Romper el maleficio del cante jondo
El nuevo espíritu de Málaga en Flamenco busca romper para siempre el maleficio del maltrato hacia lo jondo en una provincia con una exuberante herencia flamenca. El temprano éxito del mítico Juan Breva, que a finales del XIX ya cobraba sus actuaciones en oro, y el apogeo posterior de los cafés cantantes como el de Chinitas, gracias al trasiego derivado del puerto, hicieron de Málaga una referencia fundamental del duende y el compás. El hueco de los cafés cantantes lo heredó un tiempo la ópera flamenca. Con el desarrollismo de los sesenta, la mistificación del flamenco para los turistas recorrió la Costa del Sol y se produjo una degradación de los patrones estéticos.
En paralelo, los petulantes señoritos ejercían su mecenazgo del pellizco. Tras intentos como las Jornadas de Estudios Flamencos en los años ochenta, las instituciones por fin han dejado atrás su ignorancia hacia el cante grande y han asumido cierta tendencia a convertirse en los nuevos patronos de los artistas. "Espero que les den alas y no sólo un pesebre. Que no repitan el error del pan para hoy y hambre para mañana", opina el escritor Juan José Téllez.
Gonzalo Rojo achaca la falta de estrellas malagueñas en el olimpo mediático actual a un exceso de localismo: "La gente nunca ha querido dejar Málaga para tomar la alternativa en Madrid. Somos muy nuestros, y siempre surgía el que si hace mucho frío, y que me quedo con mi sol y mi playita...". Sin embargo, esta carencia no preocupa excesivamente a los expertos. "El flamenco no sólo vive de las estrellas, y en Málaga han surgido espléndidos jornaleros", relata Téllez. Los puntos fuertes del certamen son, junto al apoyo a los artistas de la zona, la descentralización hacia los pueblos, que le aporta un sello propio. El objetivo es consolidar una afición dispersa y respaldar la industria emergente, aún en pañales, y en parte atenazada por la piratería.
"El mundo malagueño ha ganado en autoestima", resume su responsable, Salvador Pendón.
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