró un empleo en una emisora de radio y se marchó después a Baltimore para trabajar en una cadena local de televisión. Sólo unos años después, Oprah se había convertido en la personalidad televisiva más influyente, la mujer más rica (su fortuna supera los 1.500 millones de dólares, algo menos de 1.300 millones de euros) y la más exitosa en todos los ámbitos a los que dedica su atención. Si decide actuar, es nominada a un Oscar (El color púrpura). Si quiere aumentar su imperio, monta una cadena de televisión (Oxygen) o una revista que lleva, por supuesto, su nombre. Si decide adelgazar, pierde 35 kilos.

Y si algo sorprende todavía de The Oprah Winfrey Show es su capacidad incomparable para interactuar con la audiencia, la que está en el estudio o en sus casas. Oprah habla a la cámara con una fuerza única, con la honestidad de quien parece no haber ocultado nada en su vida. Que ella hable de su infancia, de sus problemas de peso, sus experiencias con la cocaína o sus conatos de depresión provoca sobre sus invitados un efecto confesionario que no es comparable a nada similar en televisión.

Quienes critican sus modos televisivos consideran que es la reina de los excesos, sentimentales y materiales (el año pasado regaló un coche a cada uno de los 276 miembros del público del programa). Oprah llora ante la cámara cuando habla de las víctimas del huracán Katrina, mientras el pescado fresco que se come en su casa se trae para ella desde el archipiélago de Palau. Pero es también una mujer soltera con problemas de peso en un medio que premia la belleza y un país que glorifica religiosamente el matrimonio.

Oprah podría ser presidente de Estados Unidos si quisiera serlo. Michael Moore, entre otros muchos, defiende su candidatura. De momento, celebra su aniversario televisivo con una caja de seis DVD que son, como no podía ser de otra manera, un enorme éxito de ventas.

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