Llamaradas
Siluetas que se perfilan en la noche contra el resplandor de las llamaradas. Los periódicos y los informativos de las televisiones de medio mundo reproducen estos días escenas de esa índole en calles desoladas, y las multiplican. Los rotativos norteamericanos se han centrado en Argentina, donde las llamas resplandecían ante la reunión de Mar del Plata, donde 34 líderes americanos constataron sus divergencias sobre el establecimiento de un área de libre comercio en el continente. "Los manifestantes desprecian a Bush en la cumbre", rezaba un titular muy sintomático de lo afligida que está la moral de la primera potencia en el segundo mandato de los neoconservadores, antaño tan altivos y aguerridos. Las imágenes mediáticas inducen a cierta confusión porque el fulgor del fuego se parece en todas las latitudes, pero los focos de la prensa europea, y de una parte sustancial e influyente de la estadounidense, apuntan también a Francia, donde jóvenes de familias inmigrantes libran cada noche su peculiar batalla contra el sistema mientras los conservadores en el gobierno no parecen capaces de hallar la manera de atajar el conflicto sin echar más leña a la hoguera que consume automóviles, contenedores y edificios en un aquelarre de descontento. Opinan algunos que nace en los suburbios franceses un nuevo movimiento social. Es pronto para decirlo. De momento, las brasas urbanas constatan el fracaso de la política a una y otra parte del Atlántico. Una rebelión episódica surge aquí y allá sin que sea sencillo atisbar cuáles pueden ser sus horizontes. "Oleadas sucesivas de protesta contra la opresión, la explotación y la miseria han dominado la historia del mundo occidental desde los primeros años del siglo", escribía el historiador Norman F. Cantor a finales de los años sesenta en su famoso ensayo La era de la protesta. Tal vez no ha cambiado tanto la dinámica de fondo como pensábamos tras el derrumbamiento del muro de Berlín. Tal vez no ha concluido aquella era porque no han cesado tampoco las injusticias. Resulta, en todo caso, difícil vislumbrar si arde alguna utopía entre las llamaradas que devoran ahora las reservas de oxígeno del optimismo social.
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