Una nueva centralidad
En noviembre se cumple la década del inicio del proceso de Barcelona BCN+10. Establecer el balance, comparar los propósitos con las realidades, los buenos deseos y las intenciones con los objetivos conseguidos. Proponer nuevas alternativas, nuevos objetivos, y los medios para obtenerlos en plazos razonables y convincentes para todos los actores con el fin último de crear un espacio de prosperidad compartida, de seguridad y de paz en el Mediterráneo.
Occidente y Oriente, el islam, el judaísmo, las confesiones cristianas, el agnosticismo y aun el ateísmo, proclamados en decenas de lenguas. ¡En tan menguado espacio a escala planetaria, tanto galimatías!
Sede de conflictos pandémicos, de los encapsulados en los Balcanes a Palestina e Israel; de las guerras más o menos explícitas, civiles, religiosas, étnicas, de Argelia, de Chipre, de Kosovo. Sin que el alejamiento de los centros de decisión o el desplazamiento de los ejes económicos -del Mediterráneo al Atlántico, en las síntesis de Braudel, Carande, Elliott y otros- haya minorado la intensidad.
EE UU lo ha entendido, prestando atención creciente a la centralidad mediterránea
Sede también de las soluciones, como corresponde a sus pueblos imaginativos, libres para vivir su propio destino. En cumplimiento de la máxima presocrática, ¡cómo no mediterránea!, todo pasa, nada permanece. Los encontronazos de ayer son oportunidades de reencuentro; la proximidad obliga al entendimiento. Griegos, turcos, eslavos, han cambiado de territorio en operaciones de limpieza étnica que hoy alarman y apenas hace un siglo que se produjeron. "Un territorio sin pueblo, para un pueblo sin territorio", y ya tenemos servido uno de los ingredientes del conflicto palestino-israelí.
Y el olvido. Así los Balcanes. Carla del Ponte apuntaba que todos se preparan para un nuevo (¿!) conflicto. En el centro de Europa. Y ello pese a los esfuerzos desplegados con intensidad y perseverancia por la Unión Europea y la colaboración de los Estados Unidos de Dayton a hoy mismo.
Están los intereses, de nuestros pueblos, pero también de quienes nos contemplan como factor de una estabilidad que desborda nuestro espacio. Una política de Nueva Vecindad. Admitamos el término, aunque al vecino no lo elige uno, está y es. Un nuevo Oriente Próximo Amplio. Cooperación económica, estabilidad productiva, aseguramiento de las provisiones de petróleo. Reforzamiento de los vínculos financieros. Construcción de una gobernanza transparente, y, al final, sociedades abiertas y democráticas. Por este orden, más o menos. Cooperación al desarrollo en todos sus aspectos, de la que buena prueba dan los gobiernos de España y de sus autonomías y ciudades, en una suerte de diplomacia subestatal. De proximidad, ante los nuevos retos en el escenario global, de China a la alargada influencia asiática de Turquía, lo que abre una nueva perspectiva a esta ampliación de la UE. Y Alianza de Civilizaciones, que de modo inevitable tiene su referencia en el Mediterráneo.
Los Estados Unidos lo han entendido, prestando atención creciente a la centralidad mediterránea. Cierto que conseguir "su" república islámica en Irak no es justamente un éxito; o que el apoyo incondicional a los muros israelíes no es signo de concordia. Sin duda alguna, nada sin los Estados Unidos, todo con la Unión Europea y los pueblos de ambas orillas. El Mediterráneo ha dejado de ser para los Estados Unidos, el lago surcado por la VI Flota en los tiempos de la guerra fría.
La convergencia entre la fortaleza económica y moral de la Unión Europea y la lógica de los intereses norteamericanos son claves para recuperar la confianza de los pueblos del otro lado.
El combate contra los fundamentalismos no concierne, sólo, al islam. La intransigencia ha "contaminado" a cristianos evangélicos, católicos, de Tim LaHaye a los franciscanos de Bosnia, agregando la ortodoxia eslava. Este componente es de difícil aceptación por quienes apuntan tan sólo a las condiciones económicas y sociales de los pueblos del sur como base para el radicalismo. Cierto que contribuyen, pero la creencia se "emancipa" y contribuye a la exasperación, amén de procurar una cobertura para las acciones más execrables.
Al término de alguna de mis visitas mediterráneas se me interroga: "¿Cómo lo ves?". Y yo: "Con optimismo". Mi gesto parece no acompañar la respuesta. "Bueno, es que tal vez mi optimismo no está bien fundamentado", agrego.
La acción norteamericana no va, aún, de la mano de la europea. Los instrumentos y los programas han tenido resultados más bien modestos. Las relaciones económicas, sociales, políticas, entre los países del sur o del este del Mediterráneo son inexistentes o escasas entre sí. Salvo la balanza energética, intercambios desequilibrados; la emigración tratada como un problema de orden público, y caldo de cultivo de la exclusión en las ciudades del norte. Instrumentos sin desarrollar, desde el Banco Euromediterráneo hasta la aplicación de los programas de cooperación de la Unión Europea. Y, sin embargo, se ha avanzado desde 1995, gracias a esfuerzos de todos por evitar la ruptura e incluso por consolidar espacios de encuentro, desde la estabilización de los Balcanes hasta la Hoja de Ruta, y los sucesivos acuerdos de la Unión Europea con el Magreb, así como el reforzamiento de los vínculos económicos, de la mano de la iniciativa privada y de las instituciones: acuerdos de libre comercio, apertura de negociaciones con Turquía.
La nueva centralidad del Mediterráneo reconocida por Albright y el Council of Foreign Relations norteamericano debería servirnos para implicar a los EE UU e impulsar mayor ambición a BCN+10.
Estas reflexiones no son de despacho. Conciernen a la sociedad civil, como recogen la encuesta Deluphi del IEMed, el Instituto Europeo del Mediterráneo o los contenidos del Anuario del Mediterráneo elaborado y publicado conjuntamente por el IEMed y Cidob. Conocimientos que habrán de ser tenidos en cuenta por los actores del proceso que se reemprende ahora, en Barcelona, con presidencia británica de la UE.
Ricard Pérez Casado es doctor en Historia Contemporánea.
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