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DIETARIO VOLUBLE
Columna
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Perdón imposible

1

Me encuentro a Javier Coma por el paseo de Gracia y me habla de Hollywood. Por su físico, Javier Coma habría podido ser el protagonista ideal o el villano secundario de muchas películas de serie negra. Bastaría que hubiera actuado tal como es él mismo para componer cinematográficamente un personaje inolvidable. Ha escrito Javier Coma infinidad de excelentes libros sobre el mundo del cine, y la próxima semana aparece su Diccionario de la caza de brujas: minuciosa, puntillosa, detallada exposición del drama de las listas negras de Hollywood. Descubro de pronto que se sabe de memoria los índices onomásticos de algunos de sus libros. Al preguntarle si en su diccionario sobre las listas negras del Hollywood de McCarthy aparecen los imputados que terminaron suicidándose, los nombra de carrerilla, como si compusieran un equipo de fútbol: Louis Adamic, J. Edward Bromberg, Philip Loeb, Don Hollenbeck, Frances Sage... "Y hasta hubo un suicida que antes fue asesino, Howard Rushmore, que se mató en 1958", me dice, sin darse cuenta de que me está dejando pasmado.

2

Hasta el gorro de Franco. Hemos pasado la semana debatiendo bajo palio. Si hubiera dependido de mí, la cuestión se habría acabado pronto: perdonar a ese asesino es imposible. Los debates nos han desviado a veces de la inquietante actualidad. Por ejemplo, mientras debatíamos, nuestros presos de cuello duro se las iban ingeniando para acortar sus condenas, y pronto los veremos a todos en la calle. Por ejemplo, mientras debatíamos, la inocente niebla y una grave histeria colectiva se apoderaron de nuestros aeropuertos el miércoles y el jueves. A mí me cogió de lleno, fui víctima a la ida y a la vuelta. ¿Por qué no hay un AVE entre Madrid y Barcelona? Desesperación, desprecio al cliente, humillación, franquismo puro. No sé por qué quieren ahorrar tanto. Está bien que Iberia cobre a bordo hasta un vaso de agua, pero no debería ahorrar tanto en información al cliente. Cuando por fin volví a casa, en la televisión había un dulce debate sobre Franco. De nuevo todos bajo palio, y eso que el dictador no merece ni el perdón de Dios.

3

Con altos tacones, gran bronceado, vestida de rosa salmón y con Rajoy al lado, voz nasal y ancha sonrisa, y Marsé que se aguante: ya es la primera de las listas (de ventas).

4

Hasta ahora mis estancias en Lisboa habían sido poéticas, pero en esta ocasión llegar a la ciudad e ir directamente a El Corte Inglés de la avenida de Aguiar (un acto cultural en su séptima planta) me ha dejado con una sensación de negación de cualquier movimiento; ha sido como si no me hubiera movido de El Corte Inglés de la plaza de Catalunya, pues el edificio de Lisboa es el clon perfecto de sus homólogos ibéricos.

Viajar para esto.

Me ha hecho recordar la sensación de anulación del tiempo y del espacio que tuve por primera vez en 1990 cuando fui a México con la inquietud y expectación lógica del viajero que no ha estado jamás allí. Catorce horas de vuelo; un comandante que en el aterrizaje nos dio un importante susto; dos horas y media de taxi hasta llegar al hotel; entrar en la habitación confiando en dormir pronto y, al abrir por un momento el televisor, encontrarme (Canal 24 horas) precisamente con aquello de lo que había huido y para lo que había emprendido un viaje tan largo. Mi tierra, mis raíces. En la pantalla, el presidente Pujol hablando de los presupuestos del Estado. Cuando al día siguiente desperté, creí que Pujol seguía allí.

5

Un aforismo de Hipólito G. Navarro: "El dinosaurio estaba ya hasta las narices".

6

Son para mí días de penitencia por haber opinado precipitadamente sobre la luminosa y muy activa Biblioteca Fuster de la plaza de Lesseps. La juzgué con ligereza y ahora he cambiado de opinión; después de todo, este dietario será voluble o no será. En el ínterin, además, ha sucedido algo importante: me he enterado de que la familia de mi mujer son parientes de Ferdinand de Lesseps. Desde que lo sé, voy más a esa plaza (que ahora considero algo mía) y paso por delante de la Fuster y me acuerdo de mi error al encontrar aséptico ese bullicioso edificio que sin duda da y dará vida al barrio. Aunque ahora -lo pido en nombre de mi pariente Lesseps- habría que ir pensando en la contigua y horrible Travessera de Dalt, cuyas mejoras no parecen estar en horizonte municipal alguno.

Y son días también de penitencia y remordimiento desde que un libro de José Antonio Millán, Perdón imposible, me ha hecho ver lo injustificable que era llevar, por mi parte, tantos años desatendiendo a los signos de puntuación. El libro de Millán me ha hecho reconsiderar, por ejemplo, mi absurdo olvido de los puntos y coma, y ahora no hay frase en la que no vea la necesidad de incorporar algún que otro punto y coma en ella; me he vuelto un fanático, un talibán del punto y coma.

Perdón imposible, guía genial sobre la historia de los signos, nos recuerda lo útiles que pueden sernos éstos a la hora de, por ejemplo, expresar muchos matices. Éste sí que es un libro de autoayuda, aunque a algunos, como es mi caso, nos haya dejado puntillosos hasta la exageración. Inteligente y ameno, el libro nos recuerda, entre otras cosas, cómo el solo hecho de mover una coma puede alterar no sólo el sentido de un escrito, sino el futuro de una persona. Y toma su título de un rey de España que conmutó una dura resolución ("perdón imposible, que cumpla su condena") por ésta, mucho más clemente: "Perdón, imposible que cumpla su condena". En fin. Se admiten apuestas. ¿Saldrán todos juntos los reos de cuello duro? ¿Se irán con Iberia en un día de niebla a buscar sus tesoros enterrados?

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