Gente con corazón
En estos tiempos revueltos donde casi todo son malas noticias, a veces sirve de bálsamo consolador descubrir que, aunque sea en el fondo y un poco anestesiada, en el corazón de la gente todavía vive la compasión. Sólo hay que sacudir un poco las conciencias para hacerla asomar.
Y esto acaba de suceder en mi pueblo, Colmenarejo, con un asunto que a algunos les parecerá trivial, pero que a mucha otra gente les alegrará el día.
En una casa antigua del pueblo vivía un matrimonio mayor amante de los animales, sobre todo el marido, que se llama Florencio. Y allí, entre las terrazas y la preciosa vegetación, vivían felices unos gatos que ni eran suyos ni dejaban de serlo, esos típicos gatos semicallejeros de los pueblos que pululan aparentemente contentos saltando tapias y atravesando patios. Pero hace más o menos un año a esa casa que era de alquiler le llegó la hora de la demolición. Florencio y su mujer se trasladaron a un piso y los gatos se quedaron desolados buscando refugiarse en algún recoveco del solar de lo que antes fue su hogar.
Nunca se me olvidará la imagen de uno de los gatillos maullando su desesperación en el centro de la explanada. Más adelante, descubrí que Florencio les dejaba a sus gatos en los bordes del solar cacharros con comida y agua, y me sumé sin pensarlo a colaborar.
Y una vez construidos los pisos en lo que fue su casa, los gatos, resignados, se instalaron en otra casa vieja cercana que estaba desocupada, y desde entonces, Florencio y yo, como dos cómplices que no se conocen, les hemos estado procurando comida y agua.
Pero, para desgracia de los mininos que son unos okupas en constante situación de desalojo, a esa casa también le ha llegado el día de la demolición y, si nadie lo hubiera evitado, con los gatos dentro.
Lanzada la voz de alarma por una serie de personas sensibles, el Ayuntamiento de Colmenarejo mandó una notificación a la empresa propietaria de la casa a demoler, diciéndoles que antes de proceder a la demolición había que sacar previamente a los gatos.
Y así se hizo. Hasta la propia alcaldesa llamó personalmente a la protectora Alba, que recoge los animales abandonados del municipio, para que fueran capturados y llevados a su albergue para ser controlados sanitariamente, esterilizados y finalmente vueltos a soltar en un sitio alternativo como pequeña colonia controlada.
Mando las más sentidas gracias a todas las personas que han puesto su granito de arena para que esta actuación pionera haya sido posible y, en especial, al Ayuntamiento de Colmenarejo y a la protectora Alba.
A toda la gente con corazón, ¡gracias.
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