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Columna
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Mujeres

Cuentan que un día Goya, con la osadía del genio, le dijo a la duquesa de Alba: "Puedo desnudarla igual que puedo pintarla. Ahí es donde le saco ventaja a Velázquez. Me dejo llevar por el instinto. Mezclo los colores con semen".

"Lo que haga con los colores, señor, es asunto suyo", le respondió ella, "me pintará de memoria. Me pintará cuando se quede solo. Recordará a todas las mujeres que ha conocido, a todas las que, como tan elocuentemente dice, ha desnudado; cerrará los ojos y las volverá a ver. Y entonces, pondrá toda su energía, toda su virilidad, toda su destreza en recordar qué es lo que distingue cada milímetro cuadrado del cuerpo de la duquesa de Alba, del cuerpo de cualquier otra mujer, de ahora y del futuro".

Desde luego se trata de una respuesta que Goya no debió de olvidar en su vida. Decía Virginia Woolf, que en los libros de historia las mujeres no aparecían sino como fantasmas invisibles, a excepción de alguna dama principal, como sin duda debió de ser la duquesa de Alba. El próximo jueves, día 24, se presenta en el colegio mayor rector Peset una Historia de las Mujeres en España y America Latina, dirigida por Isabel Morant y editada por Cátedra, en la que se desvela la memoria de esta mitad silenciada de la humanidad. En el prólogo de la publicación se apuesta por una perspectiva de la historia que no siempre es visible, sino latente como el transcurso del invierno o la fragancia del pan que asciende por las chimeneas de las cocinas. A través de las calles hambrientas y seculares un grupo de historiadoras se esfuerza por reconstruir la vida de las mujeres del pasado: el parto, la maternidad, el miedo... Pero además de los grandes asuntos colectivos, también hay un lugar para la mujer individual, sometida unas veces a las normas que la constriñen y otras veces rebelándose contra ellas hasta convertirse en dueña de su destino, como fue el caso de la duquesa de Alba o de Teresa de Ávila, que nació en el seno de una familia de judíos conversos, y fue una niña de carne y hueso, lista, y aficionada a la lectura, y una joven atractiva y díscola, que no dudó en desobedecer la autoridad paterna y escaparse de casa a los 17 años para romper un compromiso matrimonial.

Algunas de las investigadoras que colaboran en el proyecto han indagado en las quejas que muchas mujeres anónimas dirigieron a la justicia contra los derechos que les negaban sus maridos o sus familias. Pero esta no es una historia victimista, ya que aunque las mujeres ciertamente sufren la acción del poder, también lo utilizan a su favor cuando pueden. En realidad, se trata de una historia que rompe la convención sobre el tiempo. Porque frente al tiempo oficial que divide los periodos históricos en compartimentos estancos, está el tiempo de la vida, que en el fondo, es el único real, el tiempo en el que amamos, dudamos, crecemos y cambiamos. Ese es el tiempo de esta Historia de las mujeres en la que desaparece la frontera entre lo público y lo privado, y en la que cabe de igual manera el cuarto en el que da a luz una campesina como el viaje que hace, desde la ciudad castellana de Palencia hasta tierras francesas, una reina anciana de 80 años, llamada Leonor de Aquitania, con su nieta Blanca, que aún no había cumplido los doce, para entregarla como moneda de pago. La travesía de una abuela y una niña a través de los Pirineos nevados, tiritando, con los ojos vueltos hacia dentro, como si aquellos fantasmas de los que hablaba Virginia Woolf por fin hubieran cobrado vida.

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