Cachemira busca la paz entre las ruinas
Cachemira, una de las regiones más bellas del planeta, cuyos valles se esconden entre verdes montañas que protegen las cumbres del Himalaya, confía en que el horror del terremoto del día 8 haga callar definitivamente las armas para que este desdichado pueblo, azotado por la naturaleza y por 60 años de guerras, pueda reconstruir su vida.
Los ingleses se fueron de la India dejando al nuevo Estado la patata caliente de organizar un referéndum que determinase si la región de Yamu y Cachemira, de mayoría musulmana, optaba por quedarse en la India o se unía a Pakistán, los dos países surgidos de la partición, en 1947, de la llamada Joya de la Corona británica. Para complicar más la situación, habían colocado un gobernador hindú en la región que no estaba dispuesto a respetar el compromiso de consulta popular. Apenas declarada la independencia, el Ejército paquistaní avanzó sobre Cachemira.
Tres guerras abiertas han enfrentado ya a los dos grandes países, hoy potencias nucleares, en los que se dividió en 1947 la India británica
La vida civil se ha relajado, familias separadas durante décadas se han reunido, y una línea de autobús, hoy cortada por el seísmo, une las dos partes de Cachemira
Tres guerras abiertas -dos por el control de esa región y una por Bangladesh que envolvió también a Cachemira-, miniguerras como la de 1999 en la ciudad de Kargil y continuas y sangrientas escaramuzas fronterizas han empobrecido a la población y sembrado de muerte y desolación el paraíso que deslumbró, ya en el siglo XVI, al emperador mongol Jehangir.
"Alá quiera que disfrutemos de paz para, con ayuda internacional, emprender lo antes posible la ingente tarea de dar cobijo y restablecer los medios de vida de decenas de miles de familias que se han quedado sin hogar y sin sus pequeños comercios", afirma Matlub Inkalabi, miembro del Parlamento de la (así llamada por Pakistán) Cachemira Libre (AJK).
"Nosotros somos libertadores de Cachemira, pero también nos preocupamos por las necesidades de nuestro pueblo", dice Hamás Abdul, de 18 años, en el campamento para damnificados del seísmo en Pakistán, levantado por Jamat ud Dawa, partido islamista radical fundado tras la ilegalización de Lashkar e Taiba, en enero de 2002. Fue un mes después de que se acusara a sus militantes de atacar el Parlamento indio, que colocó a las dos potencias nucleares a las puertas de otra guerra.
En medio del caos de los primeros días de la catástrofe, el despliegue de asistencia civil realizado por los radicales fue ejemplar. Decenas de tiendas de campaña fueron las primeras en acoger en Muzaffarabad -capital de Cachemira Libre, situada apenas a 11 kilómetros del epicentro del seísmo- a cientos de víctimas, mientras sus 12 ambulancias, llegadas de distintas ciudades paquistaníes, conducían a los heridos al hospital de campaña atendido por médicos del partido. La obediencia militar de sus miembros fue determinante para ponerles en movimiento y ayudar a la población a enterrar a sus muertos, cuando el Gobierno central y el local se preguntaban aún qué hacer.
Abdul, que como muchos otros jóvenes del campamento lleva en la frente una banda con el nombre del partido, confiesa orgulloso que ha vuelto a Pakistán hace tres meses después de pasar dos años "combatiendo" en la Cachemira controlada por la India. Militante apasionado, rechaza sin miramientos las conversaciones de paz entabladas con el vecino país por el presidente, Pervez Musharraf, al ofrecer el 21 de diciembre de 2003 aparcar el plebiscito -algo que sorprendió más a propios que a extraños- para encontrar una solución definitiva al conflicto. La posibilidad de que Musharraf acepte convertir en frontera definitiva entre la India y Pakistán la Línea de Control, que garantiza la ONU desde 1948, lo que consolidaría la división de Cachemira, es calificada de "alta traición" por Jamat ud Dawa.
