_
_
_
_
Reportaje:

La Mostra clandestina

Con el traslado a un centro comercial, el festival pierde contacto con la ciudad a cambio de calidad en las proyecciones

"¿La Mostra? ¿Cuándo empieza?". Un hombre de 40 años, que se disponía a sacar su entrada para entrar en una de las escasas salas que quedan en el centro de Valencia, respondía de esa manera el pasado miércoles, ante la pregunta de si había acudido a algunas de las proyecciones del festival.

Lejos de allí, al otro lado del río, en el Espai Campanar, una mujer come un tentempié en uno de los múltiples locales de comida rápida que pueblan el centro comercial. Viene a hacer unas compras en los diversos comercios del complejo y no le interesa demasiado el cine. "Me ha parecido ver a la entrada algo que anunciaba eso de la Mostra, pero no sé muy bien qué es", dice mientras apura su café con leche antes de seguir con sus recados.

Más información
'Agua con sal', mejor película valenciana

La Mostra se ha trasladado este año al complejo de multicines UGC Ciné Cité, en el Espai Campanar, por razones económicas. Los responsables de las multisalas Lys y ABC Park, los únicos complejos cinematográficos supervivientes en el centro al empuje del modelo periférico que sitúa a los cines en centros comerciales, pidieron a la Mostra una cantidad cercana a los 185.000 euros por el alquiler de las salas durante los ocho días que dura el certamen. UGC las ha cedido gratuitamente. Ante la reducción de presupuesto que ha sufrido el festival valenciano, después de un año de festejos desorbitados por el 25 aniversario, el equipo comandado por Juan Piquer apostó por llevarse el certamen al centro comercial.

Los resultados, desde el punto de vista de la calidad de las proyecciones, han sido muy satisfactorios. Las 16 salas del complejo UGC Ciné Cité proyectan las cintas con un rigor poco habitual en un festival que ya se vio envuelto en la polémica hace cuatro años cuando los cines Lys, recién estrenados, presentaron grandes deficiencias en cuanto a encuadres y formatos de las películas.

Pero, como contrapartida a una mejora de la calidad de las proyecciones, la Mostra se ha convertido en un festival clandestino para la ciudad de Valencia. No hay publicidad en las calles, una prueba de la implicación del Ayuntamiento en un certamen que navega a la deriva desde hace años con continuos cambios en su dirección. Tampoco la cobertura del certamen en los medios de comunicación ha contribuido a su difusión.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

El ritual que explicaba Roland Barthes al defender la supremacía del cine en salas frente a cualquier otro medio de reproducción, el tener que salir de casa, sacar la entrada y entrar en un local oscuro donde la luz viene por detrás, como una sorpresa para el espectador, se convierte aquí en olor a hamburguesa, ofertas de temporada y, al final del todo, la Mostra, que ocupa la segunda planta como una actividad comercial más.

Tras unos años en los que la Mostra intentó integrar sus actividades en la dinámica ciudadana, el establecimiento definitivo en un espacio destinado a las compras y el ocio en sus diferentes manifestaciones no es más que un signo de su decadencia. La Mostra clandestina ha reducido sus actividades a las proyecciones y su presumible éxito de público, a la multitudinaria presencia de grupos de niños que acudían todas las mañanas, en ordenada fila india, a las proyecciones de la Mostreta. Fuera del Espai Campanar, donde incluso se celebró ayer la gala de clausura, el único signo de que un festival se celebraba en Valencia fueron los paseos de Andie MacDowell por el centro de la ciudad. Ya dijo ella que venía de turismo. Bien remunerado, claro.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_