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Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La fuerza del equilibrio

Para llevar a cabo un comentario sobre esta edición de los cuentos completos de Flannery O'Connor sería juicioso echar mano de un buen trío de tópicos críticos. El primer tópico sería éste: Flannery O'Connor nació en Savannah, Georgia, en 1925; ya muy joven le fue diagnosticado lupus eritematoso, así su vida y su obra se vieron afectadas por una enfermedad que la llevaría a la tumba a los 39 años. Segundo tópico: como William Faulkner y Carson McCullers (por no citar a Eudora Welty o Truman Capote), O'Connor es uno de los máximos exponentes del llamado "gótico sureño", un estilo (que no es un estilo, ni siquiera una forma) cuyo rasgo principal sería la indisociable presencia de lo trágico y lo cómico, enredado en un argumento melodramático que sólo el talento de esos escritores logra sobrepasar. Si no se diera ese añadido, los representantes del gótico sureño serían legión; de hecho, son legión, y algunos maravillosos (Robert Penn Warren) sólo que su nombre no suele ir asociado al de O'Connor porque sus personajes no parecen llevar, o no llevan siempre, esa simbólica brizna de paja entre los labios que tan personalísimos hace a los autores citados, pero no al grueso de los hoy olvidados autores sureños que en su día llenaron el catálogo de la llorada colección Reno. Tampoco se nombra nunca a Tennessee Williams, porque aunque escribió cuentos para dar y vender, lo suyo era el teatro y será mejor dejarlo donde está, entre bambalinas y marineros. Tercer tópico: Flannery O'Connor era católica practicante y eso no es una especulación crítica, sino testimonio de la propia autora: su fe y los dogmas de su religión estaban presentes en su concepción literaria; es decir, en los cuentos y novelas de O'Connor hallaremos el Mal, con mayúscula, y la Gracia, que para los teólogos es algo que nada tiene que ver con la comicidad de la que antes hablábamos sino con la revelación de la divinidad en todo su misterio. Ese asunto (y más que asunto será una especial atmósfera creativa o una obsesión) es el mismo que guió casi toda la obra de Anthony Burguess y también la del Padre Coloma. Con ello quiero decir, y ahí reúno los tres tópicos críticos, que ninguna de estas facetas de la autora hacen de ella la gran escritora que es. Mencionarlo es informativo en el mejor de los casos y pura cháchara académica o periodística en el peor. ¿Por qué entonces merecen leerse estos cuentos? Porque la mayoría son soberbios. Describirlos, desgranarlos, desmontar su maquinaria es lo que hace perezosos a los críticos, escasas las cuartillas que deben componer una reseña y, hasta cierto punto, indiferentes a los futuros lectores. Pero siempre se puede intentar lo difícil.

CUENTOS COMPLETOS

Flannery O'Connor

Prólogo de Gustavo Martín Garzo

Traducción de Marcelo Covián, Celia Filipetto y Vida Ozores

Lumen. Barcelona, 2005

842 páginas. 20 euros

"En los cuentos hallaremos el Mal, con mayúscula, y la Gracia, que para los teólogos es algo que nada tiene que ver con la comicidad"

Tomemos uno de sus relatos

más conocidos: Un hombre bueno es difícil de encontrar. No es el mejor de los que escribiera y ni mucho menos es el peor de los que componen la obra de Miss O'Connor, pero sin duda marca un punto de inflexión en su trayectoria. Para empezar, digamos que es enorme la fuerza, no tanto de la prosa, sino la que hallamos implícita en el equilibrio del relato. Su crudeza, la frialdad de su crudeza, hace que Jim Thompson (otro sureño, por cierto) parezca a su lado la niña de Coppertone. Luego está el desarrollo, la narración pura. O'Connor siempre trabaja con "corazones sencillos". Que fueran sencillos no quiere decir que fueran buenos. En esta ocasión, una familia de corazones sencillos sale de viaje a Florida desde el villorrio que nunca debieron abandonar. La abuela, la típica anciana cargada de malos presagios, ha visto en el periódico las últimas andanzas de un criminal llamado El Desiquilibrado y empieza a dar la murga con el hecho de que el asesino público se dirige al mismo destino que ellos. Ahí, lo que podría ser el centro del relato, o quizá no, se sumerge entre los pequeños avatares de un viaje cansado y cansino y los delirios seniles sobre la bondad o maldad de las personas; el mal presagio se mimetiza en otros: la abuela confunde, por ejemplo, la antigua ubicación de una casa solariega que quizá hubiera sido parte de su vida si su vida hubiera sido otra, idea desde luego errónea si atendemos a que carácter es destino. Llega el momento en que la familia tiene un pequeño accidente y otro coche se acerca, quizá para ayudarles, o quizá no. El hecho es que la condenada abuela, y nunca mejor dicho, reconoce a uno de los hombres por la fotografía de los periódicos. ¿Quién es? El Desequilibrado, faltaría más. Al ser reconocido, El Desequilibrado mata a toda la familia. Primero a unos, luego a otros. Lo extraño, que no sería extraño, y hasta trivial y excesivamente casual, sin el narrar, sin la sostenida habilidad en el narrar que ha prefigurado esa escena álgida, es que tiene lugar una discusión teológica (si quieren) o moral (si así gustan) entre la abuela y El Desequilibrado. El diálogo es magistral, como lo es cada detalle, cada gesto. Pero nada de esto tendría la misma vitalidad y el mismo impacto, si en las páginas anteriores no hubiéramos encontrado, por ejemplo, salpicaduras del adjetivo "rojizo" sutilmente colocadas; sin una conversación casi idéntica en su tema, pero sin trascendencia alguna sobre la maldad entre la familia y el empleado de una barbacoa; sin que el anodino paisaje sureño fuera más anodino que nunca para convertirse de pronto en frases como ésta: "Detrás de ellos, la línea de los árboles se abrió como una oscura boca". Sí, esos son los famosos túneles, cuevas, grutas, entradas generales al infierno que se repiten una y otra vez en los cuentos de O'Connor. Y el genio lo da, no tanto la transformación de la abuela en un ser que a un tiempo está más acá y más allá de la bondad, sino la conversión de El Desequilibrado en Juez, Víctima, Verdugo y algo que puede ser el Mal encarnado o un mero acumulador del Mal de este mundo. Cuando después de asesinar a la vieja, El Desequilibrado dice: "Habría sido una buena mujer si hubiera tenido a alguien cerca que le disparara cada minuto de su vida", ya estamos en el Infierno, o en el Caos, o en lo que nosotros queramos llamar a una vida confusa, infeliz, fugitiva y corta.

La impotencia al intentar una

explicación coherente de por qué es magnífico este relato me parece la mejor justificación para seguir recurriendo a los tópicos de los críticos: enferma, católica, gran escritora, pobres gentes... Si hubiera vivido más, O'Connor quizá hubiera abandonado esos corazones sencillos y extraviados y hubiera ensayado el Mal y la Gracia con personajes más complejos. Pero también se pudo hacer en la Biblia y se hizo muy pocas veces.

Hoy día, cuando el cuento americano clásico se halla en plena decadencia, vuelto puro manierismo, entrenamiento para futuros novelistas o una suerte de monólogo para humoristas de night-club, revivir tal poder narrativo es, con perdón de la muy católica señora O'Connor, milagroso.

Flannery O'Connor visto por Loredano.
Flannery O'Connor visto por Loredano.

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