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Columna
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Gusto por la conspiración

Tan pronto la consejera de Bienestar Social, Alicia de Miguel, se descolgó en la tele autonómica diciendo aquella nadería de que hay que reprimir la corrupción en el partido y en la sociedad se dispararon las alarmas y el Estado Mayor del PP indígena urdió la respuesta para neutralizar la andanada: se trataba, dijeron, de una conspiración zaplanista. Era, pues, una maniobra orquestada por el ex presidente para castigar el flanco más débil del Consell. Conociendo a la presunta denunciante -decimos de la consejera- y las circunstancias en que se produjo la declaración, costaba digerir la pócima, pero nunca se sabe a ciencia cierta hasta qué punto ha llegado el navajeo en el seno de la familia popular, decididamente escindida y con ánimo fratricida si hemos de creer lo que cuentan las partes.

Donde no hay duda de que ha funcionado una variante conspirativa ha sido en el tránsito del diputado popular Francisco Javier Tomás -mucho nombre para un vulgar tránsfuga- a la facción blavera de García Sentandreu. En este episodio, y al decir de quienes fueron hasta la víspera sus compañeros de siglas, sí ha mediado la premeditación, por más que al mozo se le oyese decir en alguna ocasión que debía ponérsele freno a la corrupción. Algo que no sólo él pensaba y proclamaba de puertas adentro. Ahora se ha constatado que el insustancial fulano, perito en soplar la armónica para amenizar jolgorios, se estaba preparando la felonía so pretexto de sentirse allanada la honradez. Los hay con una jeta descomunal.

Y nos preguntamos: ¿también en este salto a la deplorable fama del tal Tomás hay que percibir la larga mano del ex presidente de la Generalitat y hoy portavoz del PP? De ser ello así, ¿cuál sería su ganancia, al margen de darle gusto a sus presuntos instintos vindicativos contra el hoy molt honorable? Una interpretación delirante y pueril, no obstante ser asumida por fieles -ignoro si pocos o muchos, pero sí cualificados- del actual presidente y líder de tan solo un sector, aunque mayoritario, de su partido. Mucho más apremiante que entender qué ha pasado con este individuo -cuatrero de escaños, se le ha intitulado- nos parece analizar el porqué y cómo se ha llegado a tal situación, pues solo faltaría que cundiese el ejemplo y el partido del gobierno, tan infatuado de su hegemonía y gestión, se viese un día obligado a negociar con un colectivo fascistoide.

Nos hemos referido a una hipótesis extrema, pero no descartable, siendo así que el aludido colectivo polarizado en torno al anticatalanismo es financiado por un sector social, minoritario, reducido a la capital y patético, pero que le dota con largueza de recursos económicos. Y lo que es peor: desde el mismo seno institucional recibe alientos que resuenan como trallazos a la democracia. Sólo hay que leer u oír algunos desahogos del presidente de la Diputación de Valencia o del mismo consejero portavoz sin cartera, compadres de ojeriza -e irracionalidad- a todo cuanto sopla del norte.

Y eso acontece mientras que el titular del ejecutivo soslaya el problema de corrupción que mina a su partido y no aborda -o no puede- el cisma que divide a su feligresía. Confía en que las encuestas le siguen favoreciendo. Pero eso no atenúa su responsabilidad cívica en el crecimiento de la carcunda. Esa sí es una conspiración peligrosa y deprimente.

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