_
_
_
_
BALONCESTO | Liga ACB
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Sobre los ruidos

Pocos deportes como el baloncesto permiten tan variada lista de conceptos estadísticos. Desde los clásicos como puntos, rebotes, asistencias, pérdidas de balón y porcentajes de todo tipo de lanzamientos, hasta las más modernas como la valoración, supuesto resumen de todo. También hay estadísticas más sofisticadas, como esa que te cuenta que tal equipo gana un partido de cada ocho cuando permite más de 70 puntos, o la de tal jugador, que encabeza la lista de anotadores para regocijo de su agente, pero que resulta que en los últimos cuartos no es tan bueno como parece y su habitual porcentaje desciende en momentos críticos a menos de la mitad. Las hay hasta que rozan la tontería, como la que establece comparativas de triunfos en relación con la equipación elegida, como si hubiese colores más ganadores que otros. Oficiales y extraoficiales, básicas o secundarias, reveladoras o simplemente curiosas. A esta estrecha y prolija relación deportivo-numérica habría que hacerle un hueco para un nuevo apartado. Se mediría en decibelios y sería capaz de representar en un único dato el umbral de resistencia de jugadores y equipos al ruido a su alrededor y las distracciones que lleva consigo, entendido como ruido todo aquello que distorsiona desde fuera del terreno de juego el normal desempeño de una actividad. Existen ruidos que se oyen, como aquel que paralizó a Figo en su primera visita al Camp Nou con una camiseta blanca o el que excita a grandes competidores como lo era Drazen Petrovic y les empuja hacia sus mejores actuaciones. Y hay otros, más peligrosos, que al ser interiores, no los escucha nadie más que los propios involucrados. Uno de los protagonistas de este principio de temporada, Carlos Jiménez, es un ejemplo de las nefastas consecuencias que puede provocar más algarabía alrededor de un personaje de la que es capaz de soportar. Durante el último europeo se pudo atisbar el problema. Un jugador que había hecho carrera a base de una eficacia silenciosa se convirtió en centro de observación pública. Su futuro incierto y el sentirse con cien ojos encima terminó por provocar su actuación más desangelada con el equipo nacional. La solución, que por momentos pareció cercana, con el paso de las semanas ha ido ganando en complejidad y a cada paso dado por unos y otros, el ruido generado ha sido mayor. Tuvo que volver al equipo donde no quiere estar, su afición le señaló como culpable, el entrenador terminó condenándole al ostracismo y a día de hoy, uno de los mejores secundarios del baloncesto español ya no aparece ni en los títulos de crédito. Pero no sólo el jugador lo está pagando. El conflicto también está resultando excesivo para un equipo que tampoco cuenta con el cuajo necesario para afrontarlo. Más pendientes del asunto que del juego, Estudiantes ha terminado perdido y desorientado. Observando los datos que ofrece la realidad, sólo se encuentran perdedores, lo que confirma que ni el jugador ni el equipo estaban preparados para soportar sobre sus espaldas tanto decibelio. Y ya se sabe lo que ocurre si la exposición es demasiado prolongada. Puedes terminar con una sordera irrecuperable.

Alrededor de Jiménez hay más algarabía de la que es capaz de soportar

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_