Preocupante decadencia
Para mejorar la productividad, el autor cree indispensable elevar el nivel de ahorro en España, tanto público como de las familias.
El 31 de octubre de cada año, la comunidad financiera celebra el Día Mundial del Ahorro. Y, cada año por estas fechas, me tomo la libertad de transmitir públicamente mi interpretación sobre la evolución reciente de esta magnitud y sus posibles consecuencias para la economía española.
Durante años he venido avisando de los riesgos que una tasa de ahorro global prácticamente estancada -con un componente familiar en franca tendencia a la baja- puede tener para una financiación estable y sin sobresaltos de la necesaria capitalización física, humana y tecnológica de la economía.
Este año el mensaje es particularmente de preocupación por dos razones. La primera es que en 2005 todas las tasas de ahorro institucionales públicas y privadas son declinantes, lo que unido a la fuerte inversión en vivienda deja cada vez menos espacio para financiar la formación bruta de capital de las empresas. De forma que las necesidades de financiación exterior de la economía española pueden alcanzar un 7,5% o más del PIB (ese desequilibrio rondará el 6% del PIB para 2005 en Estados Unidos, paradigmático de desequilibrio exterior). El mayor endeudamiento exterior de España tras su integración en la unión monetaria no tiene las mismas connotaciones angustiosas que en el pasado, pero tampoco un país puede permitirse un crecimiento permanente de su deuda exterior, que comporta un encarecimiento en la carga financiera, con la consiguiente pérdida de competitividad y una dependencia exterior poco deseable.
La segunda razón es que, desde 2004, el ahorro bruto de las familias no cubre ni siquiera la amortización anual de sus pasivos financieros. Dicho de otra manera: las inversiones reales, la compra de activos financieros y parte de la amortización de su deuda acumulada se van realizando con nuevo endeudamiento, en un torbellino que amenaza con ser explosivo y coloca a las familias en una situación vulnerable en un contexto, como el inmediatamente previsible, de subida de tipos de interés.
Entre 2000 y 2003, las familias con su ahorro pagaban las cuotas de amortización de sus préstamos y créditos y aún les restaba un 5% para la compra de nuevos activos. En 2004, las amortizaciones superaban más de un 3% al ahorro bruto, y en 2005, según mi estimación, ese exceso se aproximará a un 40%. El ahorro baja y, como el endeudamiento y sus cuotas de amortización se elevan, la situación es cada vez más complicada.
Un aumento del ahorro global supondría, además, a corto plazo una moderación del gasto interno que contribuiría a aliviar las tensiones inflacionistas, que comienzan a crear expectativas alcistas siempre inconvenientes, a la vez que ayudarían a reequilibrar nuestro saldo exterior.
Pero a largo plazo, la necesidad del ahorro es aún más marcada. El problema de fondo de la economía española es su deficiente estructura productiva en el sector manufacturero. Se impone, de cara al futuro, una profunda transformación que prime la utilización de una tecnología más avanzada, de un capital humano más sólido y, en general, de toda capitalización que contribuya a elevar nuestra baja productividad. Y para financiar ese proceso hace falta más ahorro, cuya generación se encuentra dificultada en España por el creciente envejecimiento de la población y por el modelo costoso de organización del Estado de las autonomías.
La elevación del ahorro familiar no es fácil de forma inmediata, ya que detrás de ella hay, además de cuestiones psicológicas y de educación, motivaciones económicas, relacionadas con los tipos de interés y la fiscalidad personal.
Por otra parte, las cajas de ahorros y las entidades financieras en general ya tienen una oferta atractiva, difícilmente mejorable, de productos y servicios financieros a disposición de sus clientes. Por tanto, el peso del ajuste tiene que recaer sobre el sector público, cuyo ahorro también se ha estancado, perdiendo el dinamismo del que venía haciendo gala desde 1996. En ese sentido, los Presupuestos para 2006 tendrían que haber sido más exigentes -no basta equilibrar las cuentas públicas, la coyuntura actual hubiera exigido un superávit entre el 1% y el 2% del PIB en el conjunto de las administraciones públicas- y haber optado por una reestructuración del gasto más conforme con las necesidades de la economía española, más allá de décimas del PIB testimoniales.
Aumentar el ahorro es una necesidad imperiosa. No hacerlo, un riesgo grave para nuestro futuro. Hacerlo forzada e improvisadamente como consecuencia de una política monetaria más rigurosa del Banco Central Europeo, un peligro para el mantenimiento de una senda estable de crecimiento. Éste sí es un problema real, pero quienes pueden hacer algo para solucionarlo están entretenidos con otras cuestiones sin duda más importantes que el bienestar económico futuro de nuestra sociedad.
Victorio Valle es director general de la Fundación de las Cajas de Ahorros.
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