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Reportaje:

Nickelsdorf, el agujero negro de Schengen

La frontera austriaca, por donde cada año entran en la UE 13 millones de personas, sólo rechazó 10.300 'sin papeles' en 2004

A 60 kilómetros al este de Viena se encuentra el mayor acceso terrestre al territorio de Schengen: el paso de Nickelsdorf-Heygeshalom. El año pasado, 13.281.210 personas cruzaron bajo sus barreras en dirección a la UE. Sin embargo, los agentes austriacos sólo impidieron la entrada en Europa a 10.300 inmigrantes irregulares, de los que 7.348 eran rumanos. La policía austriaca reconoce que esa cifra anual es inferior al número semanal de rumanos que logran franquear el paso para trabajar ilegalmente en España y en Italia.

El paso de Nickelsdorf se halla situado en una extensa llanura, sobre territorio húngaro, y corta la autopista que comunica Viena con Budapest. En cada uno de sus 11 carriles de entrada y 11 de salida hay una cabina de control ocupada por un policía que dispone de lector OCR (Optical Caracter Reader), luz ultravioleta y ordenador con conexión a la base de datos de Schengen. 177 funcionarios austriacos, repartidos en turnos de 10 horas y auxiliados por colegas de varios países -España entre ellos- se encargan de impedir la entrada de inmigrantes irregulares en la Unión Europea (UE). Allí se halla instalada la central de policía más grande de Austria. Sin embargo, todo este despliegue es un fracaso, a la vista de sus magros resultados en la interceptación de inmigrantes que engrosan día tras día las cifras de sin papeles en los países europeos. En España, el número de rumanos creció desde 72.569 personas documentadas el 30 de septiembre de 2004 hasta 174.590 en la misma fecha de 2005.

"Cada semana atraviesan el control unos 10.000 rumanos", dice un agente
El 80% o 90% serán trabajadores ilegales, pero cumplen los requisitos para entrar en la UE

Erhard Aminger, director de policía del Estado federado de Burgenland, la región austriaca donde se encuentra Nickelsdorf, explica la situación: "Cada semana atraviesan el control unos 10.000 rumanos. Suponemos que entre el 80% y el 90% son trabajadores ilegales que van a Italia y a España para trabajar ilegalmente en la construcción o en la agricultura. Pero aquí cumplen todos los requisitos para entrar en el territorio Schengen. Declaran que son turistas y muestran reservas auténticas de hoteles de Austria o de cualquier otro país. Es verdad que, en cuanto cruzan el paso, anulan esas reservas. Pero nosotros tenemos las manos atadas. No podemos rechazarlos si carecemos de pruebas que respalden nuestras sospechas. Eso sería una actuación ilegal por nuestra parte".

Este periódico ha sido testigo de un episodio que ilustra las explicaciones del jefe Aminger. La policía intercepta al azar un taxi de matrícula húngara que acaba de superar sin inconvenientes el control de pasaportes. En el vehículo viajan cuatro hombres rumanos:

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"Venimos a hacer el tour de Schengen", aseguran. "Somos turistas normales, queremos recorrer Schengen de un lado a otro para conocerlo en 30 días".

Los pasajeros son interrogados al mismo tiempo por tres funcionarios: un austriaco, un rumano y una alemana. El taxista húngaro, que tiene todos los documentos en regla, dice que cobra a sus clientes 80 euros por el recorrido hasta Viena. Resulta inverosímil, porque el sueldo medio de un rumano es de 150 euros mensuales. Pero son los propios turistas quienes acaban por delatarse. Son incapaces de ponerse de acuerdo sobre su destino: uno de ellos afirma que van camino de la estación de tren; otro dice que les espera una camioneta en la próxima zona de descanso de la autopista. Los guardias acaban devolviéndolos a Hungría, después de estampar en sus pasaportes un sello que les impedirá entrar en Austria durante un año.

Hasta hace poco, las metas preferidas de los falsos turistas eran España y Portugal. Pero en los últimos tiempos, el 90% de los rumanos, búlgaros, moldavos y ucranios interrogados en Nickelsdorf declaran que van a Italia. Esta elección tiene que ver con la ausencia en la frontera de policías italianos que puedan desenmascararles y con las pocas dificultades que presenta la falsificación del soggiorno, el documento de residencia italiano. En realidad, sus países finales son, por este orden: Italia, España, Francia, Portugal, Bélgica y Holanda, según un informe de la policía española.

