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Columna
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Dios es del PP

Hay noticias que son una metáfora, y cuando las lees es igual que si mirases por unos prismáticos, porque a través de ellas se puede ver otra cosa, más grande, que está a lo lejos pero ya se acerca a nosotros. Por ejemplo, los periódicos hablaban ayer mismo de un extraño suceso que ocurrió en Madrid cuando un matrimonio de nacionalidad ecuatoriana le pidió a su vecino que bajase la música, porque no podían dormir, y éste empezó a insultarlos con tal furia que decidieron refugiarse en su casa. No sirvió de mucho, porque el energúmeno cogió un mazo y abrió un agujero en el muro común de las dos viviendas para seguir insultándolos a través de él. Hasta que llegó la policía y "mandó a parar", como dice la canción.

Es curioso, pero en cuanto puse los ojos en esa información, que parecía el recorte de un libro de Kafka, imaginé a lo lejos al cardenal de Madrid y a sus compañeros de púlpito, caminando este sábado de Neptuno a Alcalá, tras una pancarta y en plan Rouco y sus hermanos, para protestar contra la futura Ley Orgánica de Educación que, según ellos, "relega la libertad religiosa." Bueno, y qué. No hay ninguna razón objetiva para que la Iglesia no pueda manifestarse contra un proyecto que no les gusta, por razones distintas, ni a ellos ni a otros muchos ciudadanos, desde los jóvenes del Sindicato de Estudiantes hasta gran parte de Izquierda Unida.

Lo que no deja de ser llamativo es que la Iglesia española sólo salga a la calle cuando se trata de abrirle agujeros a las tapias de un Gobierno socialista, y nunca si los que están en el poder son los suyos, hagan lo que hagan. Porque es obvio que son los suyos, ¿no creen? Es que Dios es del PP, por lo visto. Lo cual es un gran avance, porque en el pasado fue cosas mucho peores.

El cardenal de Madrid, de hecho, no sólo afirma que la LOE "deteriora la democracia", sino que consideró "oportuno" enviar a todos los sacerdotes de la ciudad una carta redactada por el Consejo de Laicos de su archidiócesis, para que fuera leída en misa, en la que se animaba a los cristianos a asistir a la manifestación contra un "proyecto de ley educativa que no da respuesta a los problemas de la enseñanza, no atiende a la formación integral de los alumnos y olvida los valores del compromiso y el esfuerzo; no resuelve el problema de la falta de autoridad del profesorado y no garantiza un nivel mínimo de enseñanzas comunes para las diferentes comunidades de nuestro país; no respeta el derecho a la libertad de enseñanza, ni el derecho de los padres a decidir la educación religiosa y moral de sus hijos". Democracia, libertad, derecho... son palabras hermosas, pero también pueden ser mentiras, como todas las del diccionario, si se usan como antifaz o como martillo.

Salvando casi todas las distancias, la carta del Consejo de Laicos que ahora impulsa el cardenal de Madrid me recordó la Carta Colectiva del Episcopado Español que promovió, al inicio de la Guerra Civil, el cardenal Isidro Gomá, arzobispo de Toledo, para hacer explícito el apoyo de la Iglesia española al Alzamiento Nacional, aquella en la que se calificaba la sublevación como "un plebiscito armado" y "un movimiento cívico-militar" que salía "en defensa del orden, la paz social, la civilización tradicional y la patria". Gomá escribió un libro fascista llamado Por Dios y por España, fue responsable de la Delegación Pontificia Castrense y en mayo de 1939 recibió la espada de Franco de manos del dictador, en la parroquia madrileña de Santa Bárbara, y ordenó que el arma se depositase, para su custodia, en el Tesoro de la Santa Iglesia Catedral Primada. Naturalmente, ni estamos en 1936, ni Rouco es Gomá, ni Rajoy es Franco, ni una manifestación es una asonada militar, pero una carta me ha recordado a la otra, sólo eso. La carta y, un poco, esas otras palabras, orden, patria, tradición...

Cuando el matrimonio ecuatoriano avisó a la policía, los agentes también fueron agraviados por el vecino que había abierto la pared, pero el hombre no fue detenido. Al día siguiente, cuando la mujer salió a la calle, la siguió insultando, desde la puerta de una bodega. La víctima ha declarado que los insultos prosiguen y que el agujero en el muro era cada vez más grande. Al final, como no hagan algo, cualquier día se va a caer todo el edificio.

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