Cuestión de estilos
Una de las características fundamentales con las que debe contar un equipo que realmente ejerza como tal es poseer estilo propio y definido, una forma de concebir y representar el juego determinada, que sea constante en el tiempo, suficientemente impermeable e independiente de los adversarios y reconocible para sus aficionados. Debe resultar casi siempre innegociable e impregnar de arriba abajo todos los entresijos y mecanismos. Sin un estilo enraizado, consensuado y aceptado por todos, un conjunto es pasto de la indecisión, las dudas y los vaivenes, proclive a las crisis de identidad y habitual carne de cañón. Un estilo puede estar marcado y condicionado por diferentes circunstancias, desde la cultura del club hasta las características de algún entrenador o jugador estelar, pasando por los gustos de una ciudad o la idiosincrasia nacional. Todos los grandes colectivos han tenido un estilo particular de ver y hacer las cosas. Lo tuvo el Milan de Sacchi, la Quinta del Buitre, el dream team del Barça, los Lakers de Magic, el Barça de Epi y Solozábal o el Madrid de Corbalán, incluso la sorprendente Grecia doble ganadora de los últimos Campeonatos de Europa de fútbol y baloncesto. Pueden ser más o menos atractivos, pero resulta indispensable para alcanzar el éxito.
Este año, la Liga ACB presenta la nómina de candidatos más amplia de su historia. Pero en tan larga lista existe una gran diferencia entre los que ya cuentan con estilo propio y los que andan metidos en su búsqueda. El Tau es un ejemplo de los primeros. A lo largo de los últimos años hemos asistido a un ir y venir de muchos jugadores y varios entrenadores, algunos muy importantes, pero los de Vitoria nunca han dejado de estar en las alturas. La explicación reside en que el Baskonia, como club y como equipo, tiene unas formas y unos fondos muy sólidos que le permiten sobrevivir al máximo nivel y le hace suficientemente inmune a casi todos los terremotos. En esto cuenta con una ventaja competitiva significativa sobre otros, algunos con mayores potenciales económicos, pero que no terminan de encontrar su sitio. Como el Barça, que, después de su convulsa última temporada, confía en un entrenador como Ivanovic para recuperarlo. Y la idea parece acertada, pues, por encima de otro tipo de valoraciones, el general Dusko es un entrenador creador de estilo. Incluso el Madrid, pese a ser campeón, lucha, después de muchos años erráticos e indescifrables, para lograr una consolidación de unas formas definidas, sin mucho brillo por el momento, pero, al menos, con suficiente consistencia.
De cara al espectador, el problema surge al observar que, en la mayoría de los casos, los equipos tienden en los últimos tiempos hacia una homogeneización de estas señas de identidad y los pilares donde se asientan, como la defensa o el músculo, no son los más generosos con ellos. Pero esto no invalida la premisa de que, sin ellas, un equipo no va a ningún sitio.
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