_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Estatut al nordeste

Cuando aquella revisión de la norma autonómica fue cuestionada por los pontífices del catastrofismo, sus fieles le negaron el pan y la sal del trámite y, en consecuencia, cualquier posibilidad de adjudicarle el rango de Ley Orgánica, y se confabularon además para expulsarla del reino del ordenamiento jurídico e incorporarla al capítulo más abrupto e imprevisible de las devastaciones naturales. Ni el Katrina ni el Wilma le llegaban a la suela de los zapatos: su ojo era el ojo del cíclope y tenía su misma fuerza descomunal. Pero convertir una propuesta de política territorial, por osada que sea, en meteoro es más que una estrategia, una estratagema, y una estratagema suele dar en fingimiento, y el fingimiento, en fracaso. De modo que antes de que éste se produjera, los capitanes de la alarma social hicieron una llamada secreta a larga distancia. Y no mucho después, un fervoroso e iluminado predicador, desde México, nos cantó sus mañanitas: Que si estamos "al borde del abismo", que si "abocados a una grave crisis nacional", que si corremos "serios riesgos de desintegración y de balcanización" y, ya en pleno delirio apocalíptico, advirtió de que nos anduviéramos con mucho tiento, porque si no podíamos volver "históricamente a las andadas". Algo tremendo, en fin. Y después del presagio, según aventuraron algunos, el desbocado predicador regresó a Georgetown, donde, al parecer, le incuba los huevos a la serpiente. Mientras otros revolvían en aquella revisión de la norma autonómica, pero ya admitida a trámite, y ajustaban conceptos y se hacían papilla las meninges dándole vueltas a la semántica y al articulado de la ley de leyes, los catastrofistas persistían, semana tras semana, en la murga de sus demoledores vaticinios, con la esperanza de que cualquier noche el hombre del tiempo anunciara: "Un estatut de estragos se extiende desde el nordeste a toda la Península". Un anuncio así no les vendría nada mal, para ocultar sus frustraciones y su inseguridad en el futuro. Pero el invento se les quedó en farsa. Las andadas no volverán a andarse. La gente ya no traga y solo anda a su aire.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_