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LECTURA

Churchill y Attlee ante Franco

Enrique Moradiellos

A pesar de su evidente preferencia por congratularse con el coloso norteamericano, Franco no había abandonado sus esperanzas de aproximarse a la Gran Bretaña de Churchill para garantizar la estabilidad y supervivencia de su régimen tras la derrota del Eje y en la inmediata posguerra. La resolutiva actuación británica en Grecia frente a la guerrilla comunista, casi simultánea al aplastamiento por el Ejército franquista de los maquis en el valle de Arán, probablemente animó al Caudillo a intentar ese acercamiento mediante una nueva y peculiar gestión.

No en vano, los incidentes del valle de Arán y la incertidumbre generada por la situación en el sur de Francia habían dado ocasión a una campaña de prensa del régimen para atajar cualquier fuga de apoyos entre sus partidarios: "Sólo Franco se interponía entre ellos y la invasión comunista de España". El consecuente corolario de que Franco era la garantía de preservación de la paz (y de evitación de una nueva guerra civil) se completaba con la promoción de la idea de que "tenía muy buenas relaciones con Gran Bretaña y Estados Unidos". En definitiva, el régimen proseguía la operación para convertir al "invicto Caudillo de la Victoria" en el "prudente Caudillo de la Paz".

Attlee se oponía de forma radical al franquismo y reflejaba la amargura del laborismo por el fracaso de su apoyo a la República durante la Guerra Civil
Churchill: "No estoy más de acuerdo con el Gobierno interno de Rusia de lo que lo estoy con el de España, pero estoy seguro de que prefiriría vivir en España más que en Rusia"
La resolutiva actuación británica en Grecia frente a la guerrilla comunista, al mismo tiempo que el aplastamiento del maquis, animó a Franco a intentar un acercamiento a Londres

El 18 de octubre de 1944 Franco remitió una carta personal y confidencial al primer ministro británico que sería entregada por el duque de Alba al Foreign Office pocas semanas después. En ella expresaba su deseo de "clarificar" las relaciones hispano-británicas de una manera "sincera, franca y directa" en atención a "la grave situación europea" y en vista de la "atmósfera de desconfianza y hostilidad hacia España existente en Gran Bretaña". El principal motivo de la gravedad de la situación continental residía, a juicio de Franco, en la creciente "hegemonía" de la Rusia comunista en el este, que se completaba con el "insidioso poder del bolchevismo" manifiesto también en el oeste (particularmente en Italia y Francia) y con la conversión de Estados Unidos en la "más poderosa potencia del mundo" en el Atlántico y el Pacífico. Habida cuenta de esa situación y de que Alemania estaría destruida tras el final de la guerra, "sólo queda a Inglaterra otro pueblo en el Continente al que volver sus ojos: España". Para hacer frente a esos riesgos era preciso "olvidar viejos prejuicios" derivados de la guerra mundial, acabar con "rivalidades y deseos de dominación" y "llegar a un entendimiento entre los países de Europa occidental". Por eso era imperativa la "mutua amistad" y cooperación de Gran Bretaña y España, dado que ésta era una nación "sana", "con una situación estratégica" y "recursos de coraje y energía" para ayudar a Gran Bretaña a mantener la paz y la seguridad en Europa occidental.

Régimen inamovible

El Caudillo terminaba su oferta "al hombre sobre cuyos hombros recae la mayor responsabilidad por el futuro de Europa" con una clara advertencia contra cualquier propósito de modificación del régimen español: "Para concluir, debo decir que hay españoles exiliados que especulan y basan su conducta en la esperanza de cambios internos en España, que es una posibilidad tan quimérica y problemática que ni siquiera merece la pena considerarla. Estos españoles creen que persiguiendo sus propios fines políticos facilitarían la aproximación a Gran Bretaña. Debe usted explicarle que cualquier cambio hipotético de esta naturaleza sólo serviría al interés de Rusia".

La propuesta de Franco de constitución de una especie de pacto europeooccidental para hacer frente al peligro soviético y comunista forzó a los gobernantes británicos a examinar detalladamente y en profundidad el perfil y futuro de su política hacia España. Era un examen largamente aplazado y que se hacía más imperioso ante la expectiva de la inminente victoria en Europa. Y el primer paso en esa revisión política fue dado por iniciativa del líder laborista y viceprimer ministro del Gobierno de coalición, Clement Attlee.

