La arbitrariedad del poder
Fueron dos horas y media de representación sin descanso, sin una sola tos y con un silencio casi sepulcral. El público que asistió el pasado jueves al estreno en el Teatro de Madrid de Measure for measure (Medida por medida), de Shakespeare, por la compañía británica Complicite, prorrumpió en cerrados aplausos y bravos que el propio director -y actor- de la compañía, Simon McBurney, interrumpió para dedicar la representación al crítico teatral Eduardo Haro Tecglen, fallecido el pasado miércoles, quien elogió sin reparos hace años a esta compañía.
En el patio de butacas, emoción y lágrimas. No sólo aparecieron tras el homenaje al crítico desaparecido. Ya antes, gran parte del público estaba conmovido, a pesar de que la obra escrita hace 400 años es un shakespeare que levanta pasiones encontradas y controversias. Para el propio McBurney, es una pieza llena de misterios e interrogantes en la que no está claro quién es el bueno y el malo, qué es lo mejor o peor.
Para unos, los personajes tienen que someterse a prueba y juicio permanentemente. Otros dicen que es una referencia a la relación entre el derecho divino y el secular. Los hay que piensan que es una obra de sexo y castigo.
La versión es fiel al texto, aunque en alguna escena aparece la imagen de George Bush, seguramente para incidir en el tema central de la obra: la arbitrariedad del poder.
Los aplausos fueron para Complicite, compañía que ha coproducido el montaje con el National Theatre de Londres y que desde su creación en 1983 viaja por el mundo, donde crítica y público se rinden ante su forma de hacer teatro.
En muchos de los montajes, como en éste, actúa Simon McBurney, actor inmenso que se funde con ese ritmo tan especial del montaje, casi más cinematográfico que teatral, salpicado de cambios bruscos y dominado por un movimiento absolutamente coral, lo que es el claro sello de Complicite, así como sus luces, rápidas y utilizadas con eficacia para marcar los espacios físicos en que se mueven los actores, la intensidad de las acciones y las diferentes escenas de la obra original.
Las escenas cómicas, presentes en todo Shakespeare, se resuelven con una eficacia inusual gracias a la dirección de actores, a la perfección británica de éstos, y también al vestuario y apariencia de barriobajeros y golfos de los personajes. Parecería que el lumpen y el mundo del prostíbulo sintonizan mejor que nada con el alma gamberra de estos fragmentos de Shakespeare, pertenecientes a esta extraña obra escrita en su etapa de madurez (1604), entre la creación de Othello y de Macbeth.
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