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Columna
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Carnaza

Elvira Lindo

Leo a diario a través de Internet las declaraciones de famosos internautas, actores, escritores, políticos, que dicen no poder imaginarse la vida sin los viajes cibernéticos diarios. Leo las alabanzas y me identifico, claro. El puente que me une con lo que dejé lejos ya no es el teléfono sino el ordenador, el ordenador que enciendo a primera hora de la mañana y que me devuelve a mi otro mundo en unos instantes. Como en todo, las alabanzas excesivas me llenan de dudas. En parte son debidas a que nadie quiere quedar como un antiguo. Leo a un actor afirmando, "¡Internet facilitará la revolución!". Vaya, me parece una frase extraordinaria, pero hay que tener cuidado con las revoluciones. En el mundo desarrollado la revolución la están protagonizando los ricos que han descubierto que pueden ser más ricos todavía. En lo fundamental, estoy con Juan Cueto, que suele ironizar con mucha gracia sobre esos discursos moralistas que atacan cualquier tecnología. Está claro: no me pido ser el tonto que le ponga una pega a Internet entre un público tan fanático. Sin embargo, cuando te alejas de tu país y por tanto del periódico en papel y de la mera conversación con la gente, aprecias que lo que gana el medio digital en rapidez, lo pierde en su propensión a convertirse en el vertedero de la mala baba nacional. Es esa especie de democracia instantánea, tan atractiva, en la que individuos escudados en el anonimato se dedican a hacer sangre de cada uno de los personajes públicos, a sembrar la duda sobre ellos, sabiendo que la infamia ya no será sólo celebrada por sus compañeretes de bar, de ministerio o departamento de facultad sino que podrá ser leída por cientos de lectores que van a alegrarse un poquito con el espectáculo de cómo se denigra a una persona pública entre las risotadas de los integrantes de un foro. Es una vieja costumbre esa de difamar para matar la envidia o el resentimiento, sólo que antes las mentiras tenían la lentitud del trabajo artesanal, ahora son instantáneas. Esto es sólo el principio. Pero cabe la posibilidad de que el cotilla cibernético muera de éxito sin necesidad de que el medio se regule, tan sólo porque la carnaza acabe expulsando al lector más sensato. Al fin y al cabo es un alimento, la carnaza, sólo digerible por otras aves carroñeras.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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