En Dénia con John Dos Passos
Durante varios días, y aunque sólo a ratos perdidos que a fin de cuentas son los mejor aprovechados, me dediqué en la ciudad de Ann Arbor (Michigan) a descubrir textos de mis escritores favoritos. Y fue así como en la librería Border's, primer eslabón de esta gran cadena de librerías en los Estados Unidos, tropecé con una edición de la The Library of America dedicada a la obra poética, ensayística y viajera de John Dos Passos.
De este autor (1896 1970) recordaba tres excepcionales novelas que le dieron fama mundial: Manhattan Transfer, Threee Soldiers y USA, pero no tenía idea de que Dos Passos hubiera viajado del modo en que lo hizo ni a los lugares que lo hizo. Viajó pegado a la realidad, que era en ocasiones hostil cuando no muy incómoda. Y entre los lugares por los que mas se sintió atraído figura España, y dentro de España Valencia y, de Valencia, el litoral mediterráneo.
¿Acaso no deseábamos caer ambos fulminados ante esta monstruosa plantación de edificios?
Dos Passos afirma que en ningún otro lugar del mundo se sentiría mas feliz de morir siendo joven
En las librerías de la cadena Border's hay butacas a disposición de los clientes que pueden tomarse el tiempo que gusten para hojear los libros sin ser molestados. Y esto es lo que yo mismo hice con el volumen de Dos Passos hasta que, inesperadamente, tropecé con un poema dedicado a Dénia en el año 1916. En este poema, Dos Passos afirma que en ningún otro lugar del mundo se sentiría mas feliz de morir siendo todavía joven que aquí. "How fine to die in Denia young in the ardent strength of sun, calm in the burning blue of the sea..." Al poema, que es largo, le siguen otros textos en prosa todos ellos insuperables.
Noventa años después de que Dos Passos escribiera este poema en su primer viaje a Dénia, hemos regresado juntos al lugar de su oda. Hemos visitado primero el puerto, después hemos caminado entre turistas bajo los enormes árboles que ya pierden sus hojas en el Paseo del Marqués de Campo, y más tarde hemos subido al castillo del que también habla en ese poema a la ciudad. Por último nos quedamos inmóviles ante la profanación de estos montes que describió hace casi un siglo como hermosas y desnudas moles de ceniza.
De ponto me he preguntado si existiría en Dénia alguna calle dedicada a Dos Passos, por ser uno de sus promotores mas entusiastas. O si al menos se ha dado aquí su nombre algún hotel, o a algún bloque de nuevos apartamentos. A pesar de que Dos Pasos parecía resistirse a acompañarme en esta indagación, hemos entrado juntos en la Oficina de Turismo para interesarnos por la existencia de ese posible recuerdo. La empleada nos miró extrañada. El nombre de Dos Passos no le decía nada. El callejero no incluía su nombre. Quizá en el Puerto, dijo, encontraríamos un busto si es que se trataba de un célebre navegante. Dos Passos sonrió, o eso me pareció a mí cuando salimos de esta oficina para continuar con nuestras pesquisas en la librería Ex libris, que es muy recomendable por lo bien surtida que está. Pero aquí nos dijeron que ni siquiera tienen las obras de Dos Passos, aunque las podrían pedir. Dos Passos bajó la cabeza dándome a entender que no merecía la pena.
Luego fuimos a las Marinas y aquí el escritor parecía hundirse en el asiento del coche. No hablaba. Su silencio era la respuesta al horror de un paisaje de más de veinte kilómetros sembrados de abominables construcciones junto al mar. Ya no me atreví a recitar sus versos en los que ansiaba morir en Dénia todavía joven. Creo que él pensaba lo mismo que yo: ¿Acaso no deseábamos desaparecer ante esta monstruosa proliferación de edificios de una fealdad insuperable?
Nos alejamos de allí a toda prisa. Yo admiraba, y se lo dije a Dos Passos, el poemario Vagones de Tercera porque, entre otros méritos, esos poemas reafirmaban que el escritor no debe viajar con lujos ni comodidades para acercarse a un pueblo que sufre aquejado de toda clase de privaciones. Admiraba a Dos Passos, le confesé, más que a otros escritores de su generación, incluído Hemingway, porque a diferencia de éstos que perseguían trofeos comerciales en sus hazañas bélicas, él solo perseguía el testimonio de la realidad desnuda al margen de cualquier lucimiento literario. Lo elegía a él mucho antes que a Martha Gellhorn o que a Josephine Herbst. Más que al gigante Hemingway quien, movido por la rivalidad y la envidia, lo convirtió de amigo en objeto de desprecio y de sadismo. Todos eran moral y humanamente inferiores a Dos Pasos.
Después, para aprovechar al máximo nuestra visita, le ofrecí al amigo escritor una gira por el Museo del Juguete. Muchos de esos juguetes son de su época, modestos juguetes artesanales. Y él estuvo de acuerdo con la idea. De manera que entramos en este museo y en seguida nos llamó la atención la historia de un tal Santacreu Alemany, vecino de Dénia quien, como tantos otros, emigró allá por los años diez del siglo pasado a Nueva York, de donde regresó poco después para no perder sus ahorros con motivo del desastre del año 1929. Ya en Dénia, Santacreu creó su propia fábrica de juguetes en la que producía triciclos y coches de pedales de madera y algunos de metal, todos hechos y pintados a mano, hasta que la crisis del sector le obligó a cerrar su fábrica, como al resto de los jugueteros que desaparecieron por completo y casi al unísono en 1970. Dos Passos se quedó mirando un cartel de 1923 en el que un grupo de fabricantes comían y bebían muy satisfechos en honor al dictador Primo de Rivera. En su proclama decían: "¡Nos unimos al grandioso homenaje al Salvador de España, el Excelentísimo Sr. Don Miguel Primo de Rivera, con motivo del 5º Aniversario de su Glorioso y Patriarcal Gobierno!". Pero al menos uno de estos sonrientes jugueteros lanzaba una mirada de intranquilidad, como desconfiando de la bondad de los tiempos venideros. Mientras que otro, el señor Calabuig Doménech, se mostraba dichoso en su retrato después de pagar 22.500 pesetas por la compra de toda la maquinaria de una fábrica de juguetes en bancarrota. El firmante del documento encabezaba el escrito fechado el 15 de mayo de 1939 con estas palabras: "¡Saludo a Franco! ¡Viva España!". En la vitrina contigua, Calabuig desplegaba todo su muestrario de aviones militares, cocinitas de campaña, circos y dormitorios todo ello en miniatura.
Llegados a este punto, Dos Passos parecía impaciente por acabar la visita. Supuse que por hoy ya tenía bastante, que todo esto era seguramente excesivo para sus muchos años de ausencia y también de olvido.
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