_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Rotondas

Los políticos municipales no sólo han descubierto la funcionalidad de las rotondas, sino también el potencial ornamental de las rotondas. La verdad es que estamos de enhorabuena, ya que las rotondas, gracias a la sensibilidad creativa de los alcaldes y de los concejales de urbanismo, están convirtiéndose en obras de arte: han sublimado su condición práctica para adquirir un rango estético.

Vas por ahí y te admira la moda de las rotondas decoradas. En Jerez de la Frontera, por ejemplo, hay montones de rotondas dedicadas al caballo, con diverso grado de realismo o de abstracción. Les confieso que mi preferida es una que sirve de pradera circular a una manada de caballitos pintados de colores alegres, como si fuesen teletubbies. También en esa ciudad podemos deleitarnos con la visión de la rotonda en la que se erige el monumento al motero, que, visto de frente, parece un monumento al murciélago, lo que por fortuna no deja de ser una ilusión óptica transitoria.

El Puerto de Santa María es otra ciudad que está a la vanguardia de la rotonda concebida como obra de arte. Hay una que supongo que pretende ser un monumento al salinero, con pirámides blancas, pero no puedo asegurarlo, ya que lo malo que tienen las rotondas monumentales es eso: que te ves obligado a admirarlas a toda prisa, sin poder pararte a meditar sobre su dimensión simbólica, en el caso de que la tengan, o a disfrutar de su mero esplendor como capricho artístico de algún genio municipal o foráneo. Un poco más adelante, en dirección al centro, nos encontramos con otra rotonda espectacular entre las espectaculares, ya que se asienta sobre ella nada menos que la réplica de una de las carabelas de Colón, aunque no me pregunten de cuál de ellas se trata, por la razón antes apuntada. (Un barco encima de una rotonda, o sea). A pocos metros, podemos contemplar otra rotonda de traza más inconcreta, ya que se trata de un diseño entre abstracto y discotequero, aunque no dudamos que en ella el artista haya vertido algún tipo de caudal simbólico, que suele ser norma de cualquier obra monumental contemporánea: el caudal simbólico, así sea soporte de ese caudal un simple monolito de hormigón. Si seguimos, pasaremos ante un monumento a Rafael Alberti, calculo que a escala natural, aunque ese es el problema de la estatuaria: que hay que recurrir a una escala mayor para que el prócer no parezca un gnomo. Más adelante, nos toparemos con una rotonda decorada con ocho bravos ejemplares del mítico toro de Osborne que diseñó Manuel Prieto Benítez. Y así.

En mi pueblo, sin ir más lejos, han colocado encima de una rotonda dos inmensas manos de acero inoxidable que parecen las de Robocop, aunque las autoridades aseguran que se trata de un homenaje a los 25 años de ayuntamientos democráticos, opinión esotérica respaldada por el artista, que es un conocido hojalatero industrial de Chipiona, donde por cierto acaban de erigir en una de las rotondas de entrada un monumento en bronce a un burro y al dueño del burro en cuestión.

Con tanto arte al aire libre, en fin, el día menos pensado no pegamos un tortazo con el coche. Pero esa es otra historia, mucho más prosaica.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_