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Reportaje:

Desde Pipaón a la etnografía

Gracias a la labor de Pilar Alonso, el pequeño pueblo de la Montaña alavesa ha recuperado su lugar en el mapa

El estudio de Pilar Alonso es un enorme laberinto de papeles, libros, fotografías, recuerdos que, a pesar de su volumen, son incapaces de recoger la vida de esta mujer, en principio destinada a ama de casa, labor que todavía ejerce con un orgullo indisimulado, pero que ha acabado por quedar en un segundo plano: la tarea doméstica se difumina ante su trabajo por la recuperación de un pueblo que languidecía. Pipaón estaba a punto de desaparecer, como tantos otros del interior de Álava, ante el inevitable abandono de unas formas de vida provocado por la industrialización o la emancipación de la mujer. "Para mí, es determinante este último aspecto. Sin entrar en valoraciones; está claro que el acceso de la mujer a la educación superior y al trabajo conlleva, en el caso de las mujeres de los pueblos, su traslado a la ciudad o a localidades más grandes. Entonces, es inevitable que la familia vaya con ella y los pueblos pequeños desaparezcan", explica.

A Pilar Alonso le sobran argumentos para respaldar esta tesis. Ella lo ha vivido en su propio pueblo, Pipaón, una localidad situada en la Montaña alavesa, allí donde, de verdad, termina la última carretera. Un lugar en el que, a mediados del siglo XX, perduraba una vida estrictamente rural. "Toda la gente era humilde: carboneros, pastores, agricultores. En otros pueblos hay categorías; allí no. Eso sí, en casa de mi abuelo, había cierto interés cultural. Se recibía el periódico todos los días, teníamos un aparato de radio, casi el único del pueblo, y en las sobremesas y por la tarde, se organizaban tertulias en las que se hablaba de los últimos libros leídos, las tradiciones del pueblo, de la vida de los antepasados...", recuerda.

Buen fermento para quien ya desde niña tuvo especial interés por conservar todo, por retener en su memoria todo lo que ocurría alrededor. "Vivía con pasión aquel mundo completamente diferente al de Vitoria, donde estudiaba en el colegio del Niño Jesús, con las monjas. Ya desde entonces me dedicaba a preguntar por todo: los lugares del pueblo, los nombres de las cosas, seguía con atención todas las costumbres, desde la matanza del cerdo a la construcción de carboneras. El regreso a la ciudad suponía un cambio radical; por ejemplo, yo no decía niña; llegaba gritando: '¡ven aquí, moceta!', algo muy mal visto por aquellas monjas de la posguerra".

Este interés por su pueblo podría haberse quedado en anécdota, si un día no hubieran desaparecido los niños. Pilar Alonso lo recuerda con nitidez. "Fue hacia 1960, cuando llego a Pipaón y no veo ningún niño en las calles. Le pregunté a mi abuelo: '¿qué ocurre, que no hay ningún chaval jugando?'. Y se puso a llorar: 'pues, nada, hija, que han hecho una concentración escolar en Bernedo y se llevan a los niños a las ocho de la mañana y vuelven a las siete de la tarde; a esas horas, ya se van a casa. Esto ya se acaba".

Entonces, al ver que iban a desaparecer los juegos infantiles, Pilar Alonso intentó conservarlos, aunque fuera en papel. "Comencé a tomar notas sobre las tabas, el marro, el aro, los cantos, y luego, animada, seguí con las fiestas que hacía la juventud, la medicina popular, las costumbres religiosas... Preguntaba a la gente mayor. Y lo escribía porque consideraba que aquellas notas tenían sentido y valor, las dos cosas. Efectivamente, hacía etnografía sin saberlo", reconoce.

Y, luego llegó la investigación más concienzuda, con la consulta de archivos, en la que, por cierto, los historiadores alaveses apoyaron a Alonso en todo momento. En 1980 se hace socia de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País; en 1989, se convierte en socia de número. En 1994, recibe el reconocimiento de la Sociedad Landazuri. La historiadora Micaela Portilla la avala para que le entreguen el carné de investigadora nacional que le permite acudir a la Chancillería de Valladolid o al Archivo Nacional.

Pero esta introducción en la práctica investigadora no le sacó de las calles de Pipaón: además de escribir sobre lo que estaba a punto de desaparecer arrasado por la técnica y los nuevos usos sociales, trató de rescatar algunas costumbres que se habían perdido decenios antes, pero que podían tener sentido para quienes querían recuperar el pueblo. Por ejemplo, los bailes populares.

Como en todo empeño colectivo, el protagonismo no siempre recae en la misma persona. En el rescate de las danzas, los responsables fueron un grupo de jóvenes, entonces, comandado por Juanjo Lauzurika y Patxo Jauregi, entre otros. "La última vez que se habían bailado fue en 1904, y mi abuelo era uno de los últimos vivos que las protagonizó y me había contado cómo eran. Entonces me pidieron que les ayudara en los ensayos. Quedamos el 23 de febrero de 1981, ¡cómo para olvidar la fecha! Por supuesto, aquel primer ensayo se pospuso y nos fuimos todos a casa. Pero seguimos con la idea y las presentamos el día de la fiesta mayor, el 14 de septiembre".

Aquello fue el inicio de la asociación cultural Usatxi, que recuperó la vida en aquel Pipaón que languidecía. La impulsora, sin duda, fue Pilar Alonso, pero en el empeño le acompañó todo el pueblo. "Si no, hubiera sido imposible hacerlo".

Autobuses y cuentos

Tal era la pasión por el pueblo de su infancia, que Pilar Alonso se casó con un vecino de Pipaón... al que paradójicamente conoció en Vitoria. En qué estaría pensando durante sus años mozos en los que vivía en Vitoria durante el curso escolar esperando ansiosamente el momento de marchar a casa de sus abuelos, ya que, en ninguno de todos aquellos viajes al pequeño pueblo del interior alavés, no reparó en aquel joven, entonces responsable de la empresa de autobuses Alegría.

En la actualidad, Alonso tiene un hijo y tres nietos, para los que está escribiendo una serie de cuentos que poco a poco se van publicando y que quizás con el tiempo mantengan vivo el pueblo de su infancia, aunque sea con un parque temático, porque el deseo de Alonso es que perviva el mundo sencillo de antaño.

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