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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Murmullo sutil

J. Ernesto Ayala-Dip

Es en los años cincuenta que Josefina Aldecoa (La Robla, León, 1926) escribe La casa gris. La escribe pero no la publica. Hacía cinco años que Carmen Laforet había publicado Nada. Aduce la escritora leonesa que no creía oportuno editar una novela que tan poco casaba con el realismo social de esos tiempos. Pero leída ahora, a medio siglo de distancia, uno puede llegar a pensar que tal vez hubiera desentonado con el realismo social, pero no hubiera decepcionado a nadie que exigiera en la construcción de una novela el sentido de la contención lírica, la intensidad de los afectos y su claridad intelectual. He citado Nada, una novela que tan poco tiene que ver con La casa gris, representación cosmopolita de un mundo tan lejano y tan antagónico del agobiante devenir que representa la atormentada aflicción de la narradora de Carmen Laforet. Hubiera podido incluso ganar cualquiera de los premios Nadal que por esos años obtuvieron con sus primeras novelas Elena Quiroga (Viento norte) y Dolores Medio (Nosotros, los Rivero), obras marcadamente de menor calibre literario que la novela rescatada por la autora de Mujeres de negro.

LA CASA GRIS

Josefina Aldecoa

Alfaguara. Madrid, 2005

294 páginas. 18,50 euros

Sí es cierto que hubiera sido difícil que se comprendiera una novela de la naturaleza de la de Josefina Aldecoa. Una novela "británica" se podría decir. Una novela muy alejada de la materia provinciana que se solía utilizar para radiografiar la España de la posguerra (o los años de la venganza, para hablar con propiedad), materia de la que Carmen Martín Gaite, dicho sea de paso, supo como pocos (o pocas) extraer esa sabia insustancialidad de las existencias anodinas, como se puede comprobar en Entre visillos, Premio Nadal en 1957. En La casa gris se nos cuenta la historia de Teresa, joven estudiante española que recala en una residencia londinense, huyendo de la chata realidad española de los cincuenta. Allí establece contacto con gente de distinto rango social. En la novela está muy clara esta voluntad de dibujar territorios de clase, mecanismo que permite a la protagonista (la única que se manifiesta en primera persona) interpretar una riqueza, aunque a tramos incierta o dolorosa, de la realidad humana. La casa gris, que transcurre en cuatro meses, es heredera de la tradición inglesa de novelar. Ese murmullo sutil que indaga en la conciencia de los personajes, como un tejido de voces desilusionadas o resignadas. Sólo de Teresa, que es testigo siempre distante en ese cruce de vivencias, nos llega una voz fría y directa, una actitud estilística que impregna a veces toda la novela, y con esa misma transparencia y contención de las últimas novelas de Virginia Woolf.

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