Todos los días un plátano
"QUE NOOOOOOOOOOOOO, que no he visto todavía la película de Woody Allen. Que noooooooooo, que todavía no la han puesto aquí. Que síiiiiiiii, que es una vergüenza que no le financien las películas en su propio país. Que síiiiiiiii, que los americanos son horriblemente puritanos. Que noooo, que no le perdonan lo de Soon Yi. Pero, ¿qué puedo hacer yo, quemarme a lo bonzo?". Esto es un extracto de la conversación que mantengo vía telefónica o vía correo un día sí y otro también. Y ahora yo les digo: es muy difícil ser española y vivir en América. No por los americanos, que a ellos "España se la suda" (por parafrasear la que se ha convertido en la frase del año), sino por los españoles, que consideran imposible que vivas en el Imperio y no acabes volviéndote un cretino. Ellos dan por seguro que más tarde o más temprano harás como Diana, aquella heroína inolvidable de la serie V, que de pronto se quitaba la careta y aparecía la lagarta que llevaba dentro. Yo (concretamente) la lagarta que soy la llevo fuera. Hay escritores, artistas y toreros que hacen declaraciones públicas tales como: "No pisaré Estados Unidos mientras esté Bush en la Casa Blanca". Yo (concretamente) encuentro que es una declaración muy simpática. Denota la alta concepción de sí mismo que tiene el que la pronuncia, que probablemente imagina que Bush va a ser inmediatamente informado del boicoteo de ese español valiente y se va a deprimir un huevo. Ahora, con esto de que aún no se ha estrenado la película de Allen, parece que me achacan alguna responsabilidad, como si el hecho de vivir aquí me hiciera cómplice de ello. ¡Pero no soy la única que vive aquí! El propio Allen vive aquí. A veces dice que vive en Londres, pero no, él rueda y se vuelve. La realidad, y él lo dijo en una película, es que a los manhateños les resulta muy difícil vivir fuera de Manhattan. Si el manhateño no conoce ni Nueva York. Al manhateño, un poner, Brooklyn se la suda, y Harlem y el Bronx. Más aún, el manhateño, si puede, no mueve el culo de su barrio. Al manhateño del Oeste se le hace un mundo ir al Este y lo justifica diciendo que los del Este son gente muy estirada y muy poco creativa. Y lo alucinante es que el Este y el Oeste están separados por una calle. Pero para el manhateño esa calle es el abismo. "Yo soy del Oeste", te dicen. Ay, hijo, pues usted perdone. Woody Allen es como más del Oeste, por aquello de judío y artista y de que se lió con la hija adoptiva de su señora. Eso del más del Oeste. Pero hace unos años se mudó al Este. ¿Por qué? Ay, no sé, yo hasta ahí no llego. Se vino al Este con su nueva señora a vivir a una casa de cinco plantas y veintiocho teléfonos. La casa estaba ahí mismo, enfrente de mi casa. Pero se ve que se hizo la picha un lío con los veintiocho teléfonos y se ha mudado a un apartamento, que también está ahí, enfrente de mi casa pero en zona elegante. La gente me pregunta que si lo he visto alguna vez. Pues no, no lo he visto. O a lo mejor lo he visto y no lo he reconocido porque hay un tipo de señor mayor progre que viste, anda y mira como Woody Allen. Es un señor que cree que parece europeo, pero no, para nada, es manhateño, y pasó la niñez comiendo ketchup y bagels, y no fue el gafotas esmirriado que nuestra imaginación cinéfilo-europea imagina, sino un chaval deportista, y parece cosmopolita, pero sólo conoce el mundo a través de los restaurantes multiculturales que hay en su calle. A mí me parece bien. Es un tipo de paletismo con el que me identifico bastante. Dicen que el nacionalismo se cura viajando. Pues tampoco. Hay gente que viaja que dice muchas tonterías. Hay tontos en cinco idiomas, como decía Azaña. El caso es que la película no se ha estrenado. Y la verdad es que hay mucho neoyorquino que tuerce el gesto cuando le preguntas por Woody Allen. Gente que parece moderna, liberal, acaban confesando que hay algo que no, que el personaje de sus películas les resulta pesado y que aquello que hizo, lo de las polaroid de Soon Yi, que se pasó tres pueblos. Woody Allen, en una entrevista en el Vanity Fair, no se achica, dice que ojalá la Farrow las hubiera encontrado antes. Y luego se lamenta por ser viejo. Aquí un hombre de 70 años es muchísimo más viejo que en Europa, aquí es un abuelo que debería estar en Florida jugando al golf con otros abuelos judíos. Sabe que su asilo está en Europa, pero él es manhateño y esto tira, tira mucho. Es su casa.
Dice que ahora hace cuentas frecuentemente: si su padre vivió hasta los 100 y su madre hasta los 96, igual él puede vivir hasta los... Y desayuna, desde hace años, un plátano cortado en siete trozos. Si la vida le ha ido bien, dice, cortándolo en siete trozos, ¿para qué arriesgarse cortándolo en seis? Me acuerdo que un amigo americano me dijo: "Cuando estuve en España en todas las estanterías había películas de Billy Wilder, de Woody Allen y libros de Paul Auster, ¿por qué? Vaya, están bien, pero tampoco es para tanto". Yo, la verdad es que sentí orgullo de que fuera a casas españolas con tantas estanterías.
Cuando cuento esto, todo el mundo dice: claro, es que los americanos son unos ceporros, y entonces yo digo: vaya tampoco es que nosotros hayamos sido especialistas en tratar bien a nuestros artistas. Y es decir yo eso, oyes, y montarse el pollo: y ya sale lo del Estatut-Españamelasuda-eltripartito-loscuras-jiménezlossantos-lacuatro-pixiedixit-elplaneta-en fin, que si lo sé no llamo, tío.
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