El botón más gastado
En Europa, Asia y EE UU, el botón más gastado de los ascensores suele ser el de cerrar puertas. Como relató James Gleick en su libro Faster "sobre la aceleración de casi todo", los ascensores automáticos están programados para cerrarse entre dos a cuatro segundos después de marcar el piso, una espera insoportable para muchos que no aguantan y aprietan ese botón. No digamos ya quien espera a que llegue el ascensor. El enfado empieza a los 15 segundos, y a los 40 la gente realmente pierde los nervios.
No sólo parece que no hay tiempo que perder, sino que no hay tiempo para nada. Tanto que ha salido, en inglés claro, La Biblia en 100 minutos, para los que creen no disponer de tiempo suficiente para leerla entera. Se está vendiendo bastante bien. Naturalmente se pierde mucho, la poesía, la apreciación de la ausencia del concepto de alma eterna en una parte del Antiguo Testamento, y tantas otras cosas. La figura de Jesucristo queda magnificada porque "es la central en la Biblia", según el reverendo Michael Hinton, el autor de la proeza de reducir las 780.000 palabras (en inglés) de los 66 libros (el canon católico tiene 72) de la Biblia a 20.000, que se puedan leer en una hora y 40 minutos.
Algunos consideran que lo importante en los comentarios escritos son el primero y el último párrafo, pues, si acaso, suelen ser los únicos que se citan por la radio. Lo preocupante es que la inmediatez mediática, la necesidad de acelerar la noticia y convertirla casi en instantánea lleva también a tener que juzgarla a medida que ocurre o inmediatamente después, o en debates a golpes de 59 segundos. Es el pensamiento rápido. No sólo aqueja a los analistas pues también se pide a los Gobiernos reacciones instantáneas y soluciones inmediatas a problemas complejos.
Esta aceleración se ve empujada por medios cada vez más rápidos, desde Internet a los móviles. Incluso empieza a haber envíos al móvil (de tercera generación) de versiones en un minuto de episodios de series que duran una hora. La Fox lo ha patentado con el nombre de mobisodio. Globomedia, como relataba ayer El País Semanal, lanza series específicamente diseñadas para móviles, más simples que las normales. En éstas, las tramas se complican. Steven Johnson, en su libro Everything bad is good for you (Todo lo malo es bueno para usted), concluye que el hecho de que las series actuales tengan más personajes, más relaciones entre ellos, lleva al espectador a volverse más inteligente, y a no perderse en Perdidos. Quizá por eso el antiguo Embrujadas resulta insoportable. Pero, a la vez, en las películas de Hollywood los diálogos tienden a menos palabras.
Los Gobiernos suelen creer que las malas noticias acaban decayendo. La repetición de imágenes atroces, como las del 11-S, puede llegar a producir sensación de banalidad. Pero la realidad es terca. Los descubrimientos sobre las detenciones ilegales y torturas de prisioneros están finalmente sacando a la sociedad americana, o a una parte importante de ella, de la ceguera infligida o inducida tras aquel horror, y poniendo en cuestión la guerra de Irak pese a que su cotidianidad hace que tantas muertes pasen desapercibidas. La invasión de Irak fue, como tantas cosas bellas y horribles hoy en día, vivida en directo, vista a través de las cámaras de tantos empotrados en las unidades ocupantes. Pero nunca se tuvo tan poca percepción del conjunto.
Las investigaciones en neurociencia tienden a señalar que la conciencia (sea lo que sea) va unas centésimas de segundo retrasada. La señal nerviosa de mover la mano se dispara antes que la voluntad de hacerlo. Mucho antes de que llegáramos a este mundo de hiperconsumidores ansiosos, Descartes consideró que dos factores contribuyen a avanzar: ir más deprisa que los demás, o ir por el buen camino. Cuando uno empezó en esto del periodismo, Juan Luis Cebrián le dio dos consejos para aproximarse a este oficio. Uno de ellos fue aprender a ser paciente, a esperar. Pues eso, a esperar a que se cierren las puertas del ascensor, aunque no se sepa si sube o baja. aortega@elpais.es
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