El equipo del barrio
La cabeza de la clasificación de la Serie A suele ser tan previsible como una ensalada ilustrada: Juventus, Milan e Inter, rey, caballo y sota del calcio, como casi siempre. Justo detrás, Fiorentina: era de esperar, dado que los nuevos propietarios, los De la Valle, no querían revivir las angustias del curso pasado y contrataron a un ariete estupendo (Toni), a un buen técnico (Prandelli) y a unos cuantos gregarios finos. Lo insólito es lo que viene luego. En el pelotón de los aspirantes a arañar una competición europea está el Chievo, uno de los más curiosos fenómenos futbolísticos de este hemisferio.
Chievo no es una ciudad. Es un barrio periférico de Verona, una urbe mediana del noreste italiano. Para entendernos, hablamos de 2.500 habitantes en un área unas 20 veces más pequeña que Getafe y 100 veces menos divertida. La gente va a Verona por el lago Como, por los espectáculos de la Arena o para enternecerse con la tragedia de Romeo y Julieta. No se conocen corrientes turísticas hacia el estadio del Chievo, que, sin embargo, está casi al lado de la estación de ferrocarril. El Chievo es un prodigio surgido de cuatro calles y del entusiasmo de un sacerdote. Y, aunque su historia arranca de lejos, seguía siendo un club de aficionados cuando, en 1982, Italia ganó su última Copa del Mundo.
La primera imagen del Chievo es de 1929: unos cuantos entusiastas del barrio disputan el primer partido de fútbol en un campo que no es una pradera, sino un descampado lleno de arbustos, con el centro del terreno marcado por unos matorrales de singular altura. La segunda imagen, de 1931, corresponde al primer encuentro oficial. Uno de los jugadores del Chievo luce una redecilla en la cabeza con el fin de no estropearse el peinado.
Las demás secuencias son igualmente modestas. En 1948 las penurias económicas son tan grandes que tiene que cambiar los colores tradicionales, blanco y celeste, por el azul y el amarillo de unas camisetas que le salen gratis. En 1950 juega tan mal que en un encuentro con el Bardolino opta por retirarse del campo después de recibir el séptimo gol para no prolongar la humillación del puñado de seguidores.
Pero en 1958 el párroco, Silvio Venturi, logra que la diócesis preste fondos al club para crear un campo por fin llano y sin matojos, construido enteramente por gente del barrio. Se establece además una sede oficial en el bar La Pantalona. El cura Venturi marca un antes y un después. En 1966, el campo es destruido por el desbordamiento del río Adige, pero los vecinos lo arreglan en un par de meses. En 1975 se alcanza un éxito sin precedentes y el Chievo asciende a Primera Regional.
En 1990 el Chievo sube a Tercera División. En 1994, a Segunda. En 2000 llega al barrio un entrenador de la zona llamado Luigi del Neri y en el último partido de la temporada, contra la Salernitana, conquista una plaza en la Serie A, la cúspide del calcio.
Del Neri, ahora en el Palermo, ha hecho carrera desde entonces. El presente entrenador se llama Giuseppe Pillon, que en septiembre definió su proyecto con una sola frase: "Suframos lo menos posible". El equipo del barrio tiene a veteranos como Lorenzo d'Anna, de 33 años y diez en el equipo, y a muchachos como el nigeriano Obinna. Los dos marcaron ayer para vencer al Cagliari (2-1) y aupar al Chievo hasta la mejor posición de su historia. Fue un partido infumable, malísimo, sobre todo en la primera parte; si la plantilla hubiera sido la de 1950, quizá no habría saltado al césped tras el descanso para no seguir aburriendo a la hinchada. El caso es que el Chievo ganó y lleva cuatro jornadas invicto.
Lo normal es pensar que no durará. Pero lo mismo se pensó cinco años atrás, cuando un pobre equipo de barriada se coló en la élite. Y ahí sigue el Chievo.
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