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Columna
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Batiburrillo pop

Por el efecto del abigarrado montaje de la muestra, se percibe un parecido encantamiento como el que poseen los titirimundi. Eso se siente cuando se visita por primera vez el centenar de obras -gestadas mayormente en los años sesenta-, que lleva por título British Pop, ubicadas todas ellas en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Debido al montaje, con poco espacio entre obras, como digo, apenas queda tiempo para la reflexión. Prima la purpurina deslumbrante. En función de ese revoltijo la suma visual es un entrevero donde campea lo nuevo y lo diverso, la exultación colorística y la escuetez sombría, lo narrativo y lo fragmentario, el reportaje ideológico y el nirvana íntimo, entre otras causas y efectos.

Tras varias visitas es cuando reparamos en varios detalles fundamentales, expresados sin orden de prelación. Si bien al pop art británico le cabe el honor plástico de haber nacido con anterioridad al norteamericano, con el tiempo la mayoría de los primeros vivieron bajo las innovaciones de los segundos (éstos se llaman Rauschenberg, Jasper Johns, Rosenquist, Jim Dine, Wesselmann, Indiana,...). No se puede hablar del pop art británico sin asociarlo a la nueva figuración y, más concretamente, a la figura del irlandés Francis Bacon. En la exposición están las pruebas evidentes de ello en algunas obras de Hockney, Hamilton, Kitaj, Self y Phillips. Dados estos nombres, conviene advertir un cierto equívoco al incluir como artistas vinculados al British-Pop a David Hockney, R. B. Kitaj y Eduardo Paolozzi, ya que las obras presentadas en la exposición son ajenas al mundo del pop art. Las tres esculturas de Paolozzi tienen mucho de ídolos, las cuales, según el propio creador, "pueden ser fascinantes como los fetiches de un brujo curandero del Congo"; de ahí su interpretación animista de las máquinas que inventa.

La excelente serigrafía de Richard Hamilton es una de las 25 réplicas del collage que realizó en 1956, a la sazón pieza clave en la historia del pop art británico. De otro lado, se debe significar como representante del más puro pop art de las islas británicas a Peter Blake, en especial por tres de sus obras, tales como Señora tatuada (1955), Siriol, la diablesa de locura descarnada (1957) y La tienda de juguetes (1962). Destaca por su mundo personal, relacionado irónicamente con el atractivo y la ambigüedad sexualista, el artista de Southampton Allen Jones.

Con el paso de los años, son dos los artistas que han crecido por encima de los demás. Ellos se llaman David Hockney y R. B. Kitaj, pese a que las obras suyas presentadas en la exposición no sean de las más sobresalientes. Por el contrario, algunos de los que figuran en esta exposición han desaparecido del mundo del arte. Nunca más se supo de ellos. Resulta extraño, ¿verdad?

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