"Papá, el león me miró"
Safari familiar en la reserva natural de Pilanesberg, en Suráfrica
Estás conduciendo por una estrecha carretera de tierra en la selva africana cuando de repente ves acercarse, por el mismo camino en sentido contrario, un enorme elefante con su cría pegada a la cola. Tú tienes a tus crías -en este caso, tres niños pequeños dentro del coche- detrás también. ¿Qué hacer?
Dentro de nuestro Nissan Sedán alquilado hubo división de opiniones. El otro adulto que estaba en el coche conmigo, padre de dos niños de 9 y 11 años, recomendó que siguiéramos como si nada, rozando al elefante si fuera necesario. Esto a mí me pareció una locura porque, aunque sé muy poco de animales salvajes, había oído por ahí que cuando sospechan que sus hijos corren peligro se pueden volver extremadamente agresivos. Otra posibilidad era dar marcha atrás y salir disparados. El que propuso esta opción fue el pequeñajo del grupo humano, mi hijo de cinco años. (El joven elefante debía de haber tenido como seis meses). Pero, si hubiera seguido su consejo, lo más seguro es que en dos segundos me hubiera rogado que siguiésemos adelante. Los elefantes estaban apenas a 40 metros y seguían, lentos pero seguros, caminando en nuestra dirección. Mi hijo oscilaba, visiblemente, entre la fascinación y el terror. Los demás, igual, sólo que no lo queríamos reconocer. Lo que hicimos fue no movernos. Habíamos llegado de Johanesburgo a la reserva natural de Pilanesberg hacía apenas media hora. Nada más instalarnos en nuestro hotel, abandonamos a las mamás y salimos precisamente en busca de este tipo de aventura. Esto en España no lo vemos todos los días. Huir hubiera sido un disparate, aunque cuando el elefante adulto estaba a 20 metros y empezó a agitar las orejas y la trompa y a mostrarnos el temible marfil de sus colmillos, empezamos a pensárnoslo seriamente. De repente sentíamos como si nuestro coche estuviera hecho de hojalata. No me quedaba la más mínima duda de que si el elefante quería liquidarnos, con un par de pisotones le bastaría. Decidí, siendo el conductor, dar marcha atrás, pero despacio, y sólo unos 10 metros. Quería enviarle un claro mensaje al monstruo de que era él el que mandaba. Recibió la señal. Dejó de agitar las orejas. Se tranquilizó y, haciendo una señal a su cría con la trompa, como un intermitente indicando un inminente giro a la izquierda, se apartó con nobleza del camino y a cámara lenta -y con una delicadeza digna de una bailarina- se introdujo, con su cría detrás, en la densidad de la selva. El contacto apenas había durado unos cinco minutos. Pero con eso ya habíamos justificado nuestro viaje. (Bueno, casi. Los niños se morían por ver un león). La euforia nos duró horas. Y no paramos durante días de recordar a las mamás lo que se habían perdido.
Pilanesberg está a dos horas por carretera del aeropuerto de Johanesburgo y a cinco minutos de Sun City, el Las Vegas del continente. Para vacaciones exóticas con niños no puede haber muchas alternativas mejores en el mundo. Es África, hay elefantes y leones (y cebras y leopardos y rinocerontes), es seguro (para el que no hace tonterías), y el nivel de los hoteles y los servicios es comparable con lo mejor de Europa. Se puede beber el agua de los grifos sin miedo y la malaria, en esta zona de Suráfrica, no existe. Y hay comunicación por móvil con España, o donde sea, casi permanente.
Habitaciones y cabañas
Uno se puede quedar en uno de los cuatro hoteles de lujo de Sun City. El Palace es un cinco estrellas de cine. O en uno de los lodges -hoteles rústicos con cabañas- cerca del complejo turístico, dentro de la reserva. Nosotros nos quedamos en el Kwa Maritane Lodge, el lugar perfecto para ir con niños. Hay habitaciones individuales de hotel, pero también lo que llaman cabañas, con una o dos habitaciones, salón de estar con sofás cama, cocina equipada, baños limpios con duchas calientes, televisores en los que se puede ver fútbol europeo en directo y una terracita con barbacoa incluida. La nuestra -llevábamos un niño, pero podrían haberse instalado dos cómodamente- costó 155 euros por noche. Existe la opción de cocinar allí mismo (hay un supermercado a cinco minutos) o de comer en el restaurante, donde los desayunos son extravagantes (zumos y huevos de todo tipo, panqueques, frutas tropicales, cruasanes...), y las cenas, abundantemente carnívoras (aquellos cuyos paladares exigen sutilezas ferranadrianescas, mejor se quedan en casa), y buen vino local.
En Kwa Maritane hay dos piscinas (una con un largo tobogán en espiral que volvió locos a los niños), pistas de tenis, mesas de ping-pong y billares, y una valla electrificada que impide la entrada de los animales, pero te permite verlos. Después de un par de días, uno se acostumbra tanto a ver cebras y ñúes pasar por la ventana que casi los deja de mirar, como si fueran vacas. Lo mejor de Kwa Maritane es un escondite al que se llega por un túnel subterráneo de cien metros, al lado de una pequeña laguna a la que vienen a beber los animales.
Si todo esto no provee de suficiente juerga, ahí al lado está Sun City, con sus vastos casinos abiertos día y noche, con sus cuatro campos de golf de primerísima categoría, y -como ocurre en Las Vegas, uno siente a veces que el agua debe de estar drogada- con una playa artificial de arena y un pequeño mar con olas; todo ello en el centro de Suráfrica, a 1.100 metros sobre el nivel del mar. Mejor todavía es la granja de cocodrilos, los más grandes en cautiverio que hay en el mundo. Cientos de ellos, de todos los tamaños y todas las edades. Se les puede ir a ver a la hora de comer, donde un guía contará que son capaces de moverse por tierra a velocidades de 25 kilómetros por hora y que viven hasta los 120 años. Un cartel al lado de donde vimos a media docena de estas bestias prehistóricas, una de ellas de cinco metros de largo, ponía "No Swimming" ("Prohibido nadar"). No me costó mucho convencer a mi hijo de que sería aconsejable hacer caso.
Lo mejor del viaje, para adultos y niños, fueron los safaris en coche por la reserva. Vimos, casi tan de cerca como a los elefantes, a tres rinocerontes, media docena de pumbas (jabalíes como los de El Rey León), una jirafa, y multitud de gacelas y cebras. Ah, y lo mejor, lo mejor de todo: en nuestra última mañana, desde el escondite de Kwa Maritane, a un león, con melena, bebiendo agua. Dentro del escondite había carteles advirtiendo de que debíamos permanecer en absoluto silencio. Pero mi hijo no pudo reprimir la emoción. El león, en medio de un trago, alzó la mirada. Cuatro, cinco, seis segundos. Y siguió bebiendo. Después, igual de despacio pero con más elegancia si cabe que el elefante, se introdujo en los matorrales y desapareció. "¡Me miró! ¡El león me miró!", exclamó mi niño al salir del escondite, y cada media hora durante el viaje de vuelta a casa. No dejará de contar la aventura hasta que acabe el año escolar.
GUÍA PRÁCTICA
Dormir
- Kwa Maritane Bush Lodge (00 27 14 552 51 00) es uno de los tres lodges de la cadena Legacy Hotels & Resorts (www.legacyhotels.co.za).- Golden Leopard (www.goldenleopard.co.za) es otra cadena con dos lodges.
Información
- Turismo de Suráfrica (0027 11 895 3000; www.southafrica.net).- Parques de la provincia del Noroeste (0027 18 397 15 00; www.tourismnorthwest.co.za).- Turismo de Pilanesberg (00 27 14 555 53 62).
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