Tejedora de hilos de luz
A pesar de su nacionalidad portuguesa, María Helena da Silva (Lisboa, 1908-París, 1992) fue, junto a su marido, el húngaro Arpad Szenes, una de las figuras más estimadas de la abstracción lírica francesa. Es cierto que nunca perdió contacto con Portugal, pero, desde 1928 hasta la fecha de su muerte, residió en París, salvo los años de la Segunda Guerra Mundial durante los que estuvo refugiada en Brasil. Aunque la razón de instalarse en París fue su vocación artística, su madurez como pintora y el correspondiente reconocimiento datan de después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se produce una nueva eclosión colectiva con el triunfo del informalismo, orientación en la que Vieira da Silva se integró, pero de una forma muy personal. En España, se ha podido contemplar su obra en panorámicas de la abstracción lírica e, incluso, en la Fundación Juan March, mediante una muestra antológica personal, pero hasta ahora no se había exhibido su pintura en una galería privada, lo cual es un dato relevante a tener en cuenta, sobre todo, porque lo que ahora nos presenta la galería de Leandro Navarro es un conjunto con casi 30 piezas, cuadros, dibujos y grabados, que están fechadas entre 1950 y 1991.
VIEIRA DA SILVA
Galería Leandro Navarro
Amor de Dios, 1. Madrid
Hasta el 9 de diciembre
En relación con el amplio nú-
mero de obras reunidas para la ocasión y la cronología que las abarca, se puede afirmar que nos encontramos con una selección muy completa de la madurez de esta refinada y muy sutil artista, que mezcla la ambiciosa panorámica de una gran perspectiva urbana con unos trazos entretejidos con la caligrafía minuciosa de un Wols o un Michaux. Esta mezcla entre lo constructivo monumental y la urdimbre temblorosa de un dibujo afilado hacen de sus composiciones algo muy peculiar, donde se superponen el haz y e envés de la realidad, lo racional y lo onírico, lo contundente y lo frágil, lo objetivo y lo íntimo, la superficie y la profundidad. Su gama cromática fue casi siempre delicada y armoniosa, con azules pálidos, grises, blancos, sienas o marrones y verdes muy diluidos y rebajados. Creaba así como atmósferas de luz, que brillaban con un repiqueteo cuadriculado, cual si fijara el resplandor con las miríadas de las teselas de un mosaico. Vieira da Silva supo también sacar la sustancia sensual de la luz, un poco a la manera de Nicolas de Stael, con esos efectos lechosos de la bruma caliginosa. Cada vez que volvemos a mirar sus cuadros, se mantiene viva esa impresión de perdernos por un mundo sin fondo, pero que conserva calidez emocional y la delicadeza de una pieza musical para clave, donde el orden tiene unas resonancias cristalinas. El misterio y la melancolía tienen en ella el eco enervante del rumor tranquilo de un mar encalmado al romper sobre el litoral. Vieira da Silva es como una encajera de hilos luminosos.
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