La línea de la guerra
"Estados Unidos dice que esa gente son terroristas. Yo nada tengo que ver con ellos, pero tampoco puedo aceptar la Línea de Control como frontera. Sólo espero que esta desgracia sirva para unir a nuestro pueblo y facilitar la paz", dice Jamil, de 25 años y soldado de las Fuerzas Aéreas. Esa línea dejó bajo control de Nueva Delhi el 45% del territorio, un tercio bajo control de Pakistán y el resto en manos de China, país al que posteriormente Islamabad cedió una pequeña parte del extremo norte de su región.
La aparición en 1989 del Frente de Liberación de Yamu y Cachemira (JKLF), el primer grupo rebelde surgido del interior de la Cachemira india, que lucha por la independencia de la región tanto de la India como de Pakistán, cambió considerablemente la situación. El JKLF se hizo con el respaldo de buena parte de los seis millones de habitantes de su zona. Su feroz enfrentamiento al Ejército indio le valió el apoyo de Pakistán, aunque no compartiera su causa. Los 16 años de lucha de éste y otros grupos infiltrados desde Pakistán han dejado 70.000 muertos, en su mayoría civiles.
Las presiones de EE UU para que Musharraf se concentrara en la "guerra contra el terrorismo" también han debilitado la causa cachemir, ya que muchos de los grupos que mantienen a los militantes, como Jamat ud Dawa, son islamistas radicales. De ahí que Pakistán, uno de los países más pobres de Asia y con 150 millones de habitantes, se haya visto obligado a pacificar su frente oriental mientras colabora con el Pentágono en la lucha contra los combatientes de Al Qaeda y contra los talibanes a lo largo de su frontera norte y oeste, que linda con Afganistán.
A instancias de Musharraf, las organizaciones armadas cachemires con base en Pakistán declararon en noviembre de 2003 una tregua unilateral que ha dado un auge considerable a las conversaciones de paz. La vida civil se ha relajado, familias separadas desde hace décadas han podido reunirse, y un autobús, ahora suspendido por el terremoto, une desde la primavera Srinagar, la capital de la Cachemira india, con Muzaffarabad.
Pequeñas luces de esperanza, en una tierra donde la furia de la naturaleza ha ridiculizado las diferencias de los hombres.
El avión menos esperado
A LA BASE AÉREA de Chaklala, en Islamabad, llegan los aviones de todos los países que envían ayuda a Pakistán. En la madrugada del miércoles, un gigantesco aparato de fabricación rusa para transporte militar, un IL-76MD, aterrizó en esa base. Pintado todo de verde oscuro, en su flanco llevaba la bandera de la Unión India y la inscripción Indian Air Forces. "Es lo que menos me esperaba ver en un aeropuerto militar de Pakistán", comentaba a un capitán paquistaní, mientras hacía fotos al avión, uno de los pilotos norteamericanos que vuelan con sus helicópteros a las zonas devastadas por el terremoto para llevar ayuda y repatriar a los heridos.
Es el primer gran gesto de cooperación entre los Ejércitos rivales de las dos potencias nucleares asiáticas. "Sin duda, es un gran aliciente para la paz", afirma el general Nadim. "Confiemos en que la desgracia aúne los esfuerzos de nuestros pueblos por encontrar una salida negociada al conflicto, aunque el proceso será largo y necesitará mucho tiempo", añade el general.
Los soldados de la Fuerza Aérea paquistaní miraban de reojo el avión, en un claro intento por no mostrar ni interés ni sorpresa ante el emisario de paz enviado por el enemigo. El presidente, Pervez Musharraf, agradeció por teléfono al primer ministro indio, Mangmohan Sing, tanto la ayuda enviada como las condolencias presentadas. En la Cachemira india el seísmo causó más de 500 muertos y 1.000 heridos. Cientos de soldados de los ejércitos de ambos países desplegados en la región dividida perdieron la vida, al igual que centenares de guerrilleros cachemires que combaten al Ejército indio.
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