La inflación eterna
La persistencia de la inflación puede contribuir decisivamente a descoser los hilvanes que sostienen el crecimiento económico español en tasas muy superiores a la media europea. El IPC aumentó seis décimas en septiembre y situó la tasa anual de precios en el 3,7%. Es evidente que una parte sustancial de la subida se debe al encarecimiento del petróleo, como lo prueba el que la inflación subyacente esté en el 2,5% y que el mercado más inflacionista haya sido el del transporte (2,2%). Pero esta circunstancia supone ya un pobre consuelo y una excusa devaluada, porque en periodos de precios energéticos bajos el diferencial de inflación con los países de la zona euro se ha mantenido en niveles próximos o superiores a un punto. Tampoco la fiebre del consumo sirve para explicar ese diferencial, puesto que también persiste en periodos de estancamiento de la demanda.
La razón de fondo está en el patrón de crecimiento de la economía española, impermeable al aumento de la productividad por escasamente intensivo en tecnología y formación. Como los Gobiernos anteriores no se tomaron en serio la inflación -y el actual tampoco parece alarmado, ni siquiera inquieto-, aprobaron disposiciones superficiales y de escaso fundamento, que no sólo no han mejorado la competitividad de los mercados ni estimulado a las empresas a modernizar sus producciones y competir en valor añadido con las europeas, sino que en algunos casos, como el mercado eléctrico, lo han empeorado notablemente. Lo cierto es que la inflación sigue minando la competitividad de las empresas españolas, tanto en el exterior como en el interior, y contribuyendo a que España acumule un déficit exterior colosal. El déficit comercial está en el 7,5% del PIB y el déficit por cuenta corriente ha aumentado el 67% en los siete primeros meses del año respecto al mismo periodo de 2004.
La situación puede complicarse en 2006 si se concretan otros riesgos que penden sobre la economía europea y mundial. Una subida de tipos en la eurozona no facilitará la situación de las familias españolas, intensamente endeudadas por la adquisición de vivienda y artículos de consumo duraderos. Aunque esta subida sea pequeña (previsiblemente de 0,25 puntos) y se mantenga el empleo, las expectativas financieras de los hogares empeoran objetivamente. Si además desacelera la economía estadounidense, la alemana no despega y en 2007 disminuyen los fondos europeos que recibe España, no es difícil señalar el momento a partir del cual nuestra economía empeorará de la mano de la inflación y del modelo de crecimiento.
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