También han variado los motivos que alegan para entrar en el espacio Schengen. Desde que la ley les exige llevar encima al menos 500 euros, además de disponer de una reserva hotelera o tener una carta de invitación certificada ante notario, justifican su carencia de medios económicos diciendo que se desplazan para asistir a un evento familiar: una boda, un bautizo, una primera comunión... O un entierro.

Un agente recuerda la ocasión en que se presentó en Nickelsdorf un grupo de rumanos, todos vestidos de luto riguroso y llorando a lágrima viva. Aseguraban que iban al entierro de un familiar muerto en Roma. "Aquella vez los dejamos entrar", dice.

Pero la mayoría llega al puesto fronterizo con los papeles en regla y el dinero exigido: pasaportes vírgenes y billetes nuevos de 100 ó 500 euros. "Lo más difícil es rechazar a quienes llegan a través de organizaciones que administran la inmigración como si fueran agencias de viajes convencionales", explica un agente. Algunas de estas empresas publican anuncios en los periódicos de Ucrania, en los que ofrecen sus servicios para empezar una nueva vida en el territorio Schengen. "Los conductores son fáciles de detectar por la gran cantidad de sellos de entrada y salida estampados en sus pasaportes. Dos días les bastan para ir hasta Italia, depositar su cargamento y volver. Pero no podemos prohibirles la entrada si no violan la ley", dice el agente.

La policía detiene una camioneta blanca con nueve viajeros rumanos. Dicen que van a pasar unos días en Alemania, en casa de unos amigos. Seis de ellos muestran a los agentes su dinero de viaje: exactamente los 500 euros que exige la ley.

Los guardias explican que se trata de una escena habitual. El conductor del vehículo suele pertenecer a una organización de traficantes. Justo antes de llegar a Nickelsdorf, reparte el dinero entre los inmigrantes, que se lo tienen que devolver con un 10% de interés una vez salvado el control.

Uno de los policías se muestra comprensivo: "Los inmigrantes aceptan esa práctica como parte de la inversión en su futuro. Muchos han vendido todas sus pertenencias para apostar por mejores perspectivas de vida en occidente. Y es en esta frontera donde se decide su destino".

Además de portar una cantidad de dinero proporcional al tiempo de estancia en Europa, los viajeros deben demostrar cuáles son los motivos y el destino de su viaje. Los que llegan en autocar suelen presentar reservas de hotel auténticas, que cancelan en cuanto logran pasar la frontera. Los que viajan en camioneta acostumbran a decir que van a visitar a amigos o familiares.

Un oficial rumano interroga a los pasajeros de la camioneta blanca, mientras una policía alemana utiliza su teléfono celular para ponerse en contacto con los "amigos" que supuestamente les esperan. Finalmente, dejan pasar el vehículo.

A partir de las diez de la noche del jueves comienzan los atascos en Nickelsdorf. Los fines de semana se producen retenciones de hasta 10 kilómetros. Es el momento preferido por los traficantes de inmigrantes. Muchas de las personas que esos días entran en Austria por los carriles para extracomunitarios son ciudadanos de los Balcanes y del este de Europa que regresan a sus trabajos. En la frontera se concentran entonces entre 100 y 150 autocares repletos de gente, a los que hay que sumar los vehículos particulares y los camiones, que deben ser inspeccionados con detectores térmicos para averiguar si en ellos viaja algún ser vivo. Y los pasaportes de todos los viajeros deben pasar bajo escáneres conectados a la base de datos de Schengen. Si no hay inconvenientes para su entrada, los lectores ópticos se iluminan en verde; pero si el propietario del documento tiene cuentas pendientes en algún país, aparece la luz amarilla y el inmigrante es rechazado con la correspondiente estampilla en el documento.

"Tardamos un minuto en comprobar cada pasaporte", explica un policía. "El control de un solo autocar dura casi una hora. Imagínese el agobio que supone controlar 150 autocares cada fin de semana".

Desde su ingreso en la UE, en 1995, Austria es el guardián de la frontera oriental de Europa. Una tarea difícil, que seguirá desempeñando hasta que Hungría, miembro de la UE desde el año pasado, entre a formar parte del espacio Schengen. Durante la guerra fría, fueron los húngaros quienes impidieron a los ciudadanos del bloque del Este salir hacia el Oeste. Ahora son los austriacos quienes tienen encomendada la misión de no dejar entrar en el Oeste a los antiguos ciudadanos del Este. Definitivamente, Nickelsdorf es un lugar extraño.

Un policía solicita la documentación a los ocupantes de un vehículo en el paso de Nickelsdorf.
Un policía solicita la documentación a los ocupantes de un vehículo en el paso de Nickelsdorf.

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