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Columna
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Yo pongo tres a uno

Cada vez que llega un partido de verdad importante para el Real Madrid, ya sea una final de la Copa de Europa o un encuentro como el de pasado mañana contra el Barcelona, lo primero que hago es llamar a Javier Marías, que como todos ustedes saben es rey además de escritor, pues ostenta el título de monarca del Reino de Redonda, para saber cuál es su pronóstico. No se trata sólo de una superstición que, de hecho, siempre nos ha dado suerte, sino de una de las obligaciones del cargo diplomático que ostentó en Redonda, que es el de cónsul ante el Real Madrid C. de F. Las predicciones de Javier eran ayer pesimistas y el marcador que, no sé si por curarse en salud, se veía venir, me puso los pelos de punta: ni más ni menos que un cero a tres. Cuando se lo comenté a mi compañero de asiento del Bernabéu, el poeta Luis García Montero, se puso de color penalti. En cualquier caso, el mundo de la literatura, exactamente lo mismo que los demás mundos, también está partido en dos, igual que si fuese una naranja, y los escritores no son distintos a las demás personas, de forma que los hay de dos tipos: del Madrid y antimadridistas. Y entre estos últimos ocupan un lugar muy especial los queridos compañeros del Barcelona, que ahora viven una época de buen fútbol que nos tiene muertos de envidia.

Para pulsar cómo estaban los ánimos por aquel lado, llamé a Enrique Vila-Matas, que suele ser más bien fatalista, para ver si al menos el pánico de Marías podía empatar con el suyo y así volvíamos al empate a cero. No sólo no sirvió, sino que lo único que hice fue empeorar las cosas, porque Vila-Matas predijo exactamente el mismo resultado que Marías: cero a tres. No sé qué tal noche habrán pasado ustedes, pero la mía ha sido horrible, no hacía más que oír en mi cabeza una especie de campanas fúnebres que repetían cero a tres, cero a tres, cero a tres...

Cuando llega un Real Madrid-Barcelona no sólo es que el estadio Santiago Bernabéu le quite durante unos días a la puerta del Sol el kilómetro cero, sino que el fútbol se adueña de las conversaciones como si una abreviatura de los jugadores le corriese por la lengua a todo el mundo y hasta parece ser capaz de cambiar las leyes del tiempo: de pronto, hasta que no pase el sábado, aquí no hay más que futuro y ganas de entregarse a las cavilaciones, los indicios y las apuestas: el factor campo, las estadísticas, tal o cual jugador que se recupera de sus lesiones, que estará en el banquillo o que viene a Madrid con ganas de revancha.

Yo, por mi parte, voy a vaticinar un tres a uno, naturalmente a favor del Madrid. Cada vez me gusta más el fútbol, creo que en la misma medida en que cada vez me gusta menos la realidad. Si se fijan, el deporte se ha convertido en un ejemplo de tolerancia y modernidad que ya quisiera para sí, por ejemplo, la política. Olvídense de los cuatro cretinos que hay en todas partes, haciendo uh, uh, uh a los jugadores de color y sacándose cruces gamadas del hueco del cerebro, y dense cuenta, por una parte, de lo sana que es para los ojos la imagen irreverente de los jugadores, con sus peinados cubistas, su ropa informal, sus tatuajes y demás; y, por otra parte, no olviden lo que era y lo que es un campo de fútbol como el Bernabéu o el Camp Nou: ochenta o cien mil personas que se reúnen civilizadamente cada fin de semana o cada miércoles europeo para divertirse con su equipo y que hasta cuando les avisan de que va a estallar una bomba, como nos pasó hace no mucho en el Bernabéu, son capaces de desalojar el campo con una calma modélica.

A lo mejor es que el fútbol ofrece una inmejorable muestra de lo importante que es en esta vida saber tomarse en serio las diversiones y un poco en broma las cosas importantes. Y también de lo sencillo que resulta, si uno quiere, llevarse bien con los rivales de cualquier tipo, porque sólo son necesarias dos cosas: respeto y buena educación. Qué fácil es pasar noventa minutos en tensión mientras ves un Madrid-Barcelona y al acabar, sea cual sea el desenlace, darle un abrazo a los amigos que son aficionados del otro equipo, gastarse unas bromas e irse a cenar con ellos, como hacen los propios futbolistas. ¿Y si los hinchas de fútbol le diéramos unas clases a algunos diputados que yo me sé?

Señor, qué largos van a ser este jueves y este viernes.

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