El 4 de noviembre de 1944 Attlee hizo circular entre sus colegas del Gabinete de Guerra un memorándum sobre Política hacia España en el que dejaba constancia de su oposición radical al franquismo y reflejaba la amargura del laborismo por el fracaso de su apoyo a la República durante la Guerra Civil. No en vano, afirmaba que "Franco debe su posición a nuestros enemigos, que utilizaron España como campo de prácticas", su régimen era ya "el único exponente neutral del fascismo", tenía "poco apoyo fuera de la Falange" y únicamente sobrevivía por "ausencia de una alternativa generalmente aceptada" y la intensidad de la represión contra sus adversarios ("continúa manteniendo en prisión a muchos millares de españoles y ejecuta cada mes a un gran número de sus prisioneros").

A continuación, el líder laborista señalaba que si bien hasta entonces "nuestra posición estratégica nos había forzado a practicar una política muy cautelosa" como la ejecutada por Hoare [embajador británico entre 1940 y 1945], el cambio de circunstancias bélicas y la proximidad de la victoria demandaba otra política para no "correr el riesgo de ser considerados el único apoyo exterior de Franco". Attlee reconocía que era "improbable en el presente" que pudiera establecerse "un Gobierno democrático" debido "a las profundas divisiones entre el pueblo español", y que tampoco sería "posible actuar abiertamente para cambiar esta situación" por riesgo a excitar la "xenofobia española". Pero añadía que, "excluyendo esto (intervención abierta), sí había mucho que hacer" y el Gobierno británico debía promover en España la constitución de "un Gobierno inclinado hacia la tolerancia y que prepare la vía para el desarrollo hacia una democracia". A tal fin, proponía "que endureciéramos nuestra actitud" hacia Franco para dejar claro que "su desaparición sería bienvenida por las Naciones Unidas y reportaría ventajas evidentes para el pueblo español". Y que para lograr "su caída" se aplicaran "todos los métodos disponibles" y, "especialmente en el campo económico", se trabajara en conjunto con EE UU Francia a fin de "denegar facilidades al presente régimen".

Diplomacia conjunta

La propuesta de Attlee de "endurecimiento" de la política británica hacia España se concretaba, por tanto, en una llamada a la presión diplomática conjunta anglo-franco-norteamericana que pudiera ser completada en un segundo momento con el recurso a las sanciones económicas. Y tuvo el casi inmediato y relativo respaldo del secretario del Foreign Office, Anthony Eden, exponente del ala más liberal del Partido Conservador. De hecho, Eden atendió las sugerencias del líder laborista y elaboró un proyecto de telegrama a la Embajada británica en Washington para lograr el concurso norteamericano en la nueva política española.

En esencia, se trataría de que los embajadores de ambos países (quizá también con la presencia del francés) transmitieran conjuntamente y en privado a Franco una solemne "advertencia" sobre la incompatibilidad de las Naciones Unidas con la Falange y el régimen español, a fin de promover su retirada pacífica a favor de un Gobierno articulado por la oposición moderada. Si esta "advertencia" no tuviera efectos favorables, se abriría la posibilidad de estudiar la adopción de otras medidas de sanción económica, como la supresión de suministros de petróleo ya practicada con éxito a principios de 1944, siempre que las mismas no dañaran intereses económicos británicos ni fomentaran una situación caótica o revolucionaria en España.

Antes de que el Gabinete de Guerra pudiera considerar la propuesta de Attlee, el primer ministro intervino de forma enérgica para censurar reservadamente a Eden por su proyecto de telegrama y la consecuente modificación de la política española en vigor. El 10 de noviembre de 1944 Churchill redactó una severa carta personal para su secretario del Foreign Office en la que le recordaba las tres premisas de la actitud británica hacia España que no podían ni debían alterarse, como lo hacía el proyecto de telegrama, sin un previo examen detallado por parte del gabinete. En primer lugar, subrayaba que incumplía el principio de no-intervención en los asuntos internos de un país "con el que no hemos estado en guerra y que nos ha hecho más bien que mal en la guerra". En segundo orden, implicaba una intervención "sobre bases ideológicas" más que discutibles y comparativamente injustificadas: "No estoy más de acuerdo con el gobierno interno de Rusia de lo que lo estoy con el de España, pero estoy seguro de que preferiría vivir en España más que en Rusia". Y, en tercer lugar, suponía grandes riesgos de fracaso tanto si Franco desestimaba la advertencia como si la atendía, porque "en España el trasfondo era una guerra civil" y "no debe suponer que nuestras advertencias debilitarán la posición de Franco": "Él y quienes le apoyan nunca consentirán ser masacrados por los republicanos, que es lo que sucedería", y "nosotros seríamos responsables de otro baño de sangre".

La hegemonía soviética

Expuestos los motivos de su rechazo a la modificación de la política española practicada, el primer ministro pasaba a subrayar que la propuesta olvidaba el principal factor y riesgo internacional al que habría de enfrentarse el Reino Unido en la posguerra: la hegemonía soviética en Europa central y oriental y el fermento revolucionario en el resto de los países continentales.Un factor éste que justo por entonces se revelaba de primordial importancia en vista de los acontecimientos en Polonia (donde las tropas soviéticas estaban instalando en el poder al Gobierno procomunista) y de la situación en Grecia (donde el Ejército británico estaba desarmando a la guerrilla comunista sin contemplaciones). En palabras crudas y directas de Churchill a Eden: "Lo que usted está proponiendo hacer es poco menos que provocar una revolución en España. Empieza con petróleo pero terminará rápidamente con sangre. No hay motivo para que el embajador no presente muchos de sus puntos a Franco en una conversación, pero no veo por qué debemos tratar de enrolar a Estados Unidos en la tarea. Ya estamos siendo acusados en muchos ámbitos responsables de entregar los Balcanes y Europa central a los rusos, y, si ahora ponemos las manos en España, estoy seguro de que nos crearemos infinidad de problemas y tomaremos partido definitivo en temas ideológicos. Si los comunistas se hacen dueños de España debemos esperar que la infección se extienda rápidamente por Italia y por Francia. (...) Sería mucho mejor permitir que esas tendencias españolas dieran su propio fruto en vez de precipitar una reanudación de la guerra civil, que es lo que haría si persistiera en esta línea. (...) Entiendo perfectamente que esta política que propone sería aclamada con entusiasmo por nuestras fuerzas de izquierda (...). Pero dudo mucho, sin embargo, que pudiera ser aceptada por el Partido Conservador si se le pregunta. (...) Por supuesto que me encantaría ver una restauración democrática y monárquica, pero una vez que nos identifiquemos con el bando comunista en España (lo cual sería el efecto de su política, diga lo que diga), toda nuestra influencia en favor de un término medio se habrá evaporado".

Tres principios

Como complemento final a su dura carta de reconvención a Eden, Churchill enumeraba "los tres principios" que debían articular necesariamente la política británica en la inmediata postguerra y que habrían de ser de aplicación general en Europa y específica en España:

a) Oposición al comunismo.

b) No intervención en los asuntos internos de países que no nos han molestado.

c) Ningún compromiso especial en Europa que requiera el mantenimiento de un gran Ejército británico, sino el desarrollo eficaz de una Organización Mundial de Paz convenientemente armada.

La respuesta de Eden a la exhaustiva requisitoria del primer ministro cobró la forma de una carta también personal y confidencial con fecha de 17 de noviembre de 1944. El secretario del Foreign Office comenzaba por rechazar la idea de que su deseo fuera "provocar o precipitar una revolución en España" y subrayaba que su propuesta estaba más motivada por las recomendaciones de Hoare que por las de Attlee.

El único objetivo era estimular un cambio pacífico de régimen en España y que Franco comprendiera la imposibilidad de seguir con un régimen apoyado en la "desacreditada Falange" y la necesidad de buscar un entendimiento con "las fuerzas republicanas y monárquicas moderadas". A juicio de Eden, la alternativa de inacción podía ser más peligrosa para la estabilidad del país que esa tímida intervención, según las informaciones derivadas de la oposición monárquica por vías autorizadas:

"Mi temor es que si no le damos al general Franco una advertencia directa ahora, las fuerzas moderadas en España, que están bien representadas en el seno del Ejército, perderán toda influencia. Otra guerra civil se hará entonces inevitable más pronto o más tarde, y probablemente más pronto. Don Juan envió recientemente un mensaje en este sentido al rey (Jorge VI) a través de la ex reina de España (doña Victoria, viuda de Alfonso XIII) y el señor Ventosa, que es probablemente el más sabio de los líderes conservadores españoles, también ha hablado en términos similares a unos amigos en Londres en los últimos días. (...) Notará que no hay mención a sanciones económicas o amenazas de ningún tipo. He formulado nuestra advertencia en la forma de una carta suya al general Franco porque será preciso responder a la comunicación que el duque de Alba nos va a hacer de parte del general Franco. (...) Espero que se haya convencido de que está muy lejos de la intención del Foreign Office fomentar el comunismo en España. Y debo añadir que nunca ha sido la política del Foreign Office tratar de promover el comunismo en ninguna parte". El contraste de opiniones entre Churchill y su secretario del Foreign Office sobre la cuestión española era bien representativo de las dos sensibilidades presentes en el seno del Gobierno británico. Pero lejos de quedar recluidas al ámbito reservado de una discusión entre dos colegas del mismo partido, esas diferencias de percepción y consecuente línea política habrían de ser debatidas abiertamente por el conjunto del gabinete de coalición.

No en vano, la propuesta oficial de revisión política patrocinada por Attlee había motivado una réplica igualmente oficial el 15 de noviembre a instancias del ministro conservador lord Selborne (titular de la cartera de Guerra Económica desde 1942, cuando había sustituido al laborista Dalton). Una réplica que reactualizaba en público una parte sustancial de los argumentos esgrimidos por Churchill en su correspondencia particular.

Impugnación ideológica

Según el memorándum de lord Selborne, la propuesta de Attlee era "de lamentar" porque estaba motivada por razones y preferencias ideológicas muy discutibles. En primer lugar, porque la supuesta "incompetencia, corrupción y opresión" del régimen franquista no era menor "que la del régimen que desplazó" y "las atrocidades de Franco eran menores y menos horribles que aquéllas de los que le precedieron". Y en segundo orden, porque el régimen de Franco no era "más autoritario o severo hacia sus oponentes políticos que nuestros aliados Stalin y Salazar". Aparte de esta impugnación de base ideológica y doctrinal (que reactualizaba las simpatías conservadoras durante la guerra civil), lord Selborne se oponía con firmeza a la propuesta política de Attlee porque el recurso a las sanciones económicas suponía graves riesgos dada la situación imperante en Gran Bretaña y, además, no estaba asegurado en absoluto su éxito en vista de los precedentes: "Una política de estrangulamientos y alfilerazos económicos contra España difícilmente redundaría en nuestro provecho y beneficio. No alcanzo a ver justificación moral para tales ataques sobre un país neutral que no nos ha lanzado serios ataques y por cuya no-beligerancia en 1940 debemos estar agradecidos. Los sectores que sufrirían primordialmente serían los comerciantes británicos y el pueblo español, cuyo resentimiento excitaríamos con plena justicia.Las experiencias de 1936 (sanciones contra Italia por la invasión de Abisinia) deberían habernos enseñado que las sanciones económicas inevitablemente producen una reacción anti-extranjera en el país atacado y que la interferencia en los asuntos internos españoles no sería popular. Las incursiones de Mr.Hull en la política interna de Argentina no son esperanzadoras y Estados Unidos tiene más prestigio y muchos más medios para la "persuasión pacífica" en Argentina que los que nosotros tenemos en España. Lo que el mundo más necesita ahora mismo, y no menos España, es paz y la recuperación del comercio. Creo que deberíamos abstenernos de hacer cualquier cosa que pudiera obstaculizar ambas necesidades". Aunque lord Selborne no se explayaba en el tema, la base de su negativa a considerar con ecuanimidad la imposición de sanciones económicas a España residía en la dificilísima situación económica que aforntaba Gran Bretaña en vísperas de la victoria.

Winston Churchill, líder de la oposición conservadora británica, es recibido en Zúrich el 19 de septiembre de 1946, donde se pronunció a favor de la unidad de Europa.
Winston Churchill, líder de la oposición conservadora británica, es recibido en Zúrich el 19 de septiembre de 1946, donde se pronunció a favor de la unidad de Europa.
Franco preside un desfile militar en los años cuarenta.
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