Lágrimas perversas
El reportaje "El efecto perverso de las guardias" (EL PAÍS, 11-10-05) sobre los médicos internos y residentes (MIR) es exacto. Pero falta una consecuencia: los MIR "pequeños", de primer año (R1), lloran. Los tutores absorbemos las amargas lágrimas matutinas de su catarsis. ¿Por qué lloran los R1?
1. Lloran porque las guardias de 24 horas "en la puerta" son conflictivas, con enfermos en los pasillos, reclamaciones y denuncias al acecho, con soledad y difícil supervisión por la sobrecarga asistencial, sin descansos ni libranzas al día siguiente.
2. Lloran porque advierten la disociación entre la enseñanza teórico-científica y la realidad clínica. Se han adiestrado en habilidades intelectuales para superar la oposición MIR -incluso durante la carrera- que no sirven para el manejo práctico del enfermo.
3. Lloran porque, además de las 5-7 guardias al mes y la labor asistencial, tienen que cumplir el programa de docencia (sesiones clínicas, seminarios, fichas bibliográficas, publicaciones científicas) e, incluso, aunque opcional, cursos de doctorado, inglés, informática, etcétera.
El riesgo de estas lágrimas es que pueden generar profesionales ya especialistas insatisfechos y esto repercute en la calidad del Sistema Nacional de Salud, que depende en gran parte de estos facultativos.
Son lágrimas perversas: el efecto de un gran sistema de formación que cambió a partir de los años setenta la medicina científica de nuestro país y que ahora está anquilosado.
El sistema MIR precisa: programas de docencia adaptados a la sociedad y tecnología del siglo XXI, un estatuto con regulación de las condiciones laborales, en suma, el real decreto prometido por la ministra de Sanidad.
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