Deberes con Etiopía
Para quienes vivimos en Etiopía, los acontecimientos de esta semana son una nueva fuente de preocupación. Desgraciadamente, lo sucedido es bastante peor de lo que ha venido reflejando su periódico: no son 23, sino probablemente más de 100, los que han muerto en los enfrentamientos con las fuerzas antidisturbios y el ejército (tanques incluidos) del miércoles pasado. Algunas de las víctimas, todas ellas por disparos de bala, son niños y mujeres cuyo único error ha sido simplemente estar en la calle en el momento equivocado, o intentar evitar el arresto de sus familiares y su incierto futuro junto a los otros 2.000 detenidos.
Es difícil que estas cifras se conozcan, entre otras cosas porque los activistas de derechos humanos que las proporcionaban a los corresponsales extranjeros se encuentran todos detenidos, al igual que los periodistas independientes, los miembros de la oposición y cualquier persona señalada (fundadamente o no) como opositor. Su único error, nuevamente, cuestionar la transparencia de las elecciones de mayo, que los observadores europeos no se han atrevido a calificar como auténticamente democráticas.
Desgraciadamente, la situación en Etiopía no interesa demasiado en Europa. Siendo justos, hay que reconocer al Gobierno sueco su llamada a la liberación de todos los detenidos. La Administración estadounidense, y la Unión Europea en su conjunto, ambas en buenas relaciones con el primer ministro Meles Zenawi, se han limitado a las consabidas llamadas a la calma. El Gobierno de Tony Blair, por ejemplo, que últimamente viene haciendo gala de su compromiso con el continente africano, calla significativamente. Es triste, pero parece que la lucha contra el terrorismo islamista (y Etiopía, con vecinos como Sudán o Somalia, es un peón importante) es más importante que el acceso a la democracia de 77 millones de africanos.
De Estados Unidos poco hay que esperar, pero de la Unión Europea, donante de cooperación para el desarrollo y primer socio comercial de Etiopía, se puede exigir algo más. Una postura más firme con el Gobierno etíope, que borre definitivamente su buena imagen ante la comunidad internacional, y medidas severas contra los dirigentes gubernamentales, y que afecten lo menos posible a la población, serían un buen comienzo.
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