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Columna
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Cuerpo de guardia

Apenas ha cambiado la estación y ya los creadores de la moda ofrecen el contenido de las venideras temporadas. Empieza a sernos cuestionable la pertinencia de tules, transparencias y desnudeces que jamás veremos en parte alguna y que tan bien sientan a las maniquíes porque están ideados exclusivamente para ellas. No quiere decir esto que las gentes se hallen dispuestas a endosar cualquier disparate, si aparece en el momento oportuno. Creo que ni Mary Quant se percató de la revolución puesta en marcha con la minifalda, apta para adolescentes desinhibidas y que luego -aunque sin pasarse- llevaría hasta la reina de Inglaterra. En este caso hubiera bastado prolongar la caída del ala de las pamelas para cubrir la parte alta de los ex imperiales muslos.

Con ser mudable e imprevisible la orientación de la moda, viene maravillándome el cambio sufrido por la silueta de la mujer, y la modificación de su morfología. De las opulencias de la Venus esteatopigia hasta la cintura de avispa y las generosas caderas, el cuerpo femenino ha experimentado más mutaciones que las impuestas en los talleres de los modistas. Lomos escurridos, traseros menudos, piernas largas, el cuerpo de la mujer se ha transformado de manera que pueda entrar en unos estrechos pantalones vaqueros. Aún recuerdo -años sesenta- de qué forma mi pareja, en aquel tiempo una veinteañera, se embutía en unos pantalones sumamente estrechos: enfilados hasta las corvas, se echaba en la cama y, tras una sucesión de pataleos gimnásticos -similar al que ejecutan los jugadores del Real Madrid, llamado "la cucaracha", para festejar el gol- y seguido de ejercicios respiratorios, lograba entrar en aquel continente inverosímil. Luego se conducía con naturalidad, quizá como las damiselas del XIX, oprimido el talle hasta la estrangulación por unos corsés diseñados para la tortura.

Hoy sucede algo parecido, aunque creo que los tejidos son más elásticos y se acomodan a las curvas en lugar de sofocarlas. La moda, a través de los tiempos, tuvo que ver con la comodidad del ser humano, desde la necesidad de cubrirse por el frío a la de airearse por los calores. En la ribera del Mediterráneo -donde parece que nace nuestra cultura- se cultiva el lino y el algodón, que proporcionaba el tejido de las airosas túnicas. En los fríos septentrionales, las telas gruesas y las pieles, los amplios y repetidos refajos y faldas hasta el suelo, aunque se descubrieran los hombros y parte del seno. Las modas femeninas del pasado siempre estuvieron de acuerdo en mostrar, alternativamente, la parte de arriba o la de abajo, el escote o las piernas. Hoy, entre las muchachas, se presenta en sociedad al ombligo, oculto durante tantos siglos. Atribuyo esta oferta visual a que hoy, nacidas las niñas en hospitales con personal competente, el corte del cordón umbilical se hace con criterios estéticos.

El cuerpo se expone como una muestra personal y gratuita de lo que pueden hacer la Naturaleza y la Moda con la morfología humana. Descartamos, aun sin quitarle ojo, a la anorexia y la bulimia, estadios extremos y patológicos. Guardiana de la especie, la silueta femenina cambia de modelo, según mi personal opinión, para mejorar, aunque la severa e implacable Naturaleza acabe por restituir, con el paso de los años, la implacable cualidad del tordo. Lo que se va en estética lo paga la sanidad, reñida con el estrangulamiento corporal. Estudios científicos solventes previenen de las ropas ceñidas en exceso, algo que conocían nuestros antecesores cuando, para el sueño, elegían una prenda tan útil como el camisón ambisex, que no oprimía la cintura, como los pijamas. También se publicaron preocupantes deducciones que atribuyen a los ajustados calzones masculinos una disminución de la capacidad sexual y un descenso apreciable de los espermatozoos. No cabe duda de que la moda actual magnifica y realza el cuerpo que nos ha correspondido, y nada sustenta la teoría de que otras apariencias sean mejores. De momento, no hay voces de alarma porque el estrechamiento de la pelvis femenina -conseguido en el gimnasio, con una dieta y penosos ejercicios- incida en su capacidad reproductora. Es plausible este afán por la canonización de la belleza, la vigilancia del exceso de grasa, aunque la sabiduría de la vida, en la mayoría de los seres, acabe convirtiéndonos en plácidas jamonas y grasientos fondones, respectivamente.

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