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La prostitución ¿cosa de mujeres?

Me atrevo a hablar de la prostitución a partir de lo que veo y comprendo, con el riesgo de no contentar a amplios sectores radicales. Unas frases de Stefan Zweig, en su interesante libro El mundo de ayer. Memorias de un europeo, reflejan la situación de las prostitutas en la Viena de principios del XX: "Desde el punto de vista moral nadie se atrevía a otorgar abiertamente a una mujer el derecho a venderse; desde el punto de vista higiénico, en cambio, no se podía prescindir de la prostitución, ya que canalizaba la enojosa sexualidad extramatrimonial". Mas adelante comenta que la policía fichaba a las prostitutas y les obligaba a repetidos contactos médicos y las mujeres por su parte estaban obligadas a pagar impuestos. El párrafo me llamó poderosamente la atención pues delata de manera transparente la sociedad patriarcal en la que estaban viviendo, sociedad patriarcal, hoy, todavía vigente en todo el planeta, aunque es cierto que con importantes diferencias según países y culturas.

Está claro que todo el contexto de lo escrito por Zweig, los rechazos sociales y en este caso las normas policiales, provienen del mundo masculino: la sexualidad es una dimensión del ser humano que, por lo visto, únicamente tiene el hombre, y la prostitución se necesita para alivio de ellos, es decir para "canalizar la enojosa sexualidad extramatrimonial". ¡Todo un lujo, señores! Por otra parte, si preocupa la salud de las prostitutas no es por lo que puedan padecer ellas mismas sino porque se convierten en transmisoras para sus clientes de las enfermedades venéreas. Desde otro ángulo, se da por sentado que venderse, vender su cuerpo (ellas, no ellos), es algo que afecta a la moral femenina, de manera que con estas acusaciones nos metemos en terrenos íntimos, profundos y también resbaladizos, a partir de los cuales si bien el hombre puede ser tachado de mundano, calavera, putero, calificaciones que no van más allá de un guiño cómplice en una partida de dominó, para las mujeres es el oprobio, la vergüenza y la indignidad, una mancha que las perseguirá siempre y que a veces tiene que pagar incluso con su vida.

Pero si la prostitución está creada por y para el hombre, también es éste quien la dirige. Y a los proxenetas de siempre, los chulos, han venido a sumarse las actuales mafias que trafican con la prostitución, grupos del crimen organizado que mueven grandes sumas de dinero, dinero del cual ellas no se benefician. Dinero y comportamientos delictivos, donde existen el crimen, los abusos, el engaño, el rapto de menores, los malos tratos, situaciones de esclavitud encubierta y durísimas condiciones económicas de las que les resultará muy difícil liberarse y que las pueden atar para siempre.

La prostitución puede estar en la calle, en la plaza, donde sea, a plena luz del sol, pero sin embargo es ignorada y silenciada, de manera que con este silencio el problema social se agrava. Si bien los gobiernos deberían reaccionar para no perpetuar su degradante estado, también nosotros de alguna manera con nuestro no querer ver ni opinar colaboramos en su marginación. Por otra parte, al no ser reconocida su actividad como un trabajo no tienen seguridad social, no tienen visitas médicas periódicas, no tienen una pensión para su vejez y el estigma que pesa sobre ellas continúa. Tampoco gozan de una real defensa policial ni de un sindicato que las proteja. Solas frente al mundo, sin defensas establecidas, estigmatizadas, mal miradas y mal pagadas. ¿Hay algo más triste y más injusto?

Entiendo que lo mejor sería que este tipo de trabajo desapareciera, no existiera, tal como defienden los grupos radicales y abolicionistas, que son contrarios a cualquier legalización porque eso supondría legalizar la violencia contra la mujer. Sin embargo, de momento la prostitución existe y los buenos deseos se quedan en un mundo ideal, no en el nuestro. Y quizás con nuestro purismo contribuimos a mantener las condiciones de marginación. El trabajo más viejo del mundo es también el más desconocido si queremos conocerlo en profundidad.

Asombra que los socialistas, ahora en el gobierno, atentos a mejorar la vida de colectivos excluidos y marginados, como son los homosexuales y lesbianas, no parecen percatarse de que las prostitutas existen. Sus derechos permanecen inexistentes y éstas continúan estando a merced de los proxenetas y de los grupos organizados. Tan sólo los países nórdicos han entendido, a veces desde puntos de visión opuestos, que es un colectivo real y que debe ser reconocido como tal, y han descorrido la hipócrita cortina del silencio, silencio que lleva consigo la negación, el oprobio, la enfermedad y a menudo la muerte. Y también han contribuido a que se vislumbre que la mujer puede disfrutar de la seguridad social, de una vida más estabilizada y de una progresiva tolerancia en el juicio social. En este sentido, en 2002, el Tribunal de Justicia de la Unidad Europea reconoció la prostitución como actividad económica, con lo cual se estableció un marco jurídico que con el tiempo puede dar lugar a leyes y a regulaciones.

Recientemente la Generalitat de Catalunya ha manifestado que quiere regular la prostitución y que ésta salga de la calle y se ejerza en lugares cerrados, de alterne o en burdeles, los cuales serán controlados periódicamente en cuanto a sanidad, higiene, dependencia de las mujeres frente a mafias y proxenetas etc. Al ser el tema de por sí complejo es necesario un amplio consenso social, para lo cual harán falta debates y movilizaciones. Sí, de acuerdo, ojalá se formara un amplio debate social, pero sin olvidar que las verdaderas protagonistas son ellas, que ellas son las que actúan, que ellas son las que sufren, que son ellas las que carecen de derechos básicos y que son ellas las que sufren la condena social. Se entrevé ya un conflicto: si lo que se pretende es erradicar la prostitución de la calle, esto perjudicará a las mujeres más pobres y necesitadas ¿Qué hacer con ello?

Es posible que a raíz de lo anunciado por la Generalitat de Catalunya (también Andalucía y la ciudad de Bilbao han dado pasos en este sentido) afloren las injustas condiciones de vida de estas mujeres, y no digamos las de aquellas que, o bien porque han sido secuestradas o bien por su extrema pobreza o desvalimiento -la mayoría de ellas son inmigrantes- han caído en manos de las mafias. Y que se creen debates sobre toda esta problemática. La masa social, nosotros, debe de abrir los ojos. ¡Y que hablen ellas! ¡que surjan de la oprobiosa nada, que protesten, que se organicen! El problema es complejo, difícil y no existe una solución ni ideal ni definitiva. Pero hay que intentarlo. Y, por favor, con todo mi respeto y confianza, que hable también la Secretaría General de Políticas de Igualdad y que explique el porqué de su silencio.

Trini Simó es profesora de Historia de la Arquitectura y del Urbanismo.

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