_
_
_
_
_

El artista de ida y vuelta

Tiene el aspecto atribuido a los músicos más urbanos, a los que viven la ciudad muy de cerca, a pie de barra. El pelo alborotado y crespo le circunda la cabeza como si fuese la pantalla que matiza una bombilla luminosa que bien podría cegar. Hay un halo de vorágine que le rodea flotándole alrededor. Sus ademanes y actitud apuntalan esta imagen de artista clásico con la forma y la imagen clásicas asociadas a los artistas que contestan. Claro que Calamaro es de los que también se hacen preguntas, sabedor de lo lejana que, de existir, está la verdad. Incluso de sí mismo. Tiene ese aire voraz propio de quienes nacieron con la idea de comerse el mundo. Quizá con esa intención aún inconsciente Andrés aprendió ya de niño a tocar instrumentos y muy pronto supo que la música habría de ser el vínculo con ese mundo que intentaría comerse.

Su carrera le ha unido a artistas latinoamericanos y españoles, ámbitos en los que ha desarrollado una carrera que desde España explotó bajo un nombre tan deliciosamente anodino como Los Rodríguez, el grupo que abolió los documentos. Pero, sobre todo, Andrés fue un artista al que quemaban interiormente las cosas que se quedaban de piel para dentro. Se le hacían heridas que le requemaban las tripas, como el ardor de un guiso mal digerido. Probablemente, de ahí nacen esos momentos de compulsión creativa que le llevaron a publicar discos inacabables donde convivían canciones acabadas y redondas con otras apenas bosquejadas, grandes ideas y plasmaciones diminutas, velocidad, más velocidad y sólo velocidad. Un artista que pese a todo, quizá movido por su escozor interno, creyó que su única obligación era contar, contar y contar con la torrencial prisa de quien se siente boca capaz de articular cualquier palabra. Eran tiempos de seguridad artificial.

Esa persona parece haberse ausentado y ahora, con un mate a pie de labio, Calamaro mira con sosiego hacia atrás para asombrarse de lo rápido que llegó a viajar. Desde su tierra -ese lugar que le hizo escribir "me tocó crecer viendo a mi alrededor paranoia y dolor"-, congraciado consigo mismo y apoyado por quienes siempre le esperaron, recopiló y grabó sus canciones de ida y vuelta, fragmentos del enorme mosaico del rock cantado en castellano que él ha ayudado a ampliar.

Por todo ello, ahora cobra nuevo sentido lo que cantaba en El salmón: "Quiero arreglar todo lo que hice mal / todo lo que escondí hasta de mí / debo contar lo que sólo yo sé...". Ahora cobra nuevo sentido que abra su nuevo disco con El cantante, una celebración de su profesión escrita por Rubén Blades. Ahora cobran nuevo sentido los versos que según las crónicas pronunció en un concierto en Buenos Aires, cuando evocando a Martín Fierro dijo: "Gracias le doy a la Virgen / gracias le doy al Señor / porque entre tanto rigor / y habiendo perdido tanto / no perdí mi amor al canto / ni mi voz como cantor".

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_