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Marcelo Ebrard
Columna
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Ebrard: el regreso del eterno soldado

Si alguien del gabinete de Claudia Sheinbaum no tenía que probar la valía de su perfil, ese era este exlegislador, exjefe del Gobierno del Distrito Federal, exsecretario de Estado. Pero a los que más pueden, más se les ha de exigir

Marcelo Ebrard en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, el 29 de noviembre.

Marcelo Ebrard está donde siempre. Es como su súperpoder. En éste o aquél régimen, de opositor o en el gobierno, destaca y aspira. Si pierde, derrota la condena al ostracismo. Protagonista del naciente sexenio, ya se le menciona en la lejana sucesión. ¿Tiene una chance?

Claudia Sheinbaum, en ocasiones subestimada en términos políticos, tuvo hace dos años uno de sus primeros aciertos. Ganadora absoluta de la interna morenista, supo lo hondo del consejo que le indicaba que no maltratara a Ebrard, entonces una corcholata de orgullo herido.

Sheinbaum fue buena ganadora. Por las reglas del juego eliminatorio en Morena, donde habría premio para las seis corcholatas, como se llamaba a los suspirantes presidenciales del oficialismo,Ebrard tenía garantizado un espacio en el Senado, donde pensaba reposicionarse.

La presidenta tenía otros planes. Ebrard fue invitado al gabinete a una posición que le honraba de varias formas. La presidenta le encargó la Economía, dinamo a resucitar tras las reformas de gran calado que impuso AMLO y con el retorno de Donald Trump en lontananza.

Además, Ebrard tendría a su favor que en Relaciones Exteriores, cartera que ocupó en el sexenio de López Obrador, no le harían sombra, pues ese nombramiento cayó en un personaje —Juan Ramón de la Fuente— con previsible curva de aprendizaje en contra.

La amplia y tortuosa cancha de la relación México-Estados Unidos dio a Ebrard la oportunidad para uno más de sus retornos. Cuando se habla de que la presidenta ha logrado serenar a Trump y mitigar sus intentos arancelarios, hay que recordar cómo opera la mandataria.

Palacio tiene dos alfiles ante la Casa Blanca. Roberto Velasco —el versátil subsecretario de Relaciones Exteriores fichado originalmente por el excanciller— y Ebrard juegan en las dos bandas: el joven aporta escenarios en casa, el experimentado va al cuerpo a cuerpo afuera.

El secretario de Economía es el funcionario que más millas va a acumular en viajes a EEUU. Visita DC varias veces al mes donde, según contó en entrevista reciente, con técnicas zen trata de resistir las provocaciones que acarrearían a su jefa nuevos problemas.

Y, sin embargo, cómo evaluar la labor de este secretario de Economía, tanto fuera como dentro del país; qué balance es el que con justicia sopesa sus logros, o su déficit en el nuevo cargo; cuándo se verá en positivo, no solo en “no nos ha ido tan mal con Trump”, su chamba.

Si alguien del gabinete de Sheinbaum no tenía que probar la valía de su perfil, ese era este exlegislador, exjefe del Gobierno del Distrito Federal, exsecretario de Estado… palmarés sin competencia en el Gobierno. Pero a los que más pueden, más se les ha de exigir.

A la vuelta de 15 meses, que es lo que lleva el Gobierno, Ebrard puede acreditar que el margen para pensar escenarios a la vigencia del TMEC no se ha achicado, que el diálogo de primer piso que él protagoniza al amparo de las llamadas Sheinbaum-Trump tiene buena prensa, que por esfuerzos no ha quedado; o al menos no en el plano internacional, donde incluso Economía es artífice de restricciones a países de Asia, particularmente a China.

Es decir, que Ebrard encabeza buena parte del alineamiento hacia lo que desea y agrada a Trump, giro estratégico que aún ha de probar sus beneficios (y que estos superarán los costos de mayor precio a mercancías asiáticas que consumen los mexicanos).

Antes de adelantar vísperas, tiene claro que defender el TMEC lo mantendrá ocupado, y que si eso no camina, adiós a aspiraciones políticas. Más si a partir de la estrategia de Sheinbaum, Ebrard logra un buen acuerdo, ¿Morena lo compensará o de nuevo será repelido?

Previo al momento postnegociación del TMEC, sin embargo, Ebrard también ha de responder por las inversiones que hoy urgen a México, tema en el que en términos llanos es evidente que el capital extranjero tiene apetito, mientras el nacional hace huelga de brazos caídos.

Evaluarlo no resulta sencillo. Pero en el plano político, y dado que ya se estableció que él posee uno de los pocos perfiles cuajados de experiencia en el equipo de Sheinbaum, es inevitable notar el contraste entre la narrativa de su área y lo que ocurre en la seguridad.

Omar García Harfuch se ha convertido en el consentido de la prensa nacional y extranjera en cuanto a destacar uno de los incuestionables aciertos de la presidenta. Su secretario de Seguridad destaca por el cambio de estrategia anticrimen y por la caída de índices delictivos.

La labor de Harfuch capta reflectores a pesar de que nada en la realidad de la violencia ha cambiado sin retorno. Empero, los avances iniciales son saludados por una sociedad cansada del fatal ciclo de la impunidad y del desgano cómplice del gobierno anterior.

El principal mérito, que surge de la presidenta misma, pero encarna en García Harfuch, es que en cosa de un año la conversación sobre la violencia es que mejora, no el empeoramiento; es sobre la posibilidad de ver la luz al final del túnel, no de una tragedia irresoluble.

Si aplica la comparación, exactamente todo lo que no ocurre con la conversación sobre la economía, donde el pesimismo parece no solo instalado, sino aumentando mes a mes. El año cierra con recortes en la expectativa de crecimiento del PIB y clamor de que se invierta.

Para Ebrard, mucho de lo que pasó en 2025 se debe a que Trump sacudió el tablero mundial y, como cuando la pandemia, colapsaron todo tipo de cadenas productivas, incluyendo las que estaban amparadas por el TMEC.

Sin ser mentira, vale preguntar cuánto se pudo haber hecho localmente para amortiguar el impacto foráneo, o cuánto de la falta de crecimiento es nativo y encuentra en los aranceles trumpistas la coartada para negar una autopsia que revelaría las causas propias.

En cosa de dos años, México ha vivido la mayor reconfiguración administrativa en décadas. Y falta.

La economía mexicana cierra 2025 con un nuevo Poder Judicial —que da destemplados primeros pasos, como su intento de eliminar la “cosa juzgada”—, con un inacabado reordenamiento de trámites, una autoridad recaudadora desaforada y un gobierno que centraliza a su favor la función reguladora.

Si encima se cambian todo tipo de leyes de sectores como el agua o el energético, donde apenas muy recientemente se activan posibilidades de inversión mixta, se tiene la receta para que sean más los que prefieren esperar que apurarse a meter dinero en emprendimientos.

De cualquier manera, Ebrard no tiene la mejor de las alianzas con las empresas. Mucho “polo de desarrollo”, frecuentes anuncios de mega inversiones, bastante marketing —como en eso de “Hecho en México”, la resucitada marca que busca promover lo nacional—, pero Ebrard no es el zar de la inversión ni el eje que articula a gobierno con la IP.

Es algo que tendrían que hablar él y la presidenta. Si García Harfuch es la cabeza de la lucha anticrimen, ¿el secretario de Seguridad funcionaría como hasta ahora si le hubieran puesto a una Altagracia Gómez en un comité paralelo que le restara autoridad o interlocución?

Gómez asesora a la presidenta en su entendimiento con la iniciativa privada. Sin duda, esta joven empresaria jalisciense, algo aportará a la visión de la mandataria sobre sectores económicos, pero el costo es la dispersión de responsabilidades, aun si lo de Altagracia es “pro bono”.

Por cierto, Andrés Manuel López Obrador tuvo un dañino esquema parecido, mientras el economista Rogelio Ramírez de la O jugó el papel de Pepe Grillo presidencial en detrimento de los dos secretarios de Hacienda previos a él. Esa experiencia debería decirle algo a Sheinbaum.

El cierre del año llega con la intensificación de la agenda presidencial en pos de inversiones. La presidenta ha de hacer un balance de cuántos trámites que su equipo ha sido incapaz de destrabar —sin descartar corrupción— han detenido la activación de proyectos.

Entre lo que tiene que dilucidar Sheinbaum es cuánto le ayuda el actuar del secretario de Economía, Ebrard, para generar inversión más allá de la negociación con Trump. Cuántos proyectos que no cuajan son por estricta burocracia de los encargados de la presidenta.

El 2026 puede suponer una nueva conversación sobre la marcha de la economía. Ebrard puede contribuir a eso, así termine abultando su eterna aspiración presidencial. Pero si las inversiones no ocurren, el sexenio de la presidenta no tiene futuro. Y él tampoco.

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Sobre la firma

Salvador Camarena
Periodista y analista político. Ha sido editor, corresponsal y director de periodistas de investigación. Conduce programas de radio y es guionista de podcasts. Columnista hace más de quince años en EL PAÍS y en medios mexicanos.
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