Cosmología hindú
Si lo miramos bien, toda definición es una tautología, es decir, que, a pesar de las apariencias, no explica nada; sólo somete la palabra a una operación comparativa después de situarla en un conjunto de similares características. Si los diccionarios son compendios de definiciones, ¿deberemos suponer que tampoco explican nada?
Umberto Eco, en un artículo titulado El antiporfirio, señalaba la deficiencia lógica de los diccionarios, atribuible a la teoría de la definición de que se valen. La ordenación de las diferencias sigue el esquema que Porfirio (siglo III antes de Cristo) imaginó para interpretar a Aristóteles y éste es el que le ha servido a la ciencia, hasta la fecha, para interpretar el universo: como un sistema jerárquico, vertical, ordenado en géneros y especies. Frente a la metafísica del árbol, Eco, en el citado artículo, proponía la del laberinto, un esquema más acorde con la idea de red pluridimensional con que el universo se nos ofrece hoy día. En el esquema reticular, cada cosa es un punto y cualquier punto se conecta con cualquier otro y, lo que es más: cualquier punto conforma a cualquier otro, pues en la red todos los puntos se constituyen mutuamente. En un universo reticular, el diccionario se ha vuelto obsoleto, es incapaz de dar razón de las transformaciones que se operan entre los puntos. Las definiciones ya no sirven. Es preciso contemplar trayectorias.
LOS DIOSES DE LA INDIA. Diccionario temático de iconografía hinduista
Eckard Schleberger
Traducción de Pedro Piedras
Adaba Editores. Madrid, 2004
287 páginas. 33,34 euros
Algunos autores han procurado hacerlo convirtiendo sus diccionarios en ágiles enciclopedias. Es el caso, por ejemplo, del monumental Diccionario de Filosofía de Ferrater Mora, cuyas voces se interpelan de tal manera que el lector puede transitar durante horas por circuitos infinitos. Son verdaderos diccionarios reticulares. Sin tantas pretensiones, se han escrito también, en estos últimos tiempos, obras que, llevando el título de "diccionario", responden, no obstante, a la voluntad de atender al engarce de los contados fragmentos de universo a los que un observador es capaz de atender.
En vez del diccionario, pues la enciclopedia o, mejor aún, la escritura reticular; en vez del árbol, el laberinto, la red o, mejor aún, el rizoma. A diferencia de las raíces de los árboles, los rizomas se conectan bajo tierra, como las madrigueras, crecen horizontalmente bajo la superficie. El rizoma, como entendía Deleuze, es un sistema acentrado, no jerárquico, definido por una circulación de estados; un rizoma es un mapa en perpetua producción, siempre modificable, conectado, desmontable, y con sus puntos de fuga. Bien, pues la mitología hindú sustenta una metafísica de tipo inequívocamente rizomática. Uno de sus principales símbolos, la flor de loto, aquella flor sobre la que los dioses descansan o de la que surgen, aquella que nace del ombligo del dios Visnu, la que rodea las figuras geométricas (mandalas y yantras) que cifran una complejísima cosmología, la flor de loto cuyos pétalos representan la mutiplicidad del universo es la flor de un rizoma. Bajo las aguas pútridas bajo el fango de la que surge la flor, blanca y sonrosada, se expande, se bifurca, se multiplica. La cosmología hindú responde, más que ninguna otra al esquema de red. Las historias de sus dioses configuran un mapa tanto sincrónico como diacrónico; las historias se cuentan en presente, siempre, y así, perpetuamente actualizadas, son efectivas.
La mitología hindú se resiste a verse enclaustrada en un diccionario. Los ha habido, sin embargo, y muy buenos (los de Eliade son un ejemplo), pero ofrecían algo más que datos. El de Schleberger, un claro ejemplo de la voluntad de sistema de la escuela alemana, continúa así una larga tradición de estudios indológicos que se remonta a las traducciones de los hermanos Schlegel, en el XIX. No hay que olvidar que los diccionarios fueron en su origen léxicos, glosarios, y que los primeros trabajos sobre cultura india, en Alemania, fueron realizados por semiólogos. Pero aquel formalismo ha quedado, sin duda, obsoleto para dar cuenta de la amplitud de una cultura como la india. Aportar información es ciertamente útil, pero insuficiente.
La mitología en general, y la india en particular, se resiste a verse enclaustrada en columnas y subdividida al modo de una tesis doctoral. En el caso de los dioses del hinduismo, no basta con describir temáticamente los gestos, las prendas o los artilugios que les caracterizan, ni con retratar a cada dios mediante un ligero anecdotario. Si es cierto, como entiende el autor, que los dioses indios viven (se les viste, se les da de comer, se les acuesta, etcétera), es preciso contar sus historias, comprender sus múltiples contradicciones, ofrecer márgenes en los que el lector pueda reconstruir el mito y construirse a sí mismo, también, en el camino. Todo mito encierra una riqueza: no se le puede enterrar bajo los sedimentos estériles de una descripción elemental y simplista; todo lo más cubrirlos con el limo del que cada cual podrá ver aparecer algún brote del rizoma. Sólo entonces podremos entender aquella anécdota que el autor relata en el prefacio: por qué puede arder la estatua de un dios en la maleta de un viajero